No entiendo a mi país, pero lo amo intensamente, no comprendo a los que se dicen peruanos y tienen el rostro siempre volteado, la mirada y la espalda encorvadas hacia el suelo, las manos apretadas dentro de los bolsillos y las palabras escondidas, enmudecidas en el infinito de un silencio cobardísimo del cual, de ninguna manera voy a pedir disculpas por decírselos. No lo siento, no lo lamento, tengo el deber de tirar la primera, la segunda y cuantas piedras sea preciso porque debo ser intolerante ahora y mañana, en este y otros casos, no por soberbia ni vanidad, sino por patriotismo y lealtad, por aprecio quizás, aún con aquellos para quienes nuestra tierra bendita y extraordinaria ya no vale nada, pero la siguen expoliando.
Hemos llegado a un nivel de incorrección y “aguante excesivo” donde se confunde la democracia con la estupidez, se malinterpreta la libertad superponiendo el atropello y se acepta la maldición del abuso y la violencia como si fueran las leyes y la represión justificada. Me enerva y duele ese silencio de los cobardes y nuevos cómplices –porque eso son, cobardes-, me hiere la crítica hipócrita de los nuevos pensadores y acomplejaditos de las redes sociales y algunas columnitas de discusión que son más bien, columnas de sumisión y consejos de escondrijos, porque no son ni opiniones ni posiciones que contengan argumentos de los cuales uno pueda surgir debatiendo, sacudiendo las neuronas, alimentando el rechazo y la protesta frente al desmoronamiento del país.
El Perú está en rumbo de demolición hace décadas pero “no pasa nada” y las colas en migraciones, como en Caracas, son las mismas; y las filas para las cédulas de identidad que escasean, son también iguales o peores; y los precios de los alimentos y medicinas subiendo sin parar son una película conocida, y el abuso e intromisión de los servicios de inteligencia es similar; y los ministros y nuevos altos funcionarios sin formación profesional, sin preparación o experiencia, parecen los mismos con caras de tontos, pero son unos sinverguenzas o ladrones puestos para la corrupción y la impunidad y “no pasa nada”, porque no se le da la importancia ni se enfrenta al descalabro; y encima, a las clases medias les cuesta decir que están afectadas, porque les invade una vergüenza de hacerse notar en quiebra o retroceso, sin empleo y sin el fin de semana de antes, porque hay un dinerito para sacar en las AFP o en las CTS que languidecen quedando en cero, antes del viaje a Punta Sal o el fin de semana con los amigos y un buen Pisco o un vinito. Todos callan, todos aceptan con ese silencio que la incompetencia convierte en superior a la razón.
Pero existimos los peruanos, los que nacemos y vamos a morir en esta maravillosa y fabulosa tierra que nos eligió para ser los mejores y tener a nuestras familias aquí y no huyendo de miedo y hambre porque los caviares trabajaron para que los comunistas se apropien de la Libertad y sometan la Democracia.
Te hablo de algo superior, dignidad que otros no poseen y que nosotros los patriotas tenemos como partida de nacimiento permanente. ¿Te duele lo que te digo o te da ganas de decir lo mismo?
Fíjate bien: cuando el silencio reemplaza la protesta y aceptas que siga transcurriendo tu vida sobre la mierda que nos imponen los políticos, es que ya viene el fin de un país libre, es que ya se organizan las milicias civiles con los hambrientos y violentos, es que ya tus hijos están cruzando las fronteras y no los verás en muchos años más o quizás nunca más, porque tú lo permitiste, porque tú regalaste el Perú, porque tú, que siempre tienes la razón, eres el primer equivocado y no lo aceptas para pedir perdón y ponerte en el rumbo de la verdadera responsabilidad ciudadana que nos obliga a tosoa a defender y promover el orden constitucional, la vida de familia basada en el respeto, el reconomiento a los mejores y el impulso a los débiles, la urgente promoción de la conviencia social y la inclusión de todos en un país con oportunidades para todos.
Amigos y no amigos, el Perú navega indiferente y despreocupado en la mierda, como esperando llegar al desague para alcanzar la felicidad. Si es que no despertamos en este mar de miseria humana, seguiremos hundidos permanentemente en ese nivel subhumano y yo no lo acepto, porque tú tampoco lo debes aceptar.
Las reformas de los caviares dispersan, dividen, hacen de la política sucia un ventilador de partidos que se frotan las manos viendo cómo engañar para seguir robando a los más pobres, mientras ahuyentan a las clases medias para que no participen con su voz y liderazgo, desde casa, desde el trabajo, cada día, en el cambio radical, fuerte y represivo, que se requiere hasta volver a ser un gran país, con lo mejor de cada uno.
Limpiemos el país ahora, no esperemos las elecciones entre malhechores.