El gran problema de la izquierda del odio existe y tiene varias aristas: (1) No reconocen su crítico estado de dispersión por ambición; (2) No reconocen que han perdido penetración ideológica y dominio de grupos de presión (como sindicatos, centrales sindicales, gremios del magisterio, grupos de estudios en universidades, columnistas de opinión en medios de alguna relevancia y lectura; (3) No reconocen que es el dinero y fondos de ayuda externa lo que los hace dividirse y acusarse cada vez que hay una oportunidad de impactar en las masas; (4) No reconocen que están siendo guiados por los medios donde se alojan “los nuevos pensadores de izquierda y centro izquierda” que antes, eran convencidos marxistas y migraron a la moda de cambiarse de nombres para que los vean más suaves y menos agresivos (más democráticos, menos revolucionarios); (5) No reconocen que han fracasado en sus alianzas de gobierno y en sus campañas hacia el gobierno nacional, regional y local, siendo evidente que no pueden mostrar un solo ejemplo de gestión limpia y sin corrupción.
Frente a estos escenarios, la debacle de las izquierdas del odio no va solo en el camino electoral, cuando antes no era lo importante, sino que la siembra de la ideología de clase no existe y entonces carecen de oferta completa hacia la ciudadanía. El escenario -observen bien-, tiene espacios abiertos, pero las izquierdas del odio quieren ser el centro inesperado en el que se pelean por ocuparlo tanto los fracasados que vienen de la modesta “derecha cobarde” y los fracasados que vienen de la vanidosa y soberbia “izquierda incapaz”.
Antecedente: Cuando a la izquierda se encontraban los comunistas, es decir los marxistas leninistas, se les veía en unidad ideológica. Luego, cuando aparecen los pequeño burgueses de la academia y las artes a tomar el control racial como forma de poder partidario y político, se dispersa la precaria unidad y se vuelven más extremistas los despojados de poder y protagonismo. Así, en las mesas de diálogo, en el Acuerdo Nacional, en conferencias y cada momento periodístico, los rostros zurdos variaron para sacar al laberinto de los cholos y reemplazarlo por la mezcla de cholitos de bien, con blancazos del mal (caso Ollanta versus Cateriano y la propia Nadine, caso Castillo versus Francke y la Mendoza, caso Vizcarra versus Del Solar y Mazetti).
Las peleas de los niveles de izquierdismo indefinido se esparcen como un virus, pero tienen tiempo de duración y extinción, como se puede comprobar en cada caso. Esa extinción es auto provocada en sus guiones y acciones.
Hoy, las izquierdas del odio se agrupan en cerca de treinta partidos de fachada, sin líderes, sin dirigentes, que no representan nada ni a nadie en el panorama político, pero que se las juegan por sacarse la lotería, en algo que se llama “ser el outsider”. Pero tal escenario es imposible porque a las izquierdas del odio nadie les da credibilidad, nadie les brinda apoyo, nadie las recuerda haciendo algo bueno por el Perú.