Cuando era niño, me asustaba mucho pasar por el patio de la casa hacia mi cuarto. Un día dos gatos algo temerosos, sin razón de ello, no se dieron cuenta que iba de paso y saltaron intempestivamente sobre mi cabeza. Ellos y yo –por supuesto- aprendimos que era mejor estar alertas, sobretodo en la noche.
Creo que algo parecido nos pasa en el Perú: caminamos sin ver bien, nos confiamos en el rumbo, votamos por mensajes y no evaluamos si existe un mínimo de verdad en el discurso hasta que de pronto, nos asalta la realidad en todo el sentido de la palabra.
Me encantaría afirmar que es verdad cada promesa que escucho o leo en los medios de comunicación, cuando los candidatos a la presidencia dan sus anuncios como salidos de una fábrica de ideas sin materia prima.
Me ilusionaría acertar en mi voto por alguien que sea honesto –un poquito por lo menos- y que sin disimular diga la verdad y no lo que cree que debo escuchar.
Me comprometería a dar todo mi apoyo a los que se presenten sin decir que alguna vez fueron, lo que nunca resultó ser cierto.
Veo que son 16 los aspirantes a dirigir el país y en principio, me parece que es positivo que tantos peruanos sientan como suyo el reto de hacer posible lo mejor para todos. Pensemos un momento que es así. Seamos extremadamente beneficiosos con otorgar a la duda, el margen de certidumbre, pero revisando bien las propuestas y el origen de las mismas, quienes las apoyan y que intereses se relacionan, para así, ir limpiando el panorama.
Lo que no debemos permitir en ningún instante, es más engaños, más programas sociales insostenibles en el tiempo, más de lo mismo sin destino, ni presente ni futuro. No permitir que nos sigan robando, haciendo del nombre de los más pobres la excusa perfecta para tapar las fechorías de los que gobiernan.
Debemos trabajar haciendo popular aquello que sea bueno para el Perú y los peruanos, como recomponer el mercado laboral y facilitar el ahorro para pensiones seguras, de cada uno y no en manos del Estado que dilapida todo.
Tenemos un gran reto y compromiso, no permitir nunca más que alguien se apropie de nuestra voluntad confundiendo sus opiniones con nuestra posición, o imponiendo la mentira como nueva costumbre legal.
No nos volvamos a equivocar por seguir el libreto o el discurso de referentes que ya no lo son, porque olvidaron a su patria cuando la condenaron a sus recomendados, todos vacunados.