Gritan como si fueran ajusticiados o flagelados, habiendo sido los ajusticiadores y flageladores de todo un país herido en el alma y traicionado en la esperanza; gimen de rodillas porque no se pueden sentar en los mismo tronos del poder abusivo que instauraron y que, paradojas del destino, hoy se ha convertido en pesadilla de sus inventores, los que desde las épocas del lagarto, crearon las redes de periodismo del menosprecio -por un lado-, y en el otro extremo, del periodismo de las alabanzas a cambio de dinero.
El peor periodismo de la historia, con los mismos rostros de izquierda y odio, se está desarmando en sus estructuras y podios, desde donde un tiempo como faranduleros, un tiempo como malinformadores, otro tiempo como manipuladores, los de las gigantografías colgadas en las puertas de los locales de radios y canales de televisión, se miraban en el espejo y no observaban sus rostros demolidos en el maquillaje de rencor que los animaba a agredir, insultar, ofender, menospreciar, inventar falsedades, destruir honras y atacar el honor de quien sea o por quien sea que les pagó para ser los justicieros de la escena nacional.
Los miserables han sido reescritos y castigados: no les renuevan contrato a los fracasados que se inventan ‘ratings’ carentes de evidencias, no les renuevan a los engreidos de épocas turbias, nadie les dice que se queden y sigan creyéndose diosas del olimpo y fantasías de only fans. Han perdido, están perdiendo, se están quedando en nada, porque nada son y nadie les quiere.
Tal vez uno o dos tuvieron espacios de racionabilidad, pero fue un bostezo en el tiempo, porque a los pocos meses volvieron a ser la misma miasma de traición, caviaraje y extensión de las manos para recibir dinero sucio, como el que se les descubrió a unos transgresores de la verdad, que se decían “honorables periodistas”.
No es el fin de la porquería, aun hay que escarbar.