Prácticamente no existe un nivel de gobierno (nacional, regional, provincial o local) que no esté manchado por la corrupción y la impunidad. Es más, tanto las autoridades electas, como los funcionarios que acompañan esas gestiones, constituyen la extensa red que aloja a más componentes de las estructuras criminales que se instalan con soberbia y vanidad, gracias al voto ciudadano, como una paradoja increíble pero cierta.
Y si extendemos el poder de uso y abuso de estos niveles de gobierno, encontraremos que en todas las dependencias que se relacionan (ministerios, empresas públicas, organismos supervisores y cuanta institución reciba las órdenes de nombrar a sus directivos) se esparcen más mentes delictivas que promueven leyes, reglamentos, incalificables TUPA, resoluciones y cuanta norma se pueda inventar para garantizar el imperio del crimen y mini crimen organizado.
Tenemos cárteles y mini cárteles, como espejos actuantes con una gran “virtud”: no compiten entre sí, respetan el dominio local, provincial, regional o nacional, pero por especialidades (consultorías, asesorías, construcciones, abastecimientos, licitaciones, adendas, transportes, estados de emergencia y mil otras posibilidades de negocios), el cacicazgo no es personal, es tipo junta directiva donde no hay un CEO sino varios jefes de la tribu o clan, donde cada uno juega un rol complementario; así cuando uno cae, le encuentran reemplazo (promocionan alguien del “equipo”) sin inconvenientes y no se desmonta la estructura. Y algo más, han aprendido que es necesario contratar los mejores defensores legales, contadores y asesores financieros que se codean con inversionistas institucionales, periodistas hambrientos de datos y pruebas “sueltas” que se dan “a cambio de”, y políticos que ingresan a planillas de reconocimiento con regalos (terrenos, departamentos, casas, viajes, autos, joyas, artículos de lujo).
Es verdad: el delito gobierna en el Perú. No es cubrir una urgencia de vida o muerte, teniendo que delinquir, sino que se justifica como un sentimiento aspiracional, una necesidad de tener lo que otros tienen y uno no posee, una elección ambiciosa por ser más o llegar a más, causando admiración, miradas que halagan porque los que miran son menos que uno (en este momento). Por eso ponerse algo de mucho costo, que vale más que el trabajo que se realiza, es el objetivo del que llega a un peldaño de la escalera del poder. ¡Vaya país!
El delito gobierna en todo el Perú, casi como que en cada pueblo hay una Iglesia, una Comisaría, una pollería y un partido político congregando miserables para lograr tener lo que otros han logrado con trabajo y esfuerzo, pero ellos, los miserables de la política, los van a superar usando recursos públicos y esquivando las leyes, porque “hecha la ley, se abre la oportunidad”.
No es sorpresa que el debate esté centrado ahora, en la piezas del robo, en las joyas del delito, en las monedas sucias de intercambio. Y dirán que fue por amor, que si se aceptó algo extraño fue por error. Lo dirán porque eso ya lo han dicho otros de igual procedencia y asecendencia. Y entonces, volveremos a lo mismo, otra novela, otro celular, otra denuncia que todos replican y hacen coro de sorpresa.
El Perú aguanta tanto, que no pasa nada. Roban por aquí, por allá y hasta en el más allá. El Perú sufre tanto, que estar en cuidados intensivos es como ir de vacaciones y tener una semanita más de necesarios sufrimientos y tensiones. Necesitamos caer más y más, debajo de las profundidades porque eso nos hará resurgir pero con violencia y temeridad, a un extremo o al otro. Y diremos que solo la unidad nos salvará, pero seguiremos desunidos.