Casi todos los candidatos presidenciales que hemos tenido en la reciente historia política del país se llenan de anuncios, promesas de soluciones, encendidos discursos de cambios hacia un futuro lleno de éxito y progreso… para que al final, el retroceso sea la marca que distinga sus fracasos, sus odios, sus temores y nuestras desdichas. Eso es así y nadie lo ha cambiado hasta ahora.
Como candidatos, muchas mentiras, algunas exageraciones, pocas verdades. Como elegidos, muchas más mentiras, muchísimas exageraciones, ni una verdad.
El drama no es que sabemos que eso sucede y eso sucederá, sino que esperamos que caiga del cielo algún redentor, que una esperanza ilumine el camino o que por fin, gentes buenas vengan a hacer algo bueno por el Perú. Y si sumamos a eso que miles de bandadas de sinvergüenzas se suman a los nuevos gobiernos, que muchos hipócritas dicen querer dar su cuota de servicio al país y que algunos improvisados se desesperan por ocupar cualquier cargo público con tal de robar, el panorama se vuelve mucho más complejo.
La realidad, dolorosa realidad, es que si alguien decente, correcto, pulcro y bien intencionado lograse llegar al gobierno, el círculo de la corrupción hará todos los intentos por carcomer esas bondades y virtudes a cualquier costo.
Pero si se trata de una organización criminal relacionada –digamos- al narcotráfico, al terrorismo, a esas formas corruptas que han usado los dineros púiblicos en los gobiernos regionales y locales, el tema se complica mucho más, porque no tratan de llegar al gobierno nacional para gobernar, sino para perennizarse y expandir sus delitos, legitimándolos por ejemplo, con una nueva Constitución.
En ese circuito de corrupción e impunidad, caen como anillo al dedo los anteriores corruptos e impunes, ya que les dan el soporte necesario para su consolidación. Por eso, desde el gobierno de Humala, PPK, Vizcarra y Sagasti, el desfile de los implicados no se detiene, la cantidad de autoridades envueltas en escándalos y crímenes de toda magnitud nunca ha cesado y ahora, se encuentran como “herederos de la oportunidad” que les brinda la banda política de las cuatro espadas: Castillo, Bermejo, Cerrón y Mendoza.
Unos dicen que paran de pelea en pelea mientras se asientan en el gobierno, otros dicen que hay grupos y que pugnan por cargos públicos, otros señalan que son mercaderes de la extorsión a empresarios y gremios, no lo sabemos, es posible. Lo que sí podemos afirmar sin ningún desacierto, es que se trata de una clarísima estrategia comunista de dispersión contínua y aglutinamiento de oportunidades, es decir, se pelean y van peleando no importa porqué o de qué, pero lo hacen públicamente porque es mejor así. Y cuando la oportunidad lo exige, se acumulan, se aglutinan en un solo puño que golpea con fuerza a sus rivales o enemigos.
Por eso, en estos primeros cien días de una larga noche negra que sigue avanzando en el Perú, no debemos ver hacia nuestras diferencias entre demócratas, sino hacia nuestros objetivos como patriotas, como familias, como unidad por la Libertad.
El fracaso absoluto de los cien primeros días de gobierno comunista es inobjetable, pero hay una frustración que puede convertirse en fracaso también: si permitimos que sigan gobernando estos miserables.