Los “influenciadores” son algo tan absurdo y abstracto a la vez, como la palabra aperturar. Parece que es algo que existe como expresión de algo concreto, que tal vez pueda identificarse, pero al final, así se le de uso en el lenguaje, no sirve para nada, porque no define nada. Se “supone pues” -te van a responder-, pero en el mundo de la realidad, no vivimos de suposiciones, tanto como no queremos vivir de comunismo.
Del mismo modo, grupos de periodistas activistas -es su derecho ser fervientes promotores de sus posiciones personales siempre y cuando no usen los medios de comunicación donde trabajan para su militante actitud, sin previamente hacer la advertencia respectiva de esa condición, por respeto a todos-, de miembros de la farándula y hasta los nuevos “voceros y voceras de la academia” tan activista y militante como sus defendidos lideres políticos (líderes es un decir, pero se usa esa palabra mucho) , han hecho de lo que dicen o escriben en las redes, una biblia que se debe imponer como verdad absoluta.
Entonces sumemos: influenciadores, periodistas y los que se creen periodistas, faranduleros que van desde conductores de programas y artistas venidos a menos por sus compromisos anteriores con la alcaldesa corrupta, nuevos académicos de frágil fundamento pero feroz ataque y resentimiento cuyo origen es un enredo de procedencia… sumemos algunos deportistas que no son ni ídolos, ni buenos deportistas como ejemplo que brindar, y así sucesivamente podemos ir sumando la invasión interesada de grupos y segmentos que se van haciendo más radicales, hasta llegar a la conclusión que nadie puede dejar de pensar que la estrategia de toda la izquierda extremista es fruto de un pensamiento delictivo que encuentra aliados que caen en su juego, en su lenguaje y mentiras.
El compromiso con la defensa racional del Voto y la Libertad debe tener en cuenta este escenario que ha dominado más de veinte años al país: periódicos, radios, canales de televisión, redes sociales, ONGs y universidades han sido la plataforma constante de un tintineo imparable de mensajes, slogans, cambios en la forma en que se educaba, cambios también en los libros, en especial de historia del Perú, educación cívica que al final se eliminó y tantos otros segmentos que fueron trastocando la realidad para reconvertir la formación y la educación en adoctrinamiento.
Un país herido en el alma, en su historia y en su corazón, debe recomponerse, recuperarse y reorganizarse para que a partir del Voto y su defensa racional, se construya una mejor democracia, competente y vigente, sostenible en el tiempo.