Leo Messi jugará la próxima temporada en el Inter Miami, una franquicia de la estadounidense Major League Soccer (MLS). La noticia acaba con la especulación permanente de si el argentino, después de desvincularse del PSG, aceptaría volver al FC Barcelona, quedaría iluminado por la oferta multimillonaria de los saudíes o preferiría emular otras leyendas del fútbol –como Pelé, Cruyff o Beckham– y jugar en los Estados Unidos.
“Entre vivir en Miami o en Riad, la cosa no tiene color”, apuntaba en la radio catalana el exrepresentante de jugadores Josep María Minguella, el día que se supo la noticia. Ciertamente, la familia Messi, acostumbrada a Barcelona o Rosario, tiene un entorno lingüístico y cultural mucho más favorable en Florida que en Arabia Saudí.
Pero Miami es mucho más. Representa mucho más. Miami y su Inter, que está valorado en 585 millones de dólares según Sportico, son un nodo más de una red económico-empresarial muy bien estructurada. Porque la MLS, ya ubicada entre las diez ligas más importantes del mundo (a pesar de que apenas se fundó en 1994, al abrigo del Mundial de aquel año en Estados Unidos), aspira definitivamente a ser un referente internacional de la mano de Apple TV.
El soccer en Estados Unidos está en auge. La MLS tiene un valor de mercado total de 16 300 millones de dólares. Por un lado, los grandes grupos del entretenimiento estadounidenses se han lanzado a la diversificación horizontal de sus activos en la industria del fútbol. El país concentra 27 consorcios internacionales que invierten en el sector y la mitad de los clubes de la Premier League inglesa, la verdadera Superliga Europea, ya son de capital norteamericano.
Por otro lado, Estados Unidos albergará la Copa América de 2024 y compartirá la organización, junto a México y Canadá, del próximo Mundial de la FIFA.
Apple TV ha apostado definitivamente por el fútbol como producto de marca, sin restricciones geográficas, y durante diez años, en su estrategia de posicionamiento y fidelización. Ha pagado a la MLS tres veces más de lo que anteriormente cobraba esta por sus derechos anuales: de 90 millones de dólares a 300 millones anuales, según la CNBC.
Ni ascensos ni descensos
Lo más importante es que, como ocurre con otras grandes ligas, la MLS es una competición cerrada. Funciona como un negocio en su conjunto bajo la perspectiva de lo que Peter J. Sloane denominó “maximización del beneficio”. Sin ascensos ni descensos, y bajo el control de la liga, Messi recaerá en uno de los clubes más jóvenes de la competición y de los que peor rendimiento han tenido recientemente.
¿Sería esto imaginable en Europa? Imposible en competiciones donde los clubes se han gestionado históricamente bajo la perspectiva de “la maximización del rendimiento deportivo” a causa de la alta penalización de un descenso, lo que se traduce en grandes endeudamientos para las entidades deportivas.
Que la MLS funcione como un negocio en su conjunto permite a la competición controlar todos los traspasos, fijar topes salariales –muy diferente a la normativa del límite de coste de plantilla deportiva de la LaLiga– o redistribuir conjuntamente los ingresos.
Messi podrá participar de los beneficios globales de la competición, en su cualidad de principal imagen de marca. Ahora bien, si Messi se convierte en el Mickey Mouse de la MLS, conviene recordar que el argentino no será el primero que asume este rol. David Beckham siempre abrió camino en esta industria del deporte contemporáneo, que se organiza corporativamente, está hipercomercializada, es productora de espectáculo y genera celebridades.
En definitiva, sea en Mánchester, Madrid, París o Los Ángeles, David Beckham es un ilustre represente y pionero de lo que el teórico norteamericano David L. Andrews denomina uber-sport.
Beckham, el pionero de este negocio
Para lograr que Beckham, emblema de la sociedad disneyizada, aterrizara en la MLS después de dejar el Real Madrid en 2007, la liga reestructuró su normativa del tope salarial, incorporando los denominados juradores franquicia (tres), con un salario que computa al margen del resto de la plantilla. Solo 335 000 dólares por cada uno de estos jugadores son incorporados al límite salarial de cada franquicia, aportados por la MLS. El resto lo han de afrontar individualmente los propietarios.
A Beckham también le concedieron la licencia de poder tener su propia franquicia en el futuro, el Inter, donde recalará Messi, y donde anteriormente han acudido algunos ejecutivos del FC Barcelona que conocen perfectamente las potencialidades comerciales del delantero argentino.
Es la estructura económica y empresarial de la competición lo que permite ahora a la MLS mirar frente a frente al FC Barcelona o a los petrodólares saudíes. Por cierto, la misma semana que se confirmaba el fichaje de Messi, el 75 % de los cuatro principales clubes de Arabia pasaban a manos del fondo soberano PIF, también dueño del Newcastle.
El hecho de pensar en la colectividad y la transversalidad del negocio es lo que permitirá a la MLS ofrecer a Messi un entorno familiar donde competir. Por eso se especula con la incorporación al Inter Miami del entrenador argentino Tata Martino, o del excompañero de Messi en el Barça, Sergio Busquets.
Más allá de lo deportivo y económico, hace tiempo que el deporte forma parte del juego geopolítico. El fútbol es, de acuerdo con una perspectiva constructivista, un nodo más del juego de “construcciones sociales estratégicas y competitivas” que representan las relaciones internacionales entre estados.
Un embajador de Estados Unidos y de los países del Golfo
Messi ayudó al emirato de Qatar a posicionarse para albergar el Mundial de 2022. Ahora puede ser embajador turístico saudí, pero lo será también de los Estados Unidos a la hora de posicionarse como un país con derecho a organizar una Copa América (¿quizás el ultimo gran torneo de Messi?) o un Mundial.
Si las construcciones sociales estratégicas se definen como el intento de redefinir ideas, normas y creencias en el tablero geopolítico global, Messi es clave para identificar con el fútbol al país que fue cuna del béisbol, y redefinir al país de la NFL y la NBA por “el de la MLS”.
Mientras tanto, en París se han dado cuenta de que un club global sin un entorno competitivo es un proyecto sin futuro. Y en Barcelona se dilatará eternamente la discusión de si Messi era causa o solución para la debilitada economía de un club que, hoy por hoy, navega entre el simbolismo de su identidad particular y la gestión global de su valorada marca deportiva.
Nota de Redacción: el presente artículo es autoría de Associate professor, Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya, España. Fue publicado originalmente en www.theconversation.com
Más sobre el autor: Xavier Ginesta Portet es doctor en Comunicación y Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona. Profesor titular del Departamento de Comunicación, de la Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya. Investigador del grupo consolidado TRACTE (Traducción Audiovisual, Comunicación y Territorio) de la UVic-UCC. Es docente de asignaturas como Redacción Periodística, Estructura del Sistema de Medios de Comunicación o Marketing Deportivo. Ha publicado en revistas de alto impacto como “American Behavioral Scientist”, “Communication & Sport” o “Soccer & Society”. Además, como periodista es colaborador en diferentes medios de comunicación, escritos y audiovisuales, en Catalunya.
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