Nuestra realidad como país, es para reirnos o para enervarnos, no sirve para edificar progreso, ni para construir desarrollo. Estamos sometidos a la ignorancia con cargos públicos y a la indiferencia con funcionarios vanidosos que llegan al extremo de decir que “brillan con luz propia”. No es el colmo, es la tristísima realidad que nos ha obligado -no es de ahora, viene de hace décadas-, a ser absolutamente sinceros y egoístas con nosotros mismos, para no mirar esa podredumbre y miseria que es la política peruana, esa inmensa gama de sinverguencería que reflejan ministros y congresistas de poderes de un Estado criminal, que se ahuyenta de sí mismo y por eso, acuchilla las libertades y envenena la democracia.
Nos lamentamos en privado y crecientemente en redes sociales, ya que las calles son vías de paso, no son catapultas de protesta ni escenarios de nuevas voces por el rescate de valores, el impulso de virtudes o la conquista de principios. Las calles tienen manchas de víctimas que se callan y mueren en silencio, porque el pueblo no les da la voz que resucite su condena a la impunidad. Nos están enfrentando entre iguales, así seamos unos de derecha y otros de izquierda, algunos al centro y muchos sin saber de dónde o qué son, pero están allí, deambulando en la incertidumbre que nos encierra en el sobrevivir o ser parte de esa trama oscura, sucia y vulgar de la política peruana, que está viéndonos pelear entre ciudadanos sin rumbo propio, manipulados hábilmente por cárteles “de eso” que se dice ser “la política” y que no es más que organizaciones del delito y la impunidad, tejiendo las cuerdas de nuestra horca.
¿Y en qué momento estamos ahora en que el dengue sigue aumentando cifras de los olvidados y que el hambre sigue creciendo en las panzas vacía de millones? ¿En qué situación se encuentran los pequeños y medianos emprendimientos que callan su ira cuando los gobiernos locales les multan y sancionan para hacer crecer los sueldos, premios y bonos de sus funcionarios corruptos? Nos encontramos ante la obsesión perniciosa de un gobierno que quiere “viajar como sea e irse con lo que agarre” y un congreso que quiere dejarnos la bicameralidad como trampa para seguir viviendo del pan del pobre, del sudor del informal, de la esperanza de las clases medias y por supuesto, de más impuestos a las empresas privadas.
Y seguimos calladitos como aprendices de los truhanes o “aceptantes” porque es mejor el silencio y el seguir cada uno su camino, porque meterse en política es incómodo, suicida, de alto riesgo y letal.
Escuchen: Que Pedro Castillo no esté como presidente ahora, es lo mismo que Alejandro Toledo o Martín Vizcarra tampoco lo estén. Hablamos de los procesados que tanto daño han hecho y siguen haciendo al Perú.
Pero no porque no estén los bandoleros, hay que aceptar que Dina sea “una solución” o que digan de nuevo, lo que ya no dicen felizmente: que Williams era una solución (y su pobreza de carácter, nos revela qué mal se conduce el Congreso).
Fíjense bien, lean, averiguen, pregunten, no se lancen a escoger entre lo peor, algo menos malo porque el tiempo revela las inconsistencias de unos y las atrocidades de otros. Y les digo esto porque en unas semanas más, Dina seguirá en su afán irracional de querer viajar -¿a qué tanta presión por hacerlo?- y en el Congreso estarán con el afán de la Bicameralidad y de sentar una nueva Mesa Directiva donde quien sea presidente, sólo pensará en reemplazar a Dina como sea, al costo que sea, porque no les interesa el país para nada bueno, salvo sus billeteras y placeres. ¿Está claro ahora? ¿Se dan cuenta?