Es doloroso, qué duda cabe, pero ocurre más que ayer y aumenta cada día con una velocidad imparable y creciente: los ancianos son la carga que nadie quiere cuidar, los ancianos son el peso de un estorbo que hace daño porque limita la “felicidad y el tiempo libre” de los hijos. Por eso, es como una moda decir que tener a los padres viejos, con dificultad para moverse o los achaques que los van limitando, es un grave problema que constituye un costo creciente en tiempo, dinero y tranquilidad, nos dicen 8 de cada diez hogares entrevistados. ¿Y hace unos 20 o menos años, cómo era el trato y desenvolvimiento con tus padres? les preguntamos a los hijos; la respuesta inmediata fue que “eran unos ángeles, eran ágiles, ganaban dinero, cuidaban su casa, siempre nos invitaban a pasar los fines de semana, eran el soporte de toda la familia cuando los necesitábamos, siempre había un plato para almorzar, les podíamos dejar a nuestros hijos si teníamos un compromiso o un viaje de vacaciones, nunca fastidiaban”.
¿Y qué pasó entonces? Que se volvieron ancianos, más débiles, con menos dinero y más necesidades para su desenvolvimiento, con enfermedades y limitaciones que requieren apoyo constante o por lo menos con cierta frecuencia y lamentablemente... “los hijos ya no tenemos tiempo para esas cosas”, ese es el gran pecado que -los hijos-, creen que nunca les tocará en el tiempo.
Y ocurre peor si los viejos viven en la misma casa con sus hijos y sus nietos, peor aún si la casa es de uno de los hijos y sus padres (o uno de ellos si el otro falleció) ha ido a vivir allí o en casa de uno de los yernos o nueras, porque es como un “invitado no deseado, pero que se debe tener allí pues, qué se hace”.
Hay una distancia inmoral, un alejamiento perverso que se activa automáticamente, que rompe el amor y el aprecio, que cambia radicalmente los sentimientos por algo así como una cólera constante, ahora, de tener que cargar con el que nos cargaba, de tener que darle sus medicinas y tal vez sus alimentos, a los que nos daban siempre nuestras medicinas y alimentos, de vernos exigidos a cuidar todo el tiempo, por obligación, a los que nos cuidaban todo el tiempo, pero por Amor. ¿El cambio en los sentimientos, a qué se debe? ¿No sembraron los Padres amor en sus hijos? ¿O es la educación escolar que recibieron -sus hijos-, la que les deformó la idea de cariño, amor filial, reciprocidad y protección?
Entonces, en esa “obligación repulsiva” de tener una o dos cargas (Padre y Madre) vienen las ideas de sacarse de encima “esa incomodidad” y se busca un albergue lo más barato y lejano posible, o un asilo, un hogar de ancianos o lo que sea, pero que alcance para pagarlo con la pensión de jubilación de los viejos y “bueno pues”, complementada con dinero de los hijos. Ese es el escenario natural ahora. ¿Es justo ese drama que no tiene nombre?
El hogar familiar, “previo al despido arbitrario de papá o de mamá” se ha convertido en un espacio de abandono y marginación con los ancianos, en un lugar de maltratos, gritos y “avergonzamientos”. Y la solución es pensar en buscar asilos, albergues, hospedajes y corralones para despojarnos de los viejos, para dejarlos en esos lugares que son, de acuerdo a la realidad y el dinero, el ataúd previo donde te deja, la que fue tu familia, porque ya no lo será, ya no te verá a diario, ni cada semana, ni una vez al mes, quizás, nunca más.
¿Hay excepciones? Felizmente sí, son islas extraordinarias resistiendo el oleaje de la maldad de las nuevas modas que le ponen sin asco, el nombre de “familia” a la perversión, para que no se hable ya de Familia, ni de Amor, mucho menos de respeto o consideración.
Por eso, resitir, resistir, resistir y volver a renacer, esa es la idea, porque el Amor no se envejece jamás.