En los últimos tiempos, gracias a la globalización, a la expansión de las redes sociales y al entusiasmo por el consumo, han aparecido patrones sociales que relacionan el éxito con la vertiginosa carrera por tener un estatus, un estilo de vida que exteriorice signos reconocidos socialmente como de ‘moda’ o ‘modernos’. La cultura de la imagen juega aquí un papel preponderante: hombres y mujeres exitosos son aquellos que aparecen en la sección de “sociales”, los que son modelos de televisión, deportistas, quienes obtienen más “likes” o se viraliza” su post; los solistas, o grupos musicales u hombres de negocios influyentes, entre otros.
También influyen en la connotación del ’éxito’, productos y bienes cuya recurrencia en los medios de comunicación ofrecen -como consecuencia de su adquisición- una suerte de ‘nivel’ que no se alcanzaría de otro modo. Sin una cerveza en la mano, la diversión y las mujeres bonitas nos son adversas. Sin un celular, la vida se nos escapa de las manos sin orden ni oportunidades. Un cuerpo apolíneo nos sorprende si consumimos productos light; padecemos estoicas sesiones reductoras de peso y al final nos reconstituimos con bebidas rehidratantes…
Cuando en la televisión o en las redes sociales, se visualiza la entrevista de una ‘estrella’, que coloca opiniones sobre los tópicos más variopintos con total desparpajo, los televidentes o seguidores quedan como encandilados, no tanto por lo que dice sino por cómo y dónde lo dice. Hablar de uno mismo o responder a preguntas de un periodista punzante, en horario estelar, acompañado de una escenografía sofisticada no es cosa de poca monta. La imagen del momento envuelve, convence y seduce. No obstante, poco se piensa en el antes y el después de la presentación. Mayormente, el esfuerzo y el trabajo constante de una persona tienen una feliz recompensa. En pocos casos, sin embargo, se sabe que la vida de un personaje determinado es como luz de bengala: sólo por momentos refulge, en otros tramos es ceniza opaca. Lo mismo ocurre con los productos y/o servicios. Hoy, el éxito parece consistir en revestirse de adminículos, de estilos de vida que se mimetizan o muestran el mensaje de una ‘marca’ y de colocar afirmaciones sin mayor sustento que lo que manda la audiencia o los likes.
La identidad, como valor general, se forja apropiándose de los usos, conductas y costumbres de un grupo o clase social. Cuanto más se sea como aquellos, mayor identidad tendrá. El delirio mediático tiende a configurar una identidad como valor general que se alimenta, precisamente, por un afán de calzar con los requerimientos que sugieren sus modelos o prototipos, con el consecuente descuido por fraguar la propia identidad atendiendo a las características y circunstancias personales. Hoy en día se percibe la tendencia de vivir ‘en’ otros o ‘como’ otros, no en el sentido significativo de que vamos hacia un encuentro interpersonal: la familia, los amigos, el maestro… Esos ‘otros’ medran en el imaginario colectivo, de quienes – sin mediar un diálogo – sólo se puede imitar lo repetible, lo uniforme, lo que refulge o brilla en la superficie.
La prisa por alcanzar las señales que califican el éxito, suele impedir que se le busque en el ámbito que le corresponde: realización personal. “La realización personal significa llegar a ser lo que uno es, llegar a ser -llegar a hacerse realidad- uno mismo: precisamente en eso consiste la identidad” ([1]). Llegar a ser lo que uno es implica no ser otro; cada quien es singular e irrepetible y desde esa condición radical, el éxito no puede ser ‘uniforme’. Más bien se ajusta a cada persona. Cada quien tiene una vocación, un propósito su vida que debe descubrir y realizar. El ser consciente de responsabilidad nos encamina al encuentro de la propia identidad. Cabría cuestionarse, siguiendo el refrán chino: quien es más exitoso: aquel que plantó un árbol, escribió un libro o tuvo un hijo o, por el contrario, quien tiene un cuerpo esbelto, viaja en primera clase y se desplaza en un deportivo de última generación. Por cierto, tener un carro de lujo es lícito, aquí lo cito asumiendo que la vida de una persona gira absolutamente alrededor de los automóviles.
En cierta ocasión, escuché esta afirmación: “Lo crucial no es saber cuánto se gana sino en qué se gasta el dinero”. Y es que en la asignación del gasto se descubre lo poco uniforme que puede ser el concepto del éxito. A la pregunta: ¿En qué gastaría el dinero un escritor o un artista plástico?, la respuesta inmediata del primero sería en libros y la del segundo en pinturas. El éxito de una madre no es que su esposo disponga de bienes en abundancia, sino que sus hijos sean hombres o mujeres de bien. El del misionero es dejar su patria para aventurarse a tierras inhóspitas para convertir a sus habitantes.
El consumismo actual ha vendido la idea que el éxito es un bien que puede comprarse a bajo precio y lucirlo como de gran valor. El error estriba en suponer que el éxito es una mera mercancía, cuando en verdad es una tarea personal que con esfuerzo y tesón tiene que conquistarse sin hipotecar la propia identidad. La diversidad, consecuencia de la singularidad del hombre, predica múltiples modalidades y caminos para lograrlo, que no es un rótulo que distinga sino un calificativo que nombra a la realización personal. Ser uno mismo es un destino. El trayecto está sembrado de alegría, de victorias, de reconocimientos, pero también de tristezas, de derrotas y momentos opacos y duros. Mientras se esté en camino correcto el hombre saboreará el éxito… íntimo y personalmente.
[1] Terrasa, Eduardo, “El viaje hacia la propia identidad”, EUNSA, España, 2005, pág. 44.