Se describe a sí mismo como un conservador en Washington DC, lo cual resulta una paradoja cuando nos referimos al centro de ingeniería del desarrollo. Así como un inversionista de oro en la Reserva Federal, él está detrás de las líneas enemigas.
Él es Daniel Runde, vicepresidente superior del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) y un trotamundos dedicado a las relaciones internacionales y el desarrollo económico. En 2023, Runde publicó su libro: The American Imperative: Reclaiming Global Leadership through Soft Power, en el que aboga por revitalizar la política exterior de Estados Unidos con un “internacionalismo conservador” y utilizar el poder blando para resistir la avanzada de China.
Un fundamento que se derrumba
Por muy reflexivo que sea, Runde no resuelve en su libro por qué Estados Unidos está perdiendo liderazgo mundial. La Pax Americana terminó hace más de una década. El barco ha zarpado, y una política exterior sofisticada no cambiará el rumbo de la historia. Lo adecuado es consolidarse y concentrarse cerca de casa, siguiendo la tradición de la Doctrina Monroe. Solo así Estados Unidos podrá abordar los retos más acuciantes dentro de un orden multipolar.
Estados Unidos no tiene ni los medios financieros ni la cohesión ideológica para ser el líder que una vez fue. Mientras la deuda nacional siga creciendo en espiral –por encima del 100% del PIB– y los progresistas se hayan apoderado de todos los espacios de poder más relevantes, incluido el Departamento de Estado, intentar liderar el mundo no servirá de nada. Enviar más fondos de los contribuyentes al extranjero sería nocivo para sí mismo. Además, decir que la clase política federal es antiestadounidense es quedarse corto. Washington DC votó 92% demócrata en 2020.
Enviar extranjeros a las universidades estadounidenses, por ejemplo, es ridículo. Como estudiante extranjero en dos ocasiones, puedo decir que mis compañeros eran más propensos a aprender narrativas antiestadounidenses que a abrazar los valores estadounidenses. Una compañera se convirtió en activista marxista como estudiante Fulbright en una importante universidad privada estadounidense; salió como una persona diferente, y no para mejor. Del mismo modo, permitir que un Departamento de Estado dominado por socialistas imponga sanciones selectivas es una receta para el desastre.
Conservador, sólo en el nombre
Un pez no se da cuenta que nada en el agua, porque siempre está allí. Una vez inmerso en Washington DC, es fácil cegarse ante la mentalidad progresista, intervencionista y condescendiente que predomina en el ambiente.
El lector difícilmente va a esperar que The American Imperative promueva el paleoconservadurismo o el no intervencionismo. Sin embargo, el grado en el que Runde aboga por la ingeniería social y la planificación central, al tiempo que afirma ser un internacionalista conservador y alaba el sector privado, desafía cualquier creencia. No sólo respalda el Foro Económico Mundial y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, sino que pide una mayor financiación a largo plazo para una serie de programas de cooperación internacional, incluida la discriminación positiva feminista.
Parece tener la misión de terminar con la pobreza mundial a costa del contribuyente estadounidense; y, su creencia de que la cooperación internacional promueve el crecimiento es cualquier cosa menos conservadora. En el libro admite haber cambiado el nombre de sus propuestas para que parezcan más beneficiosas para Estados Unidos.
El libro no menciona al Consenso de Washington como referente para las políticas de libre mercado, ni hace hincapié en el Estado limitado de la tradición liberal clásica de Estados Unidos. Por el contrario, The American Imperative respalda a las instituciones clientelistas como el EXIMBank y a otros intermediarios financieros pagados por los contribuyentes –incluso aboga por el Estado de bienestar y la protección social para los países en desarrollo que pueden permitírselo.
¿Qué queda del conservadurismo? ¿El objetivo es dominar a China a toda costa? Mi impresión es que el conservadurismo de Runde consiste en menos énfasis en las agendas sociales –como el activismo LGBT y el acceso al aborto– y más respeto por el imperio de la ley y la responsabilidad en el servicio exterior. Eso es todo.
Luchar con una mano atada
Para ser justo con Runde y otros analistas de su tendencia, hacen lo que pueden dentro de un sistema roto. Y, lo cierto es que esta reseña no puede abordar toda la complejidad de The American Imperative. Al igual que un reformista dentro del inconstitucional Departamento de Educación, mientras exista el Departamento, poco puede hacer para promulgar reformas fructíferas. Solamente el hecho de no alinearse con dictaduras marxistas supondría una mejora del status quo de la política exterior.
Asumiendo una política exterior modesta y centrada, The American Imperative todavía tiene sabiduría que compartir. Además de su énfasis en el poder blando y la construcción de alianzas, el libro ofrece una ventana al mundo del centro de ingeniería de desarrollo (Washington DC) y cómo los participantes justifican sus acciones. Runde admite que estas organizaciones son más hábiles para cumplir con la reglamentación y conseguir financiación de los contribuyentes que para generar desarrollo, pero las defiende como entidades que asumen riesgos.
La realidad es que Runde es menos ingeniero social que sus colegas. Los funcionarios electos deben desconfiar de la burocracia federal permanente dedicada a la política exterior. Sin embargo, es probable que, al intentar frenarla, se enfrenten a la obstrucción de los Estados profundos.
Esta batalla requiere objetivos bien definidos, transparencia y una rendición de cuentas ágil. La Doctrina Monroe, un punto de partida pero no una solución rápida, hace hincapié en el liderazgo no intervencionista de Estados Unidos en el hemisferio occidental, al tiempo que mantiene alejadas a las potencias extranjeras. El problema ideológico está muy arraigado en la capital, pero la doctrina fomentaría la deslocalización con países amigos.
Imagen referencial: Daniel Runde aboga por revitalizar la política exterior de Estados Unidos con un “internacionalismo conservador”. (Sebastián Díaz)