Todo lo que hace un gobierno “en el día a día” es sujeto de evaluación inmediata y produce un impacto por lo menos comunicacional entre los ciudadanos, que reaccionan impávidos ante las tropelías y también ante los desaciertos. Es común por ello que si no se trata de políticas públicas debidamente explicadas, los anuncios radicales, de corte también público -pero que son eminentemente políticos-, se interpretan como atropellos contra los derechos de los ciudadanos y sus familias, y pueden ser entendidos como razones de protesta y cólera. Nunca se trata de “ideas o propuestas en beneficio de todos” cuando son imposiciones sin base, sin sustento, sin previa discusión o aceptación popular, nunca. ¿Se dan cuenta del espacio que existe entre el atropello, la imposición absurda y las razones de cólera y protesta? Ustedes sí, los gobiernos no, porque los gobernantes viven “ensimismados en sí mismo”, como quien dice, más soberbios que la propia soberbia y vanidad en su máxima intolerancia. Y si se trata de gobiernos de izquierda, el tema da para contar de todo y para todos.
Chile es como una especie de calle de mala suerte, que teniendo para extenderse y ampliarse en beneficio de sus habitantes, se ha hecho más estrecha, ahoga, no deja respirar y es un callejón sin salida (por lo menos por ahora).
Chile siembra muros impensados para dividirse, como una autoprovocación al desastre. Sin embargo hay una vereda atosigante: El gobierno chileno es una mezcla de incapacidades y talentos por la ignorancia, no existe otra interpretación, porque la economía no va bien (y nada que es por la pandemia y la crisis de otros), es por la inoperancia e ineptitud presente, donde quienes deben conducir, chocan o atropellan, donde quienes deben limpiar el camino, lo ensucian y pervierten. Y la democracia como siempre, se encuentra en el bull de los dardos intelectuales de la generación perdida y los cuchillos populistas de una nueva clase política que se llama “los medios”, cada vez más envenenados, que la hieren en el centro de la dignidad.
¿Es sostenible un país que dinamita sus ahorros previsionales? ¿Es entendible una nación que prioriza más debates enredados, que han sido rechazados, para exigir el cambio de las leyes nacionales a como de lugar? ¿Es posible un gobierno al mando de un presidente absolutamente inestable y perdido en la escena de la realidad? No, no lo es.
Chile rema en contra de sí mismo y tiene las aguas fluyendo -de sobra- para navegar con tranquilidad en canales de riqueza que está menospreciando. ¿Y es eso posible? Sí, sí lo es, pero lo asombroso es la pasividad chilena que no detiene y repara la barca que hace agua. Es como si Chile se hubiera bolivianizado (hay que poner alguna palabra para definir esto).
Lo real en todo lo que pasa, porque no hay que ser detallista para diagnosticar al paciente, es que “Chile estaba sano y cuerdo” y ahora “Chile no camina, ni retrocede, se ha estancado en una locura imparable” y no avanza en desarrollo con inclusión, en ideas de diálogo y unidad, en objetivos que sean amplios y transversales, en el destino que marcaba a todos los demás como un ejemplo.
¿Qué va a suceder? Que el circo del señor Boric seguirá a tres pistas: del fuego que produce incendios y cenizas, del polvo que resulta del derrumbe y la destrucción, y del telón del olvido que hace que lo imposible vuelva a pasar. En suma, una pena por el Chile que hacía progresar a su pueblo.