Gregorio Luri -educador, filósofo, ensayista- ha escrito “La imaginación conservadora” (2019), un libro en el que sale a relucir el talante político conservador del autor. Él dice que su texto “ha resultado ser un libro de resonancias”.
La mejor síntesis, en palabras del autor, con lo que hubiese deseado comenzar y comienzo esta reflexión del libro. Un libro sugestivo, agudo, irónico, sabroso y valiente, pero escasamente vertebrado para mi gusto. Abundan las citas inteligentes en el cuerpo del texto, de muchísimos autores españoles de los siglos pasados, puestas para ilustrar la propuesta del autor. La narración está llena de imaginación, aunque al precio de perder la unidad. No obstante, el lector encontrará en sus páginas las resonancias, pistas e indicios fascinantes para que haga su propia maqueta y se entere qué es ser conservador.
“El conservador –dice Luri- ama lo suyo, su patria chica, sus paisajes, sus gentes, sus costumbres y sus leyes. Por eso mismo es muy difícil que haya una teoría general del conservadurismo, pues de llegar a existir, debería hacer abstracción de las tradiciones de los diferentes países. El significado del conservadurismo depende de lo que aquí y ahora consideremos digno de ser conservado”. Este amor a lo concreto encarnado conjuga muy bien con los álbumes familiares, la veneración del pasado histórico, el honor rendido a los héroes patrios; el esfuerzo por conservar las fiestas, costumbres, bailes y comidas locales. Sin el cariño a “lo nuestro”, perdemos consistencia, lo que no significa convertirse en insulares o en mónadas incomunicables. “El nuestro chico” puede dialogar con el “nuestro humano grande”. No se cierra las puertas a la globalización, se la pone en su sitio. La homogeneidad no le conviene ni a la polis casera ni a la gran polis humana.
“El conservadurismo –afirma Luri- cree en la existencia de una naturaleza humana (…). Siente aversión por los intentos de rehacer de arriba abajo las cosas humanas. Desconfía de las grandes abstracciones que se ven a sí mismas como la semilla de un mundo nuevo y deducen… los teoremas de la vida. Entiende que las líneas de las cosas humanas no siguen trayectorias ideales (…). No teme el cambio, pero sí el desarraigo. Sabe que es muy fácil destruir una catedral, pero su construcción es obra de siglos”. Como se ve, hay bastante de moderación en la propuesta conservadora. No es quietismo paralizante ni revolución destructiva, es camino con origen, ruta y fin. Tiene mucho de racionalidad práctica haciéndose cargo del futuro en su contingencia y multiplicidad de aciertos y errores. Una buena dosis de paciencia completa esta visión de perfectibilidad.
El ser humano es un animal político y como tal –recuerda Luri- “es miembro de múltiples ámbitos de copertenencia. En algunos participa directamente y en otros indirectamente mediante representación; a algunos pertenece quiéralo o no (es miembro de una familia), a otros pertenece por libre elección. En cualquier caso, el hombre aislado es una ficción. El hombre político no puede concebirse aislado de sus relaciones de copertenencia”. Esta realidad de vulnerabilidad y de sociabilidad de los seres humanos se nos ha mostrado palpablemente en esta pandemia del covid-19. Solos, sin lazos familiares, sin la ayuda de otros y de las instituciones, estamos perdidos. Con sólo ser ciudadanos del mundo, como quiere el individualismo político, no seríamos capaces de sobrellevar este confinamiento. Es el hogar el que nos acoge, son los nuestros quienes nos acompañan. Sin raíces, el mundo se nos hace ancho y ajeno.
Los seres humanos no somos perfectos; ni la familia, la empresa o la ciudad lo son. ¿Alguna fórmula para vencer en esta contienda? Ninguna, a lo más un consejo: cuide su alma, nos sugiere Luri, que es tanto como “habituarla a experiencias de orden, de fidelidad, de compromiso, de cumplimiento del deber”. Ilusión y coraje están en nuestras manos.