Algunos países nos parecemos tanto, que negamos todo lo que podamos creer que nos une en procesos políticos por ejemplo.
Eso ocurre con Chile y Perú en varios escenarios como la llamada reforma de pensiones que pretende acabar con el ahorro personal y desviarlo a un impuesto para hacer caja insostenible en el tiempo, reforma de la educación para imponer una supuesta uniformidad y gratuidad que anule algún afán de lucro, reforma tributaria que castigue el éxito y favorezca incondicionalmente la informalidad, reforma de la salud que promueve el aborto como decisión absoluta sobre la vida de un niño, reforma de contenidos y principios en la formación temprana por la cual se induce a decidir la identidad sexual más allá de lo natural, reforma de la Constitución que busca destruir el sustento de la modernización y el progreso en Libertad –y en cierta manera, reforma de la participación ciudadana– para legitimar una presión constante de marchas y protestas, por encima de elecciones, decisiones y resultados en Democracia.
En Chile y en Perú lo mismo, con actores de la misma cantera, con membretes parecidos, con igual lenguaje y puño en alto, como futuros mártires de su soñada revolución caribeña.
Golpear a las fuerzas del orden interno –Policías o Carabineros- desprestigiándolos o poniendo el insulto y la agresión en su contra para que si responden, salten los piratas de los derechos humanos, se ha convertido en la alternativa de las izquierdas empobrecidas de argumentos, discurso y ejemplo político.
Promover el conflicto social, inventando exigencias más allá del ámbito geográfico de un impacto ambiental –por ejemplo en la minería- hace creer que se lucha por la protección de la vida, cuando en verdad se destruyen caminos de inversión y desarrollo que favorecen a personas, familias y comunidades.
Generar confusión, inestabilidad y temores es el protagonismo de la irresponsable izquierda en Chile y Perú, que ahora usa nombres y membretes de un nuevo rostro que esconde las viejas prácticas revolucionarias de propaganda, odio y violencia que son clásicas costumbres cuando se asume el poder, como en Venezuela, donde las libertades son cosa del pasado o se miran desde el fusil de la represión.
Lo que buscan estos desestabilizadores de todo lo que sea mejor para cada país, es generar constantemente enfrentamiento, resentimiento y la posibilidad de hacerle creer a muchas personas que el Estado puede hacer realidad cualquier sueño, es decir el camino del populismo.
Algo que escapa a las fantasías de esas promesas insostenibles, es inventar lo imposible, pero tal vez se convierta en parte del guión de un futuro momento político, al quererse protocolizar el absurdo, como por ejemplo decir que una minoría es democracia y la mayoría es opresión, habiendo ambas nacido del voto en Libertad.
Esperamos que las izquierdas no lleguen a esos niveles, aunque nada nos sorprende ahora, donde estamos pasando del manual del martillo –con los caviares- al protocolo del estornudo, con los comunistas de vestidos de ángeles.