La soberbia y la vanidad, fueron dos componentes característicos en la izquierda a lo largo del tiempo, hasta que se le quitó la máscara y se le fue enfrentando en las calles, en las universidades, sindicatos y en cuanto foro o espacio se pudo hacer notar que el odio y la sinrazón no conducen a nada bueno y que más bien, solo alimentan cóleras e iras irracionales que destruyen valores y principios. La soberbia se denunció, la vanidad se evidenció.
La izquierda al ser señalada, mostró que está hecha de innumerables divisiones morales y de contradicciones que son sinónimo de luchas cobardes y traiciones insospechadas, presentándose sin embargo, como moralmente única en su forma de ser, mintiendo en el discurso de la defensa del pueblo, porque en realidad se dedica siempre al aprovechamiento sobre el pueblo, tanto como lo hace cuando ocupa alguna posición de gobierno local, regional o nacional. LLegan para usurpar funciones y dilapidar presupuestos. Se quedan para sembrar la corrupción y vivir de la impunidad.
El “discurso” de la izquierda no tiene rumbo, carece de guía, está ausente de liderazgo y no convoca, al contrario, genera rechazos y denuncias al pasar de la demagogia y el populismo, a la verificación de sus mentiras. Y es así que el Pueblo, del que tanto usan su nombre en vano, se ha pronunciado en contra de toda revolución, en contra del odio y la venganza oscura de los incapaces de ser ciudadanos y patriotas.
Estamos cerca de un nuevo proceso electoral nacional en el que debemos y tenemos que enterrar a la izquierda en todos sus rostros y maldades. Para esta tarea, hay que seguir respondiendo y dando la cara a los que usan máscaras y disparos, en vez de ideas y propuestas.
Estamos en medio de un gobierno de izquierda acomplejada que trata de mostrarse democrático y competente pero no logra que se le respalde en nada. Estamos en medio de un Congreso de la incongruencia y el escándalo, que haga lo que haga, así sea correcto y prudente, no goza de autenticidad ni apoyo. Estamos en medio de varias instituciones que galopan haciendo lo que no deben y se enfrentan a poderes del Estado que se callan y se silencian ante la ofensa y el atrevimiento. Cada quien hace lo que desea según sus propios intereses, por encima de los del Perú. Esa es la triste realidad y sin embargo, la izquierda no gana ni militantes ni activistas, porque es peor de lo peor que nos gobierna (por su culpa).
Es un momento que escapa a la realidad, donde se ha demostrado totalmente de qué no está hecha la izquierda y por eso, se hunde en el desprestigio.