La campaña ha comenzado. No habían pasado ni diez días desde la muerte del Papa Francisco y ya tenemos al coro de plañideras progresistas y a los medios del régimen apuntando sus cañones contra uno de los cardenales más incómodos para el nuevo orden eclesial: Juan Luis Cipriani. Un hombre que, con todos sus defectos, ha sido siempre un muro de contención contra las herejías, las concesiones al mundo y las maniobras del ala jesuítica y sinodal de la Iglesia. Y ahora pretenden borrarlo del mapa, humillarlo, desacreditarlo, liquidarlo.
El desacreditado medio español “El País” publica hoy un infame panfleto en el que, a través de un denunciante anónimo -sí, anónimo, después de siete años de la denuncia inicial y cuarenta desde los supuestos hechos-, se pretende presentar como escándalo lo que es, en realidad, una muestra más de la arbitrariedad y la ilegalidad que ha reinado en Roma durante el pontificado de Francisco.
Según este libelo, Cipriani estaría violando una supuesta «sanción» que le prohibía aparecer en público, vestir de cardenal o asistir a actos oficiales. ¿De verdad? ¿Desde cuándo una «medida disciplinaria» sin proceso canónico, sin juicio, sin derecho de defensa, equivale a una condena perpetua? ¿Desde cuándo un Papa puede imponer castigos personales, secretos y extrajudiciales, y pretender que vinculen a sus sucesores y al colegio cardenalicio?
Lo que en realidad molesta a estos progresistas es que Cipriani haya vuelto a Roma, haya rezado ante la tumba del Papa muerto, haya caminado con los demás purpurados en las congregaciones generales y haya estado presente como lo que es: un cardenal de la Santa Iglesia Romana. Molesta porque su sola presencia recuerda que hay cardenales que no están dispuestos a tragarse el veneno sin rechistar. Molesta porque no quieren voces disonantes mientras preparan el nuevo golpe de estado eclesial en el próximo cónclave.
Pero no solo molesta su presencia. Molesta su historia. Molesta que haya combatido el terrorismo. Molesta que haya defendido la vida, la familia, la verdad católica sin complejos. Molesta que no se doblegue. Y por eso resucitan esta denuncia oportunamente en plena sede vacante, como quien lanza un último torpedo antes de la elección papal. Un clásico manual de guerra sucia mediática: acusar, extender la sospecha, presionar al colegio cardenalicio, condicionar el clima.
Es repugnante. Es miserable. Es intolerable.
Y decimos más: si la jauría sigue, si los periodistas progres, los jesuitas de turno y los purpurados infiltrados en la agenda mundialista insisten en esta cacería, será necesario decir lo que otros callan. Será necesario explicar quién es exactamente este denunciante, cuál es su trayectoria, cuáles son sus conexiones, y cuál es la verdadera historia detrás de su carta de 2018. Porque aquí no estamos ante una víctima que busca justicia; estamos ante una operación orquestada para destruir al hombre que puede impedirles consumar su plan.
En InfoVaticana hemos criticado a Cipriani cuando correspondía, hemos publicado sus silencios cobardes y sus ambigüedades incómodas. Pero esto es otra cosa. Esto es un intento de eliminar a un cardenal kingmaker, a un cardenal capaz de verles venir, a un cardenal que todavía representa una línea de firmeza frente al caos. Y no vamos a callar.
Hoy Cipriani está en el punto de mira. Mañana será otro. Pero lo que está en juego es el derecho, la justicia, la propia autoridad moral de la Iglesia. Si un cardenal puede ser despojado de sus insignias, de su voz y de su dignidad por un simple «precepto penal» papal, sin proceso, sin pruebas públicas, sin defensa posible, entonces ya no estamos en una Iglesia gobernada por la ley de Dios, sino por la voluntad caprichosa de hombres poderosos.
Que no se equivoquen: estamos muy hartos. Hartos de la dictadura sentimental, del emotivismo barato, de las condenas mediáticas sin proceso, de las «víctimas» intocables que no se pueden siquiera contrastar. Y si siguen con esta campaña, tendrán enfrente no solo a Cipriani, sino a todos los que aún creemos en el derecho, en la justicia y en la verdad.
Basta ya. El Papa ha muerto. Pero la fiesta de la inquisición progre, por desgracia, sigue. Y no vamos a dejarles el campo libre.
Es esencial que el Papa que salga elegido la próxima semana esté dispuesto a acabar con el imperio de los francotiradores mediáticos y de redes sociales amparados en el anonimato, y restaure el derecho -la civilización- en la Iglesia.
Segunda etapa…
Siguen señalando al cardenal Cipriani. Y siguen haciéndolo solo con una acusación anónima. Un supuesto «AF» que, tras más de cuarenta años de los hechos y siete años de su primera carta al Papa, sigue sin dar la cara. Y mientras tanto, pretenden que la Iglesia entera se pliegue ante una simple carta, nunca sometida a proceso público, nunca contrastada, nunca verificada ante un tribunal.
Hoy tenemos que decirlo con claridad: sabemos quién es AF. Sabemos su nombre, su historia, su contexto. Y si persisten en esta campaña de demolición moral, no dudaremos en hacerlo público. Porque aquí no se trata, como quieren hacernos creer, de una lucha entre la impunidad y la reparación. Aquí lo que está en juego es la batalla entre el imperio del miedo y chantaje y el respeto al derecho.
Porque si el nuevo estándar es creerse toda denuncia anónima sin más, entonces también podríamos dar por ciertas las muchas acusaciones que circulan, igualmente anónimas, sobre la conducta de algunos cardenales ¿Vamos a condenarlos a todos por simples rumores? ¿Vamos a aceptar que un anónimo basta para destruir la reputación de cualquiera?
No. Nosotros creemos en el derecho, en la presunción de inocencia, en que todo hombre es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y no vamos a permitir que Cipriani sea condenado sin juicio, sin pruebas, solo porque conviene políticamente que desaparezca.
Lo que pretenden es que baste una acusación para aniquilar una trayectoria, que baste un titular para borrar medio siglo de servicio. Pretenden instaurar un régimen de terror mediático donde ningún pastor esté a salvo si algún día incomodó a la nueva agenda eclesial.
No lo vamos a aceptar. No vamos a permitir que el colegio cardenalicio se rinda al chantaje de las redes sociales y de los medios progresistas. Por amor a la iglesia los defenderemos a ellos , a obispos y sacerdotes.
Si esta cacería sigue, si los que ahora callan se suman al linchamiento, tendrán que escuchar también la verdad completa. Aquí no se defiende la impunidad; aquí se defiende el derecho frente a la arbitrariedad, la justicia frente al miedo, la Iglesia frente a la inquisición mediática.
Se terminó en la Iglesia el tiempo en que se atropelló el derecho a la defensa y a un debido proceso.
Con información y redacción vía InfoVaticana