Una nación sin rumbo se somete a la violencia, a la subversión y al chantaje, cuando no emplea las herramientas que tiene para proteger a sus habitantes, por eso, las izquierdas del odio, militantes de una violencia creciente en las palabras, en las mentiras y en el origen de todo enfrentamiento insensato, se han hecho una especie de “lugar” en el periodismo peruano, lamentablemente. Y ese “lugar” es un círculo vicioso que se extiende porque pocos lo enfrentan, muy pocos lo denuncian y nadie lo sanciona ya que se ha metido en organismos profesionales, gremios (no en todos por ahora), agrupaciones, colectivos y talleres que hacen del “nuevo periodismo militante”, la nueva plataforma política del odio en el Perú.
No es de asombrar cada día, que nacen plataformas de cero seguidores, cero auspiciadores, cero sintonía, pero con potentes ventiladores que desperdigan slogans, mensajes falsos (no fakes news, sino mensajes bien estructurados, de manipulación de masas) y además, están dirigidos por “comités de lectura” o por “comités de redacción” (ya no existen las Mesas de Redacción). Y toda esa suma de organizaciones de la desinformación, se encuentran dirigidas por grupitos de frecuentes asalariados del Estado, supuestas luminarias de opinión pública, que si no están ahora succionando fondos de ministerios y organismos estatales o universidades, cambian el modo de asalto con sus entornos familiares repitiendo eso de “pero no es delito que se cobre por el conducto familiar, yo no he cobrado”.
Observemos bien: el poder por ejemplo, es la guarida de “Martín”, quien decide enamorar a cierta prensa de cualquiera de las diez mil formas que ahora existen (viajes, becas para los hijos en el exterior, auspicios de eventos, publicidad de aliados del gobierno o de ministerios, regalos, cenas, invitaciones, entrevistas exclusivas con datos picantes o de daño a terceros interesados, etc). Martín consigue su abanico de ventilación leal, alquilado y poco a poco fanatizado, militante acérrimo del “nuevo hombre bueno que podría hasta el papá de cualquiera” (no es broma, así escriben en editoriales).
Una de tantas lombrices del nuevo periodismo no quiere quemarse y justo a partir de su “nueva lealtad” es que coincidentemente su nueva pareja se hace de contratos para servir por medio de una empresa… al gobierno. Y eso se activa con el entorno familiar completo, por algo así como unos cuantos millones. No es directo, dice, pero el dinero está inyectado a su riqueza familiar, no a la del vecino.
¿No es delito? Es un crimen, es la expresión de la viveza sucia, de la criollada negativa, del repetido y deseal -con el país-, aprovechamiento indebido de la posición de comunicador, periodista, productor, entrevistador o figura de una radio, canal o medio escrito. Y lo virtual no se escapa, allí es donde los ventiladores se activan 24 horas y botan fuego y gasolina hacia los objetivos del poder y los grupos de presión con los cuales coinciden en sus mutuos “beneficios y presupuestos”.
De toda esta escena, hay un escalón más: las izquierdas del mayor odio, las extremistas puras, las que dicen que la subversión es una expresión popular de diálogo, las que quieren ver muertes y saqueos, las que se horrorizan si un Policía detiene a un criminal y vándalo. Esas izquierdas, que tienen maquillados sus rostros con filtros constantes, usan redes sociales con proveedores de su propio entorno (los caviares, que son unos expertos, hay que decirlo claramente).
Entonces, sumamos: periodistas caviares en servicio a las extremas izquierdas y “acomodados” rentados del periodismo pirata, navegando contra la frágil, débil y enredada democracia que subsiste sin ponerse fuerte, sin reprimir el crimen, sin anticiparse.
Esa es la escena: Ese es el peligroso “periodismo” militante de la izquierda del odio que culpa a todos de sus propios crímenes.
Imagen referencial, captura de pantalla