Lo que sucede en el Perú no es algo extraño, es consecuencia “de”. ¿Consecuencia “de”? Así es, se trata del efecto de años de manipulación de la información y de las conciencias, de penetrantes campañas de demolición de valores; es consecuencia del desgaste delincuencial atroz e incansable del poder -alejando la educación-, al que se ha llevado a niños, jóvenes, ciudadanos en su conjunto, para hacer de lo escandaloso un anhelo, de lo inservible una forma de vida, de lo ajeno al patriotismo un sueño de placer. Todo al revés, aún la memoria y aún la historia.
Somos el país perfecto para el daño ideal, aceptamos y retenemos como patrimonio exclusivo cualquier abuso, no permitimos que se fumigue la estupidez ni la sumisión, pero por el contrario, permitimos que se nos robe la esperanza y nos quiten el futuro. No es un país de contradicciones, son las contradicciones las que han reformulado la destrucción del país.
Hoy en día, como cada cierto tiempo, como hace décadas, estamos en medio de un remolino de odios y crisis política que increíblemente no afecta en la magnitud que cualquiera pudiese estimar a la economía en general, porque hay una especie de bendición incontrolable que nos ampara todavía y es una creación heroica: la informalidad, el núcleo capitalista peruano, el ADN mezclado de la costa, la sierra y la selva. Indestructible, diverso, más inclusivo que los discursos de cualquiera.
La informalidad es nuestro plasma, es la muestra de vida que sobrevive y se impone a la ley de la selva que emana del poder ejecutivo, del poder legislativo o de alguna de las centenares de municipalidades que no hacen nada más que cobrar, contratar familiares y destruir el núcleo complementario de participación ciudadana que no funciona, porque no es gobierno local, sino cártel local.
Y como pueden ver, el núcleo capitalista –la empresa de uno-, avanza, resiste, emprende más, lucha más, hace resistencia y sigue caminando. En cambio, el núcleo complementario –ciudadanos en ejercicio del gobierno-, no funciona, está decapitado hace décadas, se pervierte, implosiona y se regenera en nuevas organizaciones criminales –pequeñas bandas de la política, las obras públicas, el daño vecinal- y estancan la vida de comunidad para alejarla del interés ciudadano. Es decir, empresa sí, gobierno no.
La gente no cree en la política, la gente cree en su trabajo, en hacer sus proyectos, en lograrlos como sea, donde sea, cuando sea y que nadie, repito, y que nadie le ponga obstáculos. Nos queda nuestro rebelde capitalismo individual, nos han quitado la frágil democracia como objetivo nacional.
¿Pero no estamos en democracia acaso? -me preguntan-. Estamos navegando entre imágenes de democracia, pesadillas del fin de la democracia, abusos en nombre de la democracia, truhanes vestidos de hábitos demócratas y cancerberos apodados gobierno nacional, gobiernos regionales y gobiernos locales. Todo eso no es democracia.
¿Y qué necesitamos? -preguntan nuevamente-. Hacer algo simple, el trabajo contra lo que ahora se llama “la política”. Es la Libertad contra la política. Es la supervivencia, contra la dictadura multifacética de la política partidaria (que en verdad es electoreros en pugna cada cierto tiempo).
¿Roban? Sí, cada segundo. ¿Indigna? Sí, todos los días. ¿Vas a hacer algo?… ¿Para qué? (esa respuesta es la clave).
El destino se encuentra ardiendo, pero no inflama los corazones, ese es el gran problema y a la vez, el camino de reflexión a la respuesta que debes encontrar, porque si sigues pidiendo que te expliquen “porqué la gente no reacciona”, cuando tú no lo haces, imagina que esto se repetirá una y otra y otra vez más.
¿Imaginas a un nuevo Castillo reemplazando a otro Castillo, o pedirás uno de igual calaña? ¿Seguirás solicitando una marcha otro fin de semana, de 2 a 4?
El destino se encuentra ardiendo pero no inflama los corazones, porque no amas a tu Patria.