Hay una tierra hermosa y diversa que nos emociona, un país con sus encantos y alegrías, también con sus cosas extrañas, pero de gentes que quieren siempre mejorar. Allí -o mejor dicho, aquí-, la comida es variada y para todos los gustos, para todas las economías y placeres, es un símbolo de nacionalidad, una representación de orgullo, un emblema propio, innato… pero hoy, el hambre la azota, hoy esa comida se aleja de la mesa y del estómago de los más pobres y de las clases medias porque los precios suben imparables, porque el trabajo duplica las horas entregadas y divide el presupuesto, se reduce el salario percibido o las pocas monedas de intercambio. Por un sol tenías seis panes, ahora sólo tres y más pequeños. ¿Te has dado cuenta?
Esto ocurre en el Perú, que como toda latinoamérica, ha sido contaminado por descontentos acumulados en el tiempo y ha hecho que las gentes crean que las elecciones solucionan todo, pero no es así, al contrario, son la sorpresa de la mala esperanza. Y esa mala esperanza, cuando se viste de posiciones extremas hacia la izquierda, se vuelve una condena perpetua de la que ninguna amnistía nos puede salvar, y por eso nos va conduciendo, nos va obligando solamente a una salida como respuesta: la violencia, la resistencia como fuerza para defender la Libertad y recuperar los caminos de una mejor democracia.
Yo no tengo ni tiempo ni años que justificar para explicar lo que pienso, al contrario. Tengo el tiempo y los años para explicar lo que creo que debemos y tenemos que hacer. Pero como siempre hay fanáticos en los medios de comunicación y en las redes que seguramente van a decir algo de mis opiniones, iré al primer punto del debate: la violencia como expresión de fuerza y resistencia democrática frente a la violencia del Estado, del gobierno, del comunismo, del que roba las esperanzas.
En un país con el 80% de su economía informal, con una dependencia de la población más allá o fuera de las leyes, el empobrecimiento es una vereda que no se debe transitar y por eso, se esquiva, porque las leyes empobrecen, porque la leyes arruinan, porque las leyes castigan el emprendimiento, porque las leyes y los que las hacen desde el gobierno y el congreso (y desde los escritorios de los cárteles que presionan), se reproducen para aplastar a las familias, a los que pagamos impuestos, se multiplican para hundir a los negocios medianos y pequeños, para asfixiar a cualquiera que luche por su progreso, su crecimiento y su desarrollo.
Si Alicia, Rosa, Verónica y Yanet, si Pedro, Alcides, Francisco y Renato preparan empanadas, tejas, postres, menú o sánguches para distribuirlos o venderlos ellos mismos en fábricas, mercados, paraderos de transporte público, oficinas o en algunas esquinas, el Estado corrupto -ministerios y municipalidades- les caerán encima, en sus casas, en sus despachos o entregas, en sus lugares de trabajo y en su propio andar. Les exigirán desde registros sanitarios hasta recibos por cada venta, uniforme, empaques, códigos de barras, etiquetado, recipientes o containers, logotipos, volantes con el precio y toda clase de documentos que -si los tuvieran-, triplicarían sus costos de producción y reducirían sus ingresos a la sexta parte por lo menos. Entonces, en ese escenario ¿Cómo se protesta, cómo se rechaza el abuso? ¿Coimeando de los pocos centavos que nos quedan? Yo creo que con una actitud fuerte y solidaria -de la unidad de los pobres, de la unidad de las clases medias-, de la unidad ejemplar de la empresas -trabajadores, accionistas, directivos-, y si esa actitud fuerte quieren denominarla “violencia” siendo resistencia, pues ni modo, la violencia se justifica, la resistencia se aplica con honor y constancia, secuencia y frecuencia, imparable.
Un país asediado en cualquier esfuerzo por las bandas criminales del gobierno izquierdista, autoritario, totalitario, plagado de gentes sin escrúpulos y delincuentes, necesita defenderse y la actitud de protesta, de rechazo, de lucha y persistencia tiene que ser con violencia, con la fuerza de la unidad para defender la dignidad (no es violencia armada, no es violencia de fuego, se llama actitud de violencia y se expresa con la energía del rechazo. Eso es resistencia democrática).
Por eso, por la necesidad de expresar la indignación, la cólera frente al abuso del poder de un gobierno de izquierda, cada vez crece más el grito popular de protesta e indignación: “el hambre y la miseria, son culpa del gobierno”. Esa frase es ahora el preludio de un himno por la Libertad y nosotros sabremos darle las estrofas con el golpe de la razón, para cantarla, para marchar con las banderas de la Patria que nos quieren quitar los comunistas otra vez.
Tenemos que construir una alternativa popular de gobierno nacional, regional y local, esa es la tarea que nace en cada hogar, en cada barrio, en cada comunidad y espacio de fraternidad. No esperemos el verano o la primavera, ahora es el tiempo.
Trabajemos para hacer popular, todo lo que sea bueno para el Perú y los peruanos: propiedad privada, ahorro, empresa, sentido de pertenencia, integridad, respeto, cero corrupción, menos Estado, más Libertad.
Recuerden esto siempre: el significado de cada palabra la definimos nosotros, los que las decimos, no los otros, los que nos maldicen.
Imagen referencial, pintora sueca Mimmi Scheibe, “perlas de verano”