Disfruto de la “poesía arraigada en el corazón”, de aquellos versos destilados en el alma del poeta, expresiones del misterio de la existencia; el puro “artificio” lírico no me convoca. Ha sido una delicia la lectura meditada, detenida, sin apuro del poemario de Elena Faccia Serrano, “Existe un silencio” (Buenas Letras, 2020), poemas que han sido añejados en el alma reconciliada de su autora, con temor, temblor y silencio.
Poemas tiernos, delicados que dejan un sabroso pozo de serenidad. Versos escritos con retazos de su vida e hilvanados con el fino hilo del sentido trascendente de la vida. Nos resulta familiar, por ejemplo, el poema XIII, “Madre”: “Soy a ratos tu hermana, / otras tu hija, / pero la mayor parte del tiempo tú eres la mía/ y me llamas “mamá” /. Eres la más pequeña de la casa, / (…) Has sido hija, / y hermana, / y esposa, / tía y abuela. /Ahora eres fragilidad y ternura.” Para quienes ya peinamos canas, pero tenemos la dicha de tener en casa a mamá o papá, frágiles y dependientes, nos saben a agua de mayo estos versos de una cálida relación filial con nuestros padres.
Conmueven la escena de aquel viejo sacerdote de un pequeño pueblo: “Se levanta despacio, / como caminan los curas ancianos que todo han visto, / que todo han escuchado y al Todo han rezado, / se dirige hacia la puerta para abrirle Casa del Señor al mundo”. Cuánta fe hace falta para transitar un día y otro el camino al Altar, con muchos fieles o poquísimos, fervorosos o fríos. Y abre al mundo la Casa del Señor que, en un acto de Amor inconmensurable, ha querido quedarse entre nosotros para compartir con Él nuestras cuitas y silencios.
Cuántos seguiríamos “errantes, heridos y solos” si no hubiésemos tenido la experiencia del encuentro humano y divino en algún recodo del camino. Elena lo dice mejor: “Si no hubiera visto tu belleza, / si tu amor no tuviera, / errante seguiría mi camino, / herida y sola, / en compañía de otros – / errantes, heridos y solos”.
En las horas punta de un día cualquiera, nos topamos con multitudes, corremos de un sitio para otro, llevamos prisa. Tantas veces es sólo vida del instante. Dentro, cada cual, lleva su propia procesión. Es un don, desde luego, haber sido visitados por la belleza, el amor, iluminándose el sentido de la vida, aún cuando en tantos tramos de la vida no falta el sufrimiento. La belleza del encuentro sabe alzarse, incluso, en esos momentos en lo que todo cuesta, pues como decía San Juan Pablo II en su “Tríptico Romano”: todo, lo cotidiano y lo estelar; lo gozoso y doloroso tiene sentido en ese riachuelo de la vida que va a dar en la Eternidad.
Es en la cotidianidad de la vida en donde damos el mejor do de pecho: “Cosas pequeñas, / grandes sentimientos / pocas palabras -o ninguna- / son el tesoro de la esencia de la vida”. Y es ahí -gloso a Elena-, entre besos en la mejilla, lecturas variadas, risas y llantos en donde hemos de aprender a reconocerle, de tal manera “que el presente sea / ya no sólo recuerdo del pasado / y tampoco antesala del futuro, / sino un estar aquí, plenamente”. Vivir el hoy fructuoso en el entramado de la narrativa personal, agradecidos por lo recibido y animados de un sereno optimismo humano y sobrenatural.