El 11 de Julio de 2021, uno de los primeros poblados de Cuba en tomar las calles -en la gran protesta ciudadana contra el régimen comunista- fue el municipio artemiseño de Güira de Melena. También, San Antonio de los Baños, su vecino colindante, había abierto la protesta sobre el mediodía de aquel domingo, y los pobladores de Güira conocieron de las manifestaciones incluso antes que en las redes se expusieran.
En pleno corte de electricidad, dos vecinas de un marginalizado reparto de Güira llamado La Guerrilla, compartían el hastío por las angustias de aquel entonces: apagones, brote indiscriminado de covid, elevados precios de los alimentos, escasez de medicamentos, y no acceder al abastecimiento de las tiendas en moneda libremente convertibles, en donde ellas, por no poseer dicha moneda, no podían comprar.
Minutos después que San Antonio tomara una de las avenidas principales, Brenda y Olga fueron las primeras en hacer sonar sus calderos, una práctica común en la protesta cubana, que consiste en percutir repetitivamente un caldero con una cuchara o algo semejante, al son de consignas rítmicas antigubernamentales.
El pueblo de La Guerrilla se le empezó a unir en el reclamo común, porque además, Brenda, es una mujer famosa en este municipio, y porque el sentir y el dolor de toda Cuba era el mismo en aquella hora.
Lo que empezó con un cacerolazo, tomó la envergadura de una protesta ciudadana sin parangón en este poblado. Los manifestantes, que pocas horas después se contaban por centenares, dirigieron sus reclamos hasta el Gobierno y Partido municipales y luego hasta la policía.
No había violencia en ellos, solo la rabia de haber sido empobrecidos durante décadas por un gobierno que establecía medidas cada vez más asfixiantes, canalizada en cientos de hombres y mujeres que reclamaban mejoras a sus dirigentes.
Mientras los habitantes de Güira voceaban consignas al frente de la Estación de la Policía Nacional de la ciudad, consignas que evocaban desde el cierre de las tiendas en MLC, hasta mejorías en la alimentación y salud, y el cese mismo de la dictadura, el presidente de la República aparecía en televisión nacional, ordenando la masacre contra los protestantes.
Rabiosos pero defensos, los manifestantes añadieron un apéndice a su protesta: la manifestación contra la violencia económica. Por lo tanto, se dirigieron de forma unánime hacia las tiendas en dólares de la ciudad, a la que apedrearon y entraron intermitentemente.
Hoy, a casi dos años del sinigual día para Brenda y Olga, para La Guerrilla, para los pobladores de Güira de Melena y de toda Cuba, Brenda Díaz, una mujer trans de 29 años, cumple una sanción conjunta de 14 años por los delitos de atentado, desorden público y sabotaje de carácter continuado. Los cumple en una prisión para hombres en la provincia de Mayabeque.
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Brenda Díaz nació en Güira de Melena en el año 1994, la mayor de Ana María y Luis Manuel. Desde muy pequeña, sus hermanas menores y sus propios padres se percataron de que la pequeña no se sentía cómoda con el sexo que le fue asignado al nacer. Se disfrazaba de Shakira con los tacones de su madre, se maquillaba, y a pesar del desconocimiento de los padres sobre las infancias trans, desde los 12 años se hizo llamar Laura, nombre que trasmutó pronto a Brenda.
En su ciudad, todos la conocían como la Pichu, y los rudos campesinos de aquellos lares la respetaban y elogiaban por ser una de las más diestras en la labor de afilar las espuelas de los gallos para los futuros combates. Criada entre pollos, gallinas y perros, mostró una sensualidad a la que se rindieron muchos de estos machangos.
El 11 de julio Brenda era inconfundible entre la muchedumbre, y es que, en efecto, en un pueblo pequeño donde todos se conocen, Brenda era inconfundible. Esto jugó en su contra, ya que los oficiales la persiguieron una vez que la hecatombe se apoderó de la protesta, y usaron violencia contra ella y contra su hermano Pini, a quien también tuvieron detenido durante varias semanas a pesar de su minoría de edad.
En el juicio realizado a los más de 30 manifestantes de este municipio, le fue imposible a la abogada, Xiomara, tratar a su defendida como mujer. Una y otra vez Fiscalía la definía como hombre, una y otra vez el terrible “ciudadano” o “acusado”, una y otra vez el nombre muerto. El vestido le había sido confiscado como evidencia, y en los reportes de Fiscalía se lee algo tan horrendo como “llevaba un vestido corto de mujer”. ¿Cómo iría vestida Brenda, sino como lo que justamente es?
En el juicio se determinó que, por arremeter contra la tienda El Encanto, y sustraer de allí varios productos alimenticios y efectos electrodomésticos, que por defenderse del oficial que la golpeaba, y por vocear consignas antigubernamentales, debía pasar los próximos 14 años en la Prisión para personas con VIH/Sida ubicada en el municipio de San José de las Lajas, en la sección de ésta destinada a hombres.
En más de una ocasión su identidad de género ha sido irrespetada, y actualmente, tiene que tolerar que oficiales penitenciarios le griten “maricón”, o la traten como una persona del sexo masculino.
Brenda es una mujer que lleva varios dolores con ella. Su pelo inmenso y largo, rapado en contra de su voluntad al llegar a prisión es uno de ellos. La imposibilidad de estar cerca de su madre Ana Mary, una luchadora incansable en la tarea de amplificar en las redes la extrema injusticia de la que su hija ha sido víctima, es otro de ellos. Y un tercero, latente, que como una llaga visible invita a la hostilidad de seres de calaña miserable: No es un hombre, no debe ser tratado como tal.
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