Cuando se anuncia una protesta y prácticamente nadie asiste, los organizadores de esas movilizaciones y los activistas que desde los medios impulsaron el mensaje “que la gente vaya” (pero los organizadores no van, contradictoriamente), no tienen respuesta a esa soledad porque carecen de autocrítica, ya que la cobardía esa de empujar y esconderse, ha sido detectada y señalada por “la gente”, por los que se han cansado de ser arreados a las calles y las plazas, para que si llegase a existir una mínima posibilidad de usarlos como instrumento electoral, se les vuelva a engañar, se les siga usando.
Y es más claro todavía: los medios de comunicación se han vuelto el gran partido oficial del desastre y de la dictadura del pensamiento único -el de ellos-; son, han sido y siguen siendo la perversión y el eje de la manipulación constante que ha encontrado un bloque de negación en los más jóvenes y en los más viejos, en esa dualidad ciudadana, que los rechaza, que los emplaza, que les dice a los cuatro vientos y en todas las redes sociales lo que son -nada- y para lo que sirven -nada-.
Tenemos el peor gobierno de la historia porque es la segunda parte de lo que la extrema izquierda logró colocar en Palacio, hemos elegido el peor congreso de la historia porque es el fruto de reformas que se inventaron en el laboratrorio de los caviares, fuimos absorbidos por el mensaje ruin y perverso de la peor prensa de la historia porque dijeron que todos eran malos y sólo ellos eran los buenos; y, pensamos que existe una mínima esperanza ante tanto desastre, pero vemos que no nos queda nada bueno en el otro lado, porque allí está la peor oposición de la historia, con los mismos antecedentes, con la misma máscara de hipocresía y alquiler del honor de sus supuestos rivales (que parecen ser sus socios).
Por desgracia propia, somos un país donde los ciudadanos se han vuelto simples electores y eternos silenciosos, a eso nos han llevado… los peores de la historia. ¿Podremos reaccionar? Tenemos que hacerlo.