Educar no sólo es un arte. Se convirtió en un desafío, dado que cada vez resulta más difícil llevar a la juventud en un sentido contrario a la mentalidad dominante. San Juan Bosco encontró la llave que abre el alma del joven a la influencia del bien.
Mantener la disciplina en una sala de clases formada por adolescentes es una dificultad que, con algunas variantes, se muestra tan antigua como la civilización. Los maestros de san Agustín podrían dar un valioso testimonio al respecto. En otros tiempos, los métodos usados eran muchos más directos que los actuales y daban resultados inmediatos, proporcionales a la energía y la fuerza de personalidad del profesor. Pero el problema de fondo no deja de ser el mismo, hoy como ayer.
El buen educador debe saber moldear la personalidad de sus discípulos, corrigiendo los defectos, estimulando las cualidades, haciéndolos amar los principios que orientarán sus vidas. En una buena educación, la formación religiosa ocupa un lugar principal, porque sin amor a Dios y auxilio de la gracia nadie logra vencer las malas inclinaciones y practicar duraderamente la virtud.
De la teoría a la práctica…
Todo esto es muy fácil en teoría…
Pero, ¿cómo hacerlo? Con una juventud, siempre ávida de novedades, que se apartaba de la religión y perdía el rumbo, Don Bosco hacía el “milagro”.
Intentos por descubrir el secreto del método preventivo
Tan sorprendentes eran los resultados que obtenía el fundador de los salesianos, que muchos de sus contemporáneos trataban insistentemente de arrancarle el “secreto” de su éxito.
Ésta fue la intención del rector del seminario mayor de Montpellier, cuando envió una carta a Don Bosco preguntándole qué secreto tenía la pedagogía que utilizaba. Imagínese su sorpresa al recibir la siguiente contestación: “Consigo de mis niños todo lo que quiero gracias al temor de Dios infundido en sus corazones».
No satisfecho, el rector envió una segunda carta, pero el santo no la supo responder ya que nunca había hecho un estudio sobre la materia. El libro del que sacaba sus enseñanzas era su propia vida.
Confianza: el instrumento del buen educador
Discurriendo sobre el mismo asunto en Roma con el cardenal Tosti, una mañana de 1858, san Juan Bosco le dijo: “Mire, Eminencia, es imposible educar bien a la juventud si no se gana su confianza”. En seguida, para darle un ejemplo concreto, lo invitó a acompañarlo a la Plaza del Popolo, donde fácilmente encontrarían grupos de jóvenes jugando y podría demostrar la eficacia de su método. Pero cuando bajó del carruaje, la tropa de niños que jugaba en la plaza huyó corriendo. Seguramente pensaron que ese cura les iba a hacer un pequeño sermón o a reprenderlos por alguna falta. El cardenal se quedó en el interior del vehículo mirando la escena, y se divertía creyendo que ese primer fracaso haría desistir a Don Bosco de la prueba.
Pero éste no se dejó abatir y en pocos minutos, con su vivacidad e irresistible bondad, había reunido una pequeña multitud de jovencitos a su alrededor, divirtiéndose con sus juegos y entusiasmados con su bondad.
Cuando llegó el momento de partir, formaron dos hileras delante del coche para aclamar al sonriente sacerdote mientras pasaba. Al cardenal le costaba dar crédito a lo que veían sus ojos…
Evitar el pecado: la esencia del método preventivo
A fin de cuentas, ¿cómo cautivaba Don Bosco a la juventud? El primer objetivo que pretendía era evitar todo género de pecado, usando para ellos una gran vigilancia acompañada por una amorosa solicitud.
No de una manera aplastante y glacial, sino paterna y afectuosa. Esa táctica para llevar a los jóvenes fue bautizada por el santo educador como “método preventivo”, en contraposición a otro por entonces en boga, denominado “método represivo” y basado en el castigo.
Este ejemplar educador de la juventud no perdía la ocasión de cortar el avance del mal. Incluso en los recreos su atenta mirada descubría en seguida dónde estaba la riña o de dónde salían palabras censurables, y sin demora deshacía la confusión con una hábil jovialidad, ya que, como atestiguaban sus alumnos, él era el alma de la diversión. No raras veces desafiaba a todos los niños, de una sola vez, a una carrera.
Se arremangaba entonces la sotana, contaba hasta tres y dejaba atrás la turba de jóvenes. Don Bosco siempre llegaba en primer lugar. Ya tenía 53 años y todavía su agilidad dejaba atónitos a los espectadores, porque nunca perdía una carrera con los alumnos del oratorio.
Dulzura en la reprensión
San Juan Bosco jamás aplicaba castigos corporales, convencido de que con eso sólo sublevaría los corazones y cerraría el alma del joven a los saludables consejos. La manera con que reprendía era una palabra fría, una mirada triste, una mano esquiva o cualquiera otra discreta señal de disgusto por alguna falta. Los resultados demostraban que era una forma de corrección extremadamente eficaz.
Cierta noche, después de las oraciones, Don Bosco quería dirigir a los niños algunas palabras benéficas antes de ir a dormir, pero era tan grande la algarabía que no pudo imponer silencio. Después de esperar unos minutos, les comunicó: “¡No estoy contento con ustedes! Vayan a dormir. Esta noche no les diré nada”.
Desde ese día nunca más hizo falta la campanita para que los muchachos guardaran silencio. Podría aparecer una duda contra este método. Esta vigilancia por evitar el pecado, ¿no termina quitándole libertad al joven? La naturaleza humana está hecha para el equilibrio: no sofocar la libertad, ni mucho menos permitir una indisciplina desatada. San Juan Bosco fue admirable en lograr esta conjugación.
A pesar de toda la vivacidad y afecto en su trato con los jóvenes,éstos mantenían siempre una actitud de respeto y admiración hacia su maestro.
Alegría, condimento indispensable
El ambiente en el comedor del Oratorio era una demostración de esta relación armoniosa, cuando Don Bosco se demoraba un poco más en acabar su comida, a la que había llegado atrasado. Apenas los otros superiores salían, una nube de jóvenes entraba corriendo y ocupaba todo el recinto sin dejar espacios vacíos. Cuánto se sorprendía y emocionaba Don Bosco al ver salir esas pequeñas cabecitas desde abajo, con la única finalidad de estar más cerca de su padre.
Ocasiones como ésta era una excelente oportunidad para hacer el bien. El ferviente sacerdote aprovechaba entonces para contar una historia, dar un buen consejo, hacer preguntas, hasta que la campana señalara la hora de la oración de la noche, es decir, el fin de esa convivencia enternecida.
Como se podrá ver, la alegría ocupaba un gran papel en el método educativo de Don Bosco. Con ella, el santo pretendía aligerar la vida y predisponer a los niños para abrir el alma a su influencia y a lo sobrenatural.
Uno de los medios que utilizaba eran los juegos y diversiones en los que participaba el propio educador. En una de estas recreaciones, alineaba a todos los niños en una única fila y les recomendaba: “¡Atención! Hagan todo lo que yo haga. Quien no me siga, sale del juego”.
Dicho esto, empezaba su recorrido, corriendo con los brazos al aire, haciendo gestos espectaculares, batiendo palmas, saltando con una sola pierna, amenazando detenerse en un árbol para luego salir corriendo otra vez. De este modo entretenía y creaba un ambiente de alegría para los jóvenes.
Con tales recursos, y sobre todo con la gracia divina, san Juan Bosco conseguía hacerlos amar a Dios con alegría. La música era un valioso instrumento para lograr este efecto, al punto de decir que una casa sin música es como un cuerpo sin alma.
Frecuencia en los sacramentos y devoción a María
La perseverancia sólo es posible con la frecuencia en los sacramentos y una ardorosa devoción a la Santísima Virgen.
En la confesión, Don Bosco pacificaba las conciencias, infundía confianza en las almas, conducía a sus juveniles penitentes a Dios. Huysmans, escritor católico del siglo XIX, hace una bella descripción de estas confesiones: “Nuestro santo, trayendo en el semblante la bonachonería de un viejo cura de pueblo, tiraba hacia sí al niño que había acabado el examen de conciencia, y tomándolo por el cuello lo rodeaba con el brazo izquierdo y hacía que el pequeño penitente apoyara su cabeza en su corazón. Ya no era el juez. Era el padre que ayudaba a los hijos en la confesión tantas veces penosa de las faltas más diminutas”.
Por medio de la comunión frecuente, san Juan Bosco quería fortificar el alma de los jóvenes contra las embestidas infernales. A su juicio, la Primera Comunión debía hacerse lo más temprano posible: “Cuando un niño sabe distinguir entre el pan común y el Pan Eucarístico, cuando está lo suficientemente instruido, no es preciso mirar la edad. Que el Rey del Cielo venga de inmediato a reinar en esa alma”.
Siguiendo los sabios consejos maternales, Don Bosco hizo de la devoción a María Santísima, bajo la hermosa invocación de María Auxiliadora, una columna de la espiritualidad salesiana. “Si llegaras a ser sacerdote – le repetía afectuosamente mamma Margarita – propaga sin cesar la devoción a la Virgen”.
Método preventivo y gracia divina
En realidad, el método preventivo de Don Bosco es una forma adaptada a las nuevas generaciones – y plenamente actual – de disponer a los jóvenes a ser flexibles a la acción de la gracia divina.
Ésta es verdaderamente la causa del éxito sorprendente de ese gran educador que marcó su época, hasta nuestros días, con su innovador método transmitido a sus seguidores, los sacerdotes salesianos y las hijas de María Auxiliadora.
(Tomado, con adaptaciones, de Revista Arautos do Evangelho, Enero/2007, n. 61, pag. 22 a 25)