Dina Boluarte tiene una crisis de identidad hasta hoy irresuelta: pretende ser presidente de todos los peruanos, pero gobierna como si todavía fuese la izquierdista exaltada que acompañó al golpista Castillo.
La señora proviene de un puesto público de tercer nivel. Incluida en una plancha presidencial parchada fue cajera de una organización armada por titiriteros macabros como Cerrón. Se salvó de la acusación constitucional sólo porque a la izquierda y a la derecha les interesaba una solución de continuidad constitucional ante el ridículo golpe de Estado castillista.
Dina asumió la presidencia sin base social propia, sin equipo y con voluntad de ser apenas mandataria para una rápida transición. Pero como en el Congreso no ha sido posible ponerse de acuerdo para un adelanto de elecciones ha terminado siendo en teoría presidente hasta 2026.
En atención a esa nueva realidad el bloque parlamentario democrático la ha venido sosteniendo en el mando. Pero Dina no entiende su rol, lleva ya tres Gabinetes sin comprender que los ministros de Estado no pueden ser fusibles eternos; y que la estabilidad de su gobierno pende de un hilo porque la protesta social solo ha amainado pero no ha terminado, mientras que las investigaciones fiscales en su contra podrían desembocar en cualquier momento en su vacancia.
Dina ya probó los oropeles del poder. Pero comete grandes torpezas como el haber destituido al ministro de Educación, Óscar Becerra, por haber denunciado las multimillonarias consultorías caviares y criticar la aberrante CIDH. Con eso la presidente se ha lanzado a los brazos de una caviarada que está desesperada por reinfiltrarse en el Estado, pero que no le será fiel porque solo cree en sus intereses parasitarios.
Dina se equivoca también en no apoyar la retoma de Puno amenazado por el separatismo de los supremacistas aimaras y la conspiración del narco socialismo boliviano y del Foro de Sao Paulo. Además no percibe que las Fuerzas Armadas están en ebullición y que está madurando una crisis tremenda por la presencia del cobarde ministro de Defensa. Y tampoco comprende que la ineficacia de su gobierno en la atención de las emergencias climáticas en el norte, el desborde del narcotráfico en el Vraem, la inseguridad ciudadana y la crisis migratoria inducida por Chile en el sur le pasarán factura.
A Dina puede no quedarle mucho tiempo si no entiende el mensaje: mientras más se caviarice, más le apretará el nudo en la garganta.