Vivimos en un mundo donde la confusión ideológica y doctrinal se ha expandido por todas partes. Ante el desconcierto podemos observar que mucha gente se arrima a la naturaleza como si ésta fuera una tabla de salvación.
En la historia muchos lo hicieron, e incluso afirmaban que la naturaleza es una parte de Dios y no sabían distinguir la presencia de la trascendencia divina.
Dios, que es el creador, está en el mundo, pero trasciende de él. El mundo es de Dios, pero no es Dios.
Dios, al crear el hombre, lo hizo a su imagen y semejanza. Lo que distingue al ser humano del resto de la creación es el entendimiento (inteligencia) y voluntad (corazón), que tenemos todos los seres humanos. Dios dispuso que el resto de la naturaleza estuviera al servicio del hombre.
El cuidado del ser humano dentro de la naturaleza
A todas las personas nos corresponde cuidar la naturaleza creada por Dios y el principal cuidado recae sobre el hombre mismo.
Cada persona debe saber de dónde procede y hacia donde se dirige. Esos conocimientos se aprenden en la familia y en la escuela. Todo ser humano necesita ser formado y ayudado por otras personas para cumplir con su finalidad. De allí la importancia de la educación que debe responder siempre a la verdad sobre el ser humano.
Mentir sobre la realidad del ser humano es un atentado contra la naturaleza y por lo tanto contra las personas y contra Dios.
Ideologías mentirosas
Las personas que mienten ocultan la verdad para beneficiarse ellos. Engañan con trampas y “dorando la píldora” para que parezca verdad lo que ellos afirman. Pero resulta que además, se ha formado, en el mundo entero, un consenso que relativiza la verdad como si pudieran existir muchas verdades y que por lo tanto habría que respetarlas todas. Una suerte de eclecticismo o sincretismo.
Esta mentalidad de consenso busca una comodidad donde se permiten situaciones que no respetan la verdad de las cosas tal como deben ser, sino la subjetividad de las personas que deciden lo que a ellas les parece que es lo conveniente para cada ocasión.
Con ese modo de pensar ya no existiría la verdad de lo que es bueno y de lo que es malo, porque todo puede variar de acuerdo a las circunstancias de cada momento. Se puede dudar de todo, porque nada es seguro y se amplía la permisividad para decidir lo que se quiera defendiendo lo que se escoja, como lícito y conveniente. Cada uno podría escribir su historia con una moral liberal de acuerdo a su modo de entender las cosas.
Este falto respeto, que ha expulsado la verdad, crea en las personas actitudes violentas frente a los que se piensa que no respetan la subjetividad personal, por pensar de otra manera. Les parece que son agresivas las personas que defienden la verdad.
Los castigos del siglo XXI
Si se exagera en la concepción que se tiene de la naturaleza y no se distingue al hombre como creado a imagen y semejanza de Dios, y que además, fue expulsado del paraíso por haber pecado, se cae en un naturalismo.
Los naturalistas dirían: Todo es bueno, no existe el mal, todo se puede aceptar libremente. Lo que hay que hacer es darle cauce a la naturaleza para que esta se realice sin más.
Con estos razonamientos quedaría de lado la Redención y toda la historia de la Salvación del hombre predicada por la Iglesia.
Las ideologías mentirosas castigan al hombre que dice la verdad, al que es piadoso y reza, al que defiende la vida y la santidad del matrimonio entre un hombre y una mujer.
Los que están en el consenso de estas ideologías con un pretendido “nuevo orden mundial” se castigan a sí mismos porque crean una falsa concepción del hombre con consecuencias nefastas: odios, separaciones, conflictos, abusos, violencia, matanzas, guerras.
Asistimos a la creatividad de una artificialidad que crea muñecos que son manejados por dictadores ambiciosos y egoístas que se creen genios, al endiosarse ellos, por expulsar a Dios de sus vidas y de la vida de los demás.
Im
agen referencial, El mural “Luminaries of Pantheism” de Levi Ponce en Venice, California para The Paradise Project.