El Perú es extraordinariamente increíble, es un país irónico y paradójico que mezcla cualquier escenario y monta cualquier espectáculo de la política y la gente lo mira, lo ve pasar, siente que le hacen daño y se calla o tal vez dice algo un rato, pero no pasa de eso, de un momento. No tenemos en las arterias algún mínimo torrente de indignación general que inunde las venas, poseemos apenas un salpullido sobre la piel. Sabemos lo que pasa y lo que pasó, también lo que va a pasar y por eso, nada nos asombra entre la vida, la muerte y el estar al medio de los extremos.
Es muy difícil que algo nos remueva el coágulo que se encuentra estancado en la cabeza, es parte de la vida misma, es nuestra marca Perú la inmovilidad, el ser estáticos, el no animarnos al cambio y tampoco a la revolución. Por eso, seguimos en una especie de paz general, viviendo nuestras guerras personales o de grupo, pero no salimos de allí y los políticos hacen de ese ritmo, su práctica de costumbres. ¿País? No somos un país, somos muchos países y eso, lo escuché de Ricardo Escudero en San Marcos, cuando habló en mi Facultad y al presentarse dijo:
“Aquí estamos todos los que somos hechuras de esa peruanidad que rechazan los que no se reconocen así mismos como peruanos, en un extraño miedo social y cultural que nadie les ha explicado que es contraproducente y que permite que los políticos hagan lo que les de la gana cada día, porque estamos divididos tanto, que ni siquiera existen instituciones, organizaciones, gremios, partidos, clubes o juntas vecinales que sean símbolo de unidad, tolerancia, sensatez, cordura y objetivos comunes”.
Sabemos esto y no hacemos nada, sabemos lo que sucede “más arriba”, en el poder, y no hacemos nada porque es o pensamos que sería imposible de tenerse un logro positivo, en favor de la gente.
Sucede que como no podemos estar adivinando lo evidente, sabemos predecir el desastre porque ya lo estamos viviendo y lo toleramos increíblemente. Ese es el tema central: lo sabemos todo y permitimos que todo suceda. No queremos rebelarnos ante nosotros mismos para quitarnos ese muro que nos impide mentalmente ser dueños y guías de nuestro destino, limpiando la casa, el barrio, el distrito, la provincia, la región, el país.
No existen neuronas amarradas o encerradas, no las dejamos funcionar, no abrimos la mente.