El terrorismo comunista, aunque parezca redundante, no lo es afirmar así a la subversión marxista-leninista-maoísta- en el Perú, ha sido estudiado en distintos momentos, desde diferentes perspectivas, no siempre en línea con lo que los ciudadanos percibimos como evidente, en razón que quienes lo han analizado –en su mayoría-, no han interpretado esta acción política extremista como lo que en realidad significa previamente, durante y posteriormente a su presencia, sino como una suma de hechos que se entendían a partir de etapas sociales, componentes económicos, sucesiones de gobiernos, acciones desde el Estado o simplemente, la respuesta en la práctica, contra la sociedad, desde una ideología y práctica subversiva que buscaba llegar al poder.
Es más, de los llamados senderólogos –una palabra de moda entre los que opinaban en los medios de comunicación- algo que pasó desapercibido, era notorio que sus fuentes de conocimiento provenían de su antigua militancia en partidos comunistas a los que dejaron con el paso de los años y producto de sus propias decepciones dirigenciales.
Es decir, fueron creyentes y defensores de la ideología, violencia y odio comunista, y no es que despertaron hacia la razón y la cordura, sino que se fueron apartando estratégicamente para cumplir un nuevo rol de fomento a la subversión, infiltrados desde las aulas, en el gobierno o los medios de comunicación por ejemplo, conservando muchos rezagos de esas propuestas, “bajo palabras de nueva formación con un nuevo lenguaje”, un discurso adaptado a confundir y cambiar las definiciones, las evidencias, las pruebas del delito que los animan a destruir, renacer, refundar, estallar.
Así, la guerra popular se cambió a conflicto armado, los terroristas eran combatientes, los asesinatos de autoridades eran ajusticiamientos, la humillación pública de los alcaldes de pueblos andinos se producía en juicios populares sin derecho a la defensa y las masacres de familias enteras, incluyendo mujeres embarazadas a las que les arrancaban en vida sus fetos delante de la población reunida, para aprender en un ritual público obligatorio, cuál era la fuerza del partido comunista, se simbolizaban como reivindicaciones para construir el camino del pueblo en revolución.
¿Se dan cuenta? Otras palabras para intentar cambiar el concepto, pero al final, asesinatos, crímenes terribles, miedo generalizado, silencio y más muerte, siempre bajo la bandera del terror. Como Mao Tse Tung, predicaban que si el problema era el poder, el poder nacía del fusil y no de las ideas.
Justificaban todo en el camino que ellos mismos decidieron imponer con violencia y odio primero ante los más pobres, en simultáneo haciendo que otros también pobres, en universidades, colegios y gremios sindicales, vayan valorando como un rumbo de virtudes revolucionarias el discurso que proclamaban como eje de sus prédicas. Todo lo demás, era ajeno, era rechazado.
La izquierda mostraba así parte de su rostro, su propia mirada. Es inaceptable por eso, que se pretenda decir que existe una izquierda “democrática”, otra izquierda “revolucionaria” y en el extremo, una izquierda “terrorista”. Las tres son una sola en diferentes momentos, las tres miradas apuntan a un modelo similar, siendo el camino para llegar a esa meta, un poco distinto pero lo mismo, algo extendido como estrategia, nada más.
Si la meta es el socialismo y las izquierdas se nutren del mismo discurso marxista leninista, entonces la etapa superior de ese desarrollo es el comunismo y para llegar a cada etapa, la violencia es la partera de su historia. Que lo maquillen es una cosa, que aceptemos eso como verdad es una tontería.
Veamos en consecuencia la forma en que trabaja el terrorismo en el Perú, terrorismo cuyos impulsores han nacido en alguna de las izquierdas o tal vez, en todas ellas y ahora, se encuentran en el gobierno central y en el Congreso, legitimados por la tonta democracia que ha dejado de serlo, para rendirse de rodillas ante el totalitarismo, el grito histérico de las calles, la estupidez de los medios y la complicidad silenciosa y cobarde de las fuerzas armadas, en nombre de la absurda interpretación de la “participación popular”. Y eso, no es democracia.