Si le dijeron azul, es celeste. Si se puso rojo, es casi rosado; si se autoproclama promotor de la violencia y actos de extremismos y ataque a la propiedad pública o privada, tan iguales o cercanos a los de la subversión y se hace llamar “t.rruko o t-erruko”… no puedes decirlo ni sugerirlo -porque, dicen sus allegados y vampiros- que ofendes su memoria. ¿De qué memoria hablas?
Hemos pasado a nuevas etapas en la involución de los que antes se decían promotores de la revolución (o sea, del marxismo leninismo que ahora niegan o les da vergüenza, porque es incorrecto decirlo en su estrategia de constante engaño a la población). Las izquierdas del odio, marxistas, comunistas, socialistas, frenteamplistas, ambientalistas y muchas denominaciones más, son una sola expresión de odio, un solo rostro de maldad, una sola máscara de la mentira y el resentimiento. Y sus necesidades de protagonismo se proyectan sobre lo que puedan inventar en cada movimiento de violencia y agresión que generan, para subvertir el orden, dañar la precaria institucionalidad y debilitar – desprestigiando, a los oponentes al odio.
En el Perú de estos tiempos, en que hay un atisbo de rehabilitación de la política, las izquierdas del odio están en ritmo de incendio y victimización. Encienden la hoguera y están sobre las brasas ardientes sin darse cuenta de su propia forma de quemarse. Y cuando arden lentamente y les quema, acusan a los que ni saben lo que sucede, de haberles puesto sobre el fuego. Es la ironía de la estupidez, convertida inclusive en discurso académico: “Estoy en el lugar incorrecto, me he puesto sobre leños y carbones ardientes que no ardían, pero tú ves que arden y no me dices porqué me he puesto encima de ellos, Es tu culpa, opresor, facho, derechista, conservador”.
Lo mismo ocurre en las calles de protesta que no encienden la ira como escala ascendiente del odio. La izquierda se ubica en masa de cobardes sobre Policías mujeres -que alivian el tránsito vehicular- para arrebatar sus motos y destrozarlas, para darles de empellones y escupir sus rostros. ¿Quién reprime a la Policía femenina? Las enfermas feministas, ellas, esas. No hay conciencia de clase ni de género cuando se trata de atacar, agredir y matar mujeres que no piensan o no actúan como las feministas enfermas que defecan en la puerta de Iglesias.
Es lo mismo con un violentista que se apoda t-rruko (se lee te-rruko, todo junto). El truco es que la denominación empleada no es para confundir o parecer lo que dicen ahora que no es. Se trata de “formas de confundir para lograr una identificación subliminal que legitime” el decirse “te-rruko” como algo casi natural y tan simple y tan miserable como eso.
Por otro lado, en la combinación del mal se hieren las hienas que ni saben quién es ese “t-rruko y se irritan las sanguijuelas del mal, las hediondas regordetas de feminismo y odio, que subsisten en el fango de su fealdad y resentimiento. A eso estábamos yendo, pero la ciudadanía les puso un parche, un alto, un “ya no jodan”. T-rruko es el nuevo truco del terruco. ¿Se dan cuenta?