En todo el Hemisferio, con excepción de un par de países, se repite el mismo problema: polarización que fomenta el odio basado en la victimización. El gobierno Demócrata de los Estados Unidos continúa usando su influencia política en la región, y su cuasi monopolio económico y comercial sobre el Continente Americano para obligar a las naciones a imponer sus políticas socialistas globalistas progre (aborto, ideología de género y ateísmo anti fe).
Mientras que los Demócratas atacan el tejido social de la esencia latinoamericana, como lo hacen con su propio país, están quebrando su propia economía con sobrerregulaciones, alza impositiva, y una serie de medidas inflacionarias. De modo contrario, Rusia y China se han manifestado abiertamente contrarios al globalismo progre, y cada vez liberan más su masa productiva, su capacidad emprendedora y con ello, progresan.
Por ejemplo en Centroamérica, otrora bastión pro gringo, Washington ha perdido su dominio sobre El Salvador, Honduras ya no le es fiel, y están buscando desesperadamente mantener bajo su bota a Guatemala. En cambio, hasta la fecha ni Rusia ni China condicionan ideológica o políticamente a sus socios comerciales. Lo mismo comercian con el Brasil de Rousseff, que de Bolsonaro.
Los Estados Unidos han tenido bases y tentáculos sólidos en Asia y Eurasia desde finales de la Segunda Guerra Mundial. La URSS (antiguo bloque soviético) ha tenido presencia en Cuba, Nicaragua, y en los grupos guerrilleros terroristas. Chinos hay dónde quiera que haya tierra, pero China sólo había tenido alguna presencia en Perú a través de Sendero Luminoso que es Maoísta.
La ironía es que han sido los Demócratas a través de sus propias embajadas, USAID y las ONGs afines los que han avanzado el socialismo en la región.
En los últimos 20 años, tanto la nueva Rusia como la nueva China han sabido posicionarse inteligentemente. Mientras los Estados Unidos imponen, los rusos y los chinos proponen.
En El Salvador, el Presidente Nayib Bukele pareciera que ha cuasi “vendido su alma” a China a cambio de insumos para reactivar su resquebrajada economía.
Previo a la “pandemia”, China había dado US$136 mil millones en préstamos a América Latina para obras de infraestructura, principalmente a países de corte socialista como el Brasil de Lula, la Bolivia de Evo, la Argentina de los Kirchner, la Venezuela chavista y el Ecuador de Correa. Luego del Covid China ha desarrollado dos grandes canales comerciales con el Hemisferio: la industria de la salud y la industria de tecnología.
Venezuela, no ha podido pagarle a China los US$62,200 millones de deuda desde el 2018. Desde entonces no da US$1 más a ese país. De ahí su cautela actual en cuanto a otorgamiento de préstamos. En parte la falta de pago derivó también de que los acuerdos con Venezuela incluían una parte del pago en petróleo. Rubro que ha sufrido un desgaste significativo en su valor además de que el país está quebrado. A China le interesa también la energía limpia.
De esta crisis surge el nuevo interés de las empresas chinas en establecer vínculos comerciales privados con empresas latinoamericanas o alianzas público-privadas con los Estados soberanos. Pero es todo comercial, no político.
En el caso de Bolivia o Guatemala, la minería es un gran atractivo tanto para China como para Rusia. Para China porque no existe aparato eléctrico que no requiera de minerales tan elementales como el oro y la plata. En el caso de Rusia, la explotación de níquel ha subido y se rumora que al menos en Guatemala, puede incluir uranio de baja calidad que va mezclado con el níquel y otros minerales en graneles.
Rusia por su parte, además de níquel, busca alimentos perecederos. Su clima y aridez no le permite autoabastecerse. América Latina una vez fue llamado “el granero del mundo”. Su ventaja comparativa está en la fertilidad de sus suelos. Si nuestros productores fueran más inteligentes y agresivos, explotarían esa vía. El nuevo consumidor ruso es sofisticado y de sólo papas y trigo ha pasado a apreciar el banano, los cítricos, etc. Ya importa fruta, verdura y carne de Brasil, Argentina y Uruguay.
Tanto Putin como Xi Jinping son pragmáticos y tienen además un elemento personal en su interés en América Latina. Ambos desean posicionar a sus países como potencias, desafiar a los Estados Unidos, y con ello, lograr lo que ellos ven como un balance de poderes que deje de dar mayor fuerza a Occidente.
La pregunta entonces podría ser ¿Qué ventaja le sacaremos los países de América Latina a esta pugna entre titanes? Comerciar, sin aceptar imposiciones de índole social o política.