El momento político y social que vive Chile sin duda alguna, es uno de definiciones y decisiones que marcaran el panorama político los próximos años. Por lo mismo, resulta importante para todos los sectores políticos no equivocarse y definir muy bien sus objetivos.
Ciertamente el panorama para la centroizquierda está más cuesta arriba. Sin haber participado en las primarias y ahora en un proceso de consulta ciudadana sin la relevancia que debiese tener, su panorama es complejo por la pérdida de identidad a manos de la izquierda más dura. Avergonzada además de uno de sus mayores legados como lo fueron los gobiernos de la Concertación (1990-2010), a manos de una izquierda más extrema.
Para la centroderecha, la coalición de gobierno, el panorama es relativamente similar, salvo que la votación en las primarias le dio cierto oxígeno; de no cambiar la actitud y estrategia, se verá expuesta a una derrota a manos de la izquierda radical, y con el dilema permanente de que nuevamente el Gobierno que encabeza, a pesar de poder exponer una serie de éxitos en tantas materias como la reactivación económica, el proceso de vacunación, manejo de la pandemia, las ayudas sociales durante la pandemia, no logra adhesión popular y por el contrario, vivimos un proceso constitucional que nunca fue parte del programa y de la intención de este Gobierno.
Cabe preguntarse en este contexto, ¿Cuál ha sido el gran talón de Aquiles o pecado que la ciudadanía ha hecho pagar a estas coaliciones, que cada vez más pierden terreno a manos de una izquierda radical? Creo honestamente que dicho pecado ha sido la falta de identidad, de coraje y convicción en las ideas que se dice defender.
En la centroizquierda resulta particularmente evidente, existe un legado y gobiernos sucesivos de quince años que hoy se desconocen, y en ciertos casos avergüenzan. Pero para el caso de la centroderecha el análisis requiere un poco más de atención.
En tal sentido, un aspecto que creo hay que poner sobre la mesa, radica en hacer la autocrítica que efectivamente, durante muchos años ha prevalecido la idea de lograr resultados a corto plazo, más que buscar un verdadero proyecto político que trascienda la contingencia de una elección.
El coraje al que me refiero, no se traduce en la falta de voluntad de dialogar, alcanzar acuerdos ni de hacer esfuerzos por converger ideas, sino que, en una vocación de liderazgo, de influencia en las ideas, y de intención de convencimiento, el cual se alcanza necesariamente en la defensa de ideas claras, y de un proyecto de Estado y sociedad que no cambie por un resultado electoral.
Un proyecto político debe ir mucho más allá de la mera gestión administrativa, que en ciertos momentos ha confundido a la centroderecha chilena y conceptos como la subsidiariedad, la servicialidad del Estado, el respeto por la dignidad de la persona o la libertad, han sido conceptos olvidados o distorsionados.
Un proceso tan evidente como el descrito, es aplicable en general a las centroderechas de Latinoamérica, pero muy especialmente se puede apreciar en Colombia y Perú, en donde históricamente el sector ha tenido cierto nivel de influencia, y en donde paradojalmente, es finalmente la izquierda radical la que está ganando terreno actualmente.