El mundo está cambiando. Los países miembros del FMI se enfrentan a nuevos retos que van desde la COVID-19 y el cambio climático hasta la digitalización y la divergencia en las características demográficas. Los impactos de estos retos se están sintiendo de forma desigual según el país, y resultará inevitable que se manifiesten en sus balanzas de pagos, lo que podría socavar la estabilidad económica internacional.
Por ello, es importante que el FMI también reexamine su asesoramiento de política económica, sus actividades de préstamo y su fortalecimiento de las capacidades con el fin de ver si necesitan adaptarse de manera selectiva, y de qué forma, para satisfacer las necesidades cambiantes de sus países miembros. Por ejemplo, los actuales esfuerzos por establecer un Fondo Fiduciario para la Resiliencia y la Sostenibilidad se basan en la histórica asignación de DEG equivalente a USD 650.000 millones de 2021 y se dirigen a satisfacer las necesidades de financiamiento a más largo plazo de los países miembros con mayores necesidades para ajustarse a un mundo que cambia con rapidez.
Muchos de los retos a largo plazo que afrontan en especial los países de bajo ingreso están estrechamente vinculados a temas de desarrollo. Aun así, el financiamiento para el desarrollo por sí solo no es suficiente para ocuparse de objetivos internacionales de política pública que se superponen y que requieren la acción de todas las instituciones financieras internacionales. Al intentar abordar estos retos, el FMI se sitúa dentro de su mandato. De hecho, para que el FMI continúe cumpliendo su mandato, establecido hace más de 75 años en su Convenio Constitutivo, son necesarios cambios de dirección; en particular, el mandato de brindar asistencia a sus países miembros para superar los problemas de balanza de pagos sin recurrir a medidas que pongan en peligro la prosperidad nacional o internacional.
Cambio de dirección
Cuando el FMI abrió sus puertas en 1947, se entendía el financiamiento como la concesión de préstamos inmediatos de balanza de pagos de muy corta duración, de forma que el receptor pudiera capear shocks temporales y mantener la paridad de tipo de cambio frente al dólar de EE.UU. o el oro. Sin embargo, los mecanismos de financiamiento del FMI tuvieron que modernizarse con el tiempo a medida que evolucionaban los problemas de balanza de pagos de los países miembros. Por ejemplo, cuando se introdujo en 1952, el ahora tradicional acuerdo de derecho de giro (SBA, por sus siglas en inglés) fue considerado como una innovación radical, porque ofrecía al país miembro garantías de uso futuro de los recursos del FMI, siempre que continuara cumpliendo las condiciones para cada tramo del préstamo, en lugar de satisfacer una necesidad inmediata.
A comienzos de la década de 1970, el FMI detectó que el shock de precios del petróleo afectaría a sus países miembros de forma distinta según sus importaciones de petróleo; y, por tanto, que daría lugar a movimientos de cuenta corriente y a presiones prolongadas sobre la balanza de pagos. Así pues, el FMI introdujo instrumentos de financiamiento algo más concesionario y de mayor duración. Con la adopción generalizada de tipos de cambio flexibles en la misma época, el FMI también revisó sus actividades de supervisión.
Pese a las preocupaciones de aquel momento, estas innovaciones no cambiaron el carácter fundamental del FMI en cuanto institución monetaria encargada de velar por la viabilidad y sostenibilidad de la balanza de pagos como requisito previo para la estabilidad financiera y macroeconómica.
Las adaptaciones e innovaciones continuaron a medida que se identificaban nuevos retos. Se fortaleció la asistencia de emergencia de desembolso rápido del FMI (financiamiento y alivio de la deuda), entre otros casos, tras desastres naturales como el virus del Ébola en África occidental y el terremoto de Haití. Así pues, cuando comenzó la pandemia de COVID-19, el FMI ya se encontraba en una posición única para actuar con rapidez y proporcionar apoyo temporal a los países miembros que lo necesitan, y está complementando dicho apoyo con programas tradicionales de crédito mientras la crisis continúa.
Los retos futuros
Por desgracia, a medida que el mundo salga de la pandemia, los shocks de financiamiento tradicionales a corto y mediano plazo se repetirán. Por ejemplo, las contracciones monetarias, más bruscas de lo esperado, ante presiones inflacionarias en las economías avanzadas tendrán repercusiones sobre la balanza de pagos de los países de mercados emergentes. Los países con pesadas cargas de la deuda tendrán que trabajar para evitar crisis fiscales y de financiamiento. Y los grandes exportadores e importadores de materias primas tendrán que seguir mejorando su resiliencia frente a las importantes oscilaciones de precios. Para ayudar a los países a afrontar estos retos, el FMI continuará desplegando su conjunto de herramientas tradicional de supervisión, préstamo y fortalecimiento de las capacidades, si bien a veces puedan ser necesarias modificaciones menores.
No obstante, en la coyuntura actual, también es fundamental incrementar las actividades de supervisión y préstamo en temas a más largo plazo. Las cuestiones estructurales arraigadas predominan cada vez más en el mundo actual; estas cuestiones deben abordarse ahora para evitar problemas de balanza de pagos más importantes y difíciles en el futuro.
El cambio climático afecta a toda la humanidad, pero su impacto en los países es diverso. De forma similar, no todos los países podrán aprovechar de igual manera las oportunidades que presenta el cambio digital, como son las monedas digitales de los bancos centrales. Las presiones demográficas son bastante diferentes en distintas partes del mundo. Las desigualdades de ingreso y de género se están ampliando.
Para abordar eficazmente estos retos es necesaria la cooperación entre el FMI y otras instituciones que tienen conocimientos especializados en estos ámbitos, como el Banco Mundial. Que estas tendencias tengan ramificaciones dispares en los países miembros implica necesariamente que se manifestarán, en mayor o menor grado, en la balanza de pagos de los distintos países. Por ejemplo, el cambio climático dará lugar al aumento de las importaciones de alimentos y de la emigración en muchos países afectados.
El cambio digital tendrá un impacto sobre el comercio de bienes y servicios, pero también en los flujos de capitales con la aceleración de la innovación financiera. Y, a menos que se aprovechen de forma adecuada las presiones demográficas, los países con poblaciones jóvenes y en rápido crecimiento afrontarán el aumento del desempleo, mientras que, para las sociedades en proceso de envejecimiento, la escasez de mano de obra, bienes y servicios podría ser un problema.
Así pues, los retos a los que se enfrentan los países miembros del FMI están en constante evolución. Aun así, la necesidad de asesoramiento de política económica —y, en ocasiones, de financiamiento— del FMI sigue existiendo. Por ello, el FMI continúa ampliando sus herramientas de manera selectiva, al igual que lo ha hecho en el pasado, con el fin de estar preparado para afrontar estos retos, en colaboración con otras instituciones.
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