¡Voilá! Quizás esta sencilla y conocida palabra francesa puede resumir, con todos sus matices y sutilezas, lo acontecido el domingo 7 de julio en la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia. No tiene un sinónimo o paralelo claro ni en español ni en inglés porque refleja, junto a algo consumado, un cierto toque de sorpresa y a la par de satisfacción, como cuando un artista da el toque final a su obra.
Aplicado a la situación creada en Francia, habría que preguntarse primero quién ha sido, siguiendo el símil, ese artista. ¿Emmanuel Macron, que encendió la peligrosa mecha de adelantar esas elecciones para que el pueblo francés decidiera si quería, verdaderamente, dar el poder a la ultraderecha de Marine Le Pen? ¿O Jean-Luis Mélenchon, artífice de la unión de las izquierdas que han obtenido la mayoría simple, que no absoluta, en la Asamblea Nacional?
Las peculiaridades del sistema electoral francés, que prima la concentración del voto en las fuerzas políticas más fuertes en las segundas vueltas, hacen del voto estratégico –mal llamado útil– un instrumento clave para dirimir situaciones de dilemas morales. Fomenta indudablemente tomar la decisión, no tanto por afinidad ideológica, sino por temor a un presunto mal mayor. En otras palabras, el cordón sanitario, que ya le fue aplicado a Le Pen en anteriores elecciones presidenciales.
En esta ocasión, hubo que forzar la inmolación de candidatos macronianos de centro o frentepopulistas de izquierdas en aquellas circunscripciones electorales donde presentarse por separado era facilitar la elección de los candidatos del ultraderechista Reagrupamiento Nacional. La operación política ha funcionado y la segunda vuelta ha enviado a los de Le Pen a la tercera posición en la Asamblea Legislativa, mientras que los grandes beneficiados han sido el vencedor Nuevo Frente Popular, comandado por Mélenchon, y el Ensemble macroniano, que ha quedado segundo y ha salvado los muebles.
En las primeras impresiones y comentarios muchos se han felicitado por el éxito de haber logrado frenar el ascenso del joven Jordan Bardella, candidato lepeniano, al gobierno.
La ultraderecha, de 89 a 143 escaños
Soñaba la ultraderecha francesa con la mayoría absoluta o que, al menos, fuera de tal calibre que resultara imposible ignorarla, pero eso no ha ocurrido. No es, sin embargo, menos cierto que ha experimentado un notable crecimiento en porcentaje de votos (24,8 % frente a 17,3 %) y en escaños (143 frente a 89). El sueño momentáneamente se ha detenido, pero son datos que no pueden desdeñarse para entender las pulsiones y las tendencias del electorado.
Por otra parte, los vencedores del Nuevo Frente Popular conforman una coalición de partidos y liderazgos muy diversos y no siempre fácilmente conciliables entre sí en cuanto a posturas sobre temas diversos y altamente sensibles como política exterior, Unión Europea, seguridad e inmigración.
Aunque Mélenchon sea la cara más visible de la coalición, poner de acuerdo en una política común a todos los que se unieron en esa operación de emergencia se antoja complicado y puede ser fuente de fricciones internas. Más aún cuando posiblemente se van a ver en la necesidad de cohabitar con quien hasta hace dos días era también su enemigo declarado, el presidente Emmanuel Macron (con mando en plaza hasta 2027).
En términos de cohesión interna, que siempre son un termómetro de fortaleza para encarar procesos electorales con cierta seguridad, los de Le Pen continúan seguros de sí mismos, pese al varapalo de no haber vencido en estas elecciones en que partían como favoritos. Además del mayor respaldo obtenido en las urnas, de cara a las presidenciales de 2027 pueden contar a su favor las más que posibles desavenencias y desencuentros que rodeen a la nueva mayoría legislativa, dada la heterogeneidad de sus miembros.
Ningún partido ha obtenido la mayoría absoluta y se abre la necesidad de pactar, de consensuar políticas en las que no se encuentren demasiado incómodos todos los socios: el centrista Ensemble, la Francia Insumisa de Mélenchon, los socialistas clásicos, los comunistas y los verdes, entre otros. Esta situación, en el mejor de los escenarios posibles, puede durar algún tiempo, pero a medida que se acerque la elección presidencial la necesidad de diferenciarse puede agrietar esa unidad precaria. En política económica, por ejemplo, existen diferencias bastante notables.
¿Quién será el encargado de formar gobierno?
Ni siquiera está claro, ni mucho menos, que el líder de la nueva mayoría simple, Mélenchon, sea el encargado por Macron de formar gobierno, debido a su conocida radicalidad. De hecho, incluso se postulan otras figuras de consenso más moderadas como el socialista Raphaël Glucksmann para hacerlo más asumible por el presidente de la República, a quien los portavoces del Frente Popular exigen que reconozca su derrota.
La segunda vuelta ha tornado mucho menos abultado ese fracaso de los centristas, debido a la aglutinación del voto estratégico contra los de Le Pen, y a ello se agarra el oficialismo, pero no están como para tirar cohetes.
De cara a Europa y al mundo, puede esgrimir Macron que su apuesta por frenar a la ultraderecha, tras los resultados de las elecciones europeas de junio, le ha salido bien. El panorama político interno que se abre es, sin embargo, notoriamente más inestable que el anterior. Se temía a la extrema derecha. La gran cuestión es si hay que temer, del mismo modo, a la izquierda radical. Además, la partición de la Asamblea Nacional en tres grandes bloques (representados de derecha a izquierda por Le Pen, Macron y Mélenchon) da a luz una situación prácticamente inédita en la V República, que supone un desafío desconocido para todos sus actores.
Ha triunfado la resistencia organizada contra la extrema derecha, gracias a una amplia movilización de todos sus opositores, pero Reagrupamiento Nacional está más fuerte y la historia reciente de Francia demuestra la dificultad de las cohabitaciones entre presidentes de la república y del gobierno de distinto signo. Las espadas siguen, pues, en todo lo alto.
Nota de Redacción: el presente artículo, publicado originalmente en www.theconversation.com es autoria de Carlos Barrera, Licenciado en Periodismo (1985) y Doctor en Comunicación (1991) por la Universidad de Navarra, España. Carlos Barrera es Profesor Titular de Periodismo, con tres sexenios de investigación reconocidos, también es Director Académico del Máster en Comunicación Política y Corporativa (2004-2013, 2018-presente), Visiting Scholar en la universidad de Sheffield (2003) y en la Northwestern (Evanston, Illinois, 1995), Rutgers (New Jersey, 2010) y George Washington (DC, 2018), además de Chair de la History Section de la International Association for Media and Communication Research (2008-2012).