Bruno Patino, decano de la escuela de periodismo “Sciences Po” (Francia), conoce la sociedad de la información desde dentro y ha escrito un libro provocativo sobre el capitalismo digital: “La civilización de la memoria de pez. Pequeño tratado sobre el mercado de la atención” (Alianza Editorial, 2020).
La tesis central del autor es que el desorden actual de la información, “las noticias falsas, la histerización de la conversación pública y la sospecha generalizada no son el producto de un determinismo tecnológico. Tampoco son el resultado de una pérdida de referencias culturales de las comunidades humanas. El desmoronamiento de la información es la consecuencia principal del régimen económico elegido por los gigantes de Internet”. Dicho en cristiano, Patino -al igual que otros más- opina la inflación digital percibida no es un mero accidente, sino que es el efecto natural buscado intencionalmente para fomentar la adicción digital.
“Los gigantes de Internet -escribe- han tomado la decisión económica de orientar la creación de la inteligencia artificial con el objetivo de apoderarse del tiempo de sus usuarios para vendérselo mejor a los publicistas, por una parte, y a los servicios digitales, por otra. (…). Los datos identitarios, comportamentales y contextuales se relacionan para poder analizar, copiar, prever e influir en los comportamientos. Los algoritmos predictivos son las máquinas herramienta de la producción del tiempo. Cuanto mejor se conocen los comportamientos, más fácil es condicionar las respuestas a los estímulos digitales, diseñando esas plataformas y servicios que crean adicción”. Las plataformas digitales saben que cuentan con muy escasos segundos para captar la atención de sus usuarios. Allí concentran su investigación para idear sistemas que conviertan al curioso en consumidor, al usuario en adicto.
“Luchar contra el dominio de la economía de la atención que nos hunde en la adicción -afirma Patino- no es un rechazo de la sociedad digital. Todo lo contrario: es una forma de instalarla en un proyecto cargado de utopía y de reinstaurar una perspectiva a largo plazo sobre la pesadilla del corto plazo. (…). Nuestro modelo de sociedad está estructuralmente volcado en la aceleración, y cualquier medida a favor de la deceleración, en cualquier ámbito, la información, los medios de comunicación, las conversaciones, ya sea en red o no, el consumo mismo, son medidas de resistencia. Son también medidas de liberación”. No es, pues, un rechazo del presente y futuro digital, es un llamado de atención urgente para no dejar de ejercitar las dimensiones personales que nos identifican como seres humanos íntegros. Es insistir en la riqueza variopinta de la realidad que no puede darnos el mundo virtual.
Pausas activas, pausas digitales, caminatas al aire libre, tertulias con amigos reales y presenciales, lectura de buenos libros, deportes, ratos de silencio son unas buenas prácticas que nos devuelven al mundo real. Se entiende, por eso, como señala el autor que, ante el exceso digital, “los seminarios de desintoxicación tecnológica se multiplican. Los retiros espirituales en los monasterios han cambiado de naturaleza: antes había que escapar del mundo para encontrar a Dios, ahora hay que escapar de los estímulos electrónicos simplemente para encontrarse con uno mismo. Aislarse de las redes para volver a vivir en el mundo. El reto no está en desaparecer, ni en negar las potencialidades extraordinarias de la sociedad digital. Simplemente tenemos que comprender que la libertad se ejerce desde el control”.
Como en tanto aspectos de la vida, una vez más se requiere de la moderación en el manejo de esta tecnología: templanza para no quedar pegados a la pantalla y fortaleza para ejercitarnos en las prácticas de esas otras actividades que nos devuelven nuestra humanidad.
El consejo final de Patino es alentador y lo suscribo. “Hay un camino posible -afirma- entre la jungla absoluta de un Internet libertario y el universo carcelario de las redes vigiladas. Este camino es posible, es la vida en sociedad. Pero no podemos dejar que las plataformas lo organicen solas, a no ser que queramos una vida poblada de humanos de mirada hipnótica que, encadenados a sus pantallas, ya no sean capaces de mirar hacia arriba”.