Las izquierdas del odio han sucumbido a su propia estrategia, la misma que se ha volteado en contra de ellas para hacerlas extinguirse, mientras se achican y subdividen cada vez más, peléandoso entre ellas y haciendo que se produzcan innumerables cambios de militancias, activismos o candidaturas de un lado hacia el otro, y del otro hacia el del costado y así sucesivamente. Las izquierdas son las inventoras de la pelea inacabable por dinero para sus propios “mantenimientos” (de sus placeres, viajes, de sus familias, de sus lujos y descansos, de sus petardos y explosivos también), mientras engañan a los más pobres y a las clases medias “restantes” que aún les creen a los “pituquitos” de las oenegés que provienen de las universidades más caras y de antiguo renombre, hoy sinónimo de desperdicio de inversión educativa.
Las reformas les han fallado porque fueron mal diseñadas, mal pensadas y muy mal estructuradas, ya que se dirigían a desmembrar a los tradicionales partidos políticos, a fin de hacer creer que la democracia pasaba por otras vías de participación ciudadana, inventando “representaciones de minorías” por dar un ejemplo, lo que no era otra cosa que negar la pluralidad democrática, para imponer la dictadura de los que no representan ciudadanía, sino máscaras de protesta y grupos de violencia.
Les salió tan mal a los “académicos e intelectuales” de las oenegés y centros de investigación de políticas públicas, que si bien el golpe directo inicial fue a los grandes partidos de antes (PPC, APRA, PC Unidad, AP, Somos Perú) también creó residuos sobrevivientes que se amoldaron y subsistieron desde Somos Perú y AP, por citar dos casos, en el ámbito de la continuidad y presencia, hasta en los resultados de algunos procesos electorales regionales, municipales y nacionales. Ambas agrupaciones, actores y protagonistas de la escena política nacional, golpeados pero actuantes, van llegando a su fin pero, como en el Perú puede ocurrir cualquier acontecimiento contradictorio a la realidad, siguen en la apuesta, ya que son hábiles en sus negociaciones, alquiler de identidad y sumisión a los pactos bajo la mesa. En cambio, el APRA y el PPC, o los comunistas de partidos “antes fuertes”, al ser soberbios y vanidosos de sus pasos anteriores, creen que pueden resurgir con la misma clase de dirigentes que los llevaron al fracaso y por eso, les está costando mucho reinscribirse y armar una estructura de soporte que a la vez, sirva de base para un proceso electoral.
Las sucesivas reformas electorales que llevan el sello y la marca de los “genios” de las izquierdas del odio -las bipolares-, han sido la puerta de entrada al caos y la anarquía, desde donde pretenden sobrevivir, lo que está determinando una frecuencia imparable de divisiones tales que a la fecha, ya son más de quince organizaciones inscritas por las izquierdas (violentas, progres, del odio, resentidas, subversivas, caviares, etc.) A ellas se suman cinco o seis grupos “cercanos” (centro izquierdas y centro con corazón izquierdista).
Lo que sirve de opción para la democracia y la libertad es apenas un cuadro de tres y hasta cinco grupos que también están divididos y confundidos y que eventualmente serían el contrapeso a esa avalancha de las izquierdas y sus aliados. El escenario por lo tanto, es complicado porque se juega una “tinka” electoral y no va a ocurrir un proceso electoral que tenga partidos políticos -instituciones políticas- informando, comunicando, educando y explicando sus planes de gobierno, ya que los actores entrarán al pernicioso teatro del absurdo, en el cual se ofrece salidas y premios, pero al final, llevándonos a lo más profundo de siempre: inestabilidad, desconfianza, retroceso y desilusión.
En este cuadro de la realidad, opciones extremas pueden jugar “el rol que falta”, el grito que proclama y la respuesta menos esperada, para que sigamos en el mismo desastre pero con otros nombres.
Esa es la situación que enfrentamos y no sabemos afrontar, por estar pensando en personas y no en ideas y propuestas, en liderazgos y conducción concreta.