Es innegable que los tiempos han vuelto a ser de conciencia y de actitud. Tiempos de la honestidad intelectual y la entrega a causas que se fundamentan sobre principios, valores y virtudes. Tiempos de gentes sólidas, para vencer los nubarrones esparcidos de odio, resentimiento y violencia que nacen y se nutren desde la asquerosa izquierda, con el deterioro y desprestigio de la institucionalidad tan necesaria para estabilizar a la nación.
Los ciudadanos, en especial los más jóvenes, no se tragan cuentos ni modas, no caen en la música del atropello y la sangre como impulso a la rebeldía del sueño y la novedad. Por eso, hoy y mañana, como lo fue ayer y antes de ayer, las voces de muchos y los rostros de todos les dicen que se callen y estudien, que se callen y aprendan, que se callen y respeten, a todos los matices y colores innombrables de las izquierdas que se reproducen como esporas, pero no llegan a ser un cuerpo o identidad que refleje consistencias de esperanza legítima.
Hoy en las redes sociales, en las calles, en los paraderos, mercados y restaurantes, se escucha a obreros, empleados, madres de familia, estudiantes y verdaderos maestros, compartir opiniones, ideas y propuestas que se convierten, que deben convertirse en el guion y agenda de una alternativa popular de gobierno nacional. Ese es el fundamento de la esperanza y las oportunidades, un discurso que, como voz fuerte y palabra pensada, crezca hacia todos y conquiste a todos, rompiendo el pasado vergonzante de las divisiones provocadas y las divisiones aceptadas.
Es evidente el imparable crecimiento de la participación ciudadana en política y hay que alentarla a formar instituciones, con ideas y doctrina, con ejes programáticos, con acciones que se hagan secuencia y frecuencia, con liderazgos para gobernar y dirigencias para proteger el camino propuesto.
La democracia hay que reconstruirla, porque su fragilidad la ha hecho casi desaparecer, por culpa de los mastines de las izquierdas del odio.