Si usted es de los que tiene dudas sobre por qué miles de hombres y mujeres continúan protestando en las calles cubanas y en las redes sociales, entonces usted no sabe lo que significa para un cubano intentar sobrevivir el día a día en Cuba.
Si es de los que ha venido de “visita” y tiene la impresión de que estuvo en el paraíso, entonces debo decirle que las suyas no son dudas sino cinismo, indiferencia, oportunismo y complicidad, porque aquí en esta Isla la miseria —tanto la material como la humana— se respira en todas partes.
Porque desde las piscinas de bordes infinitos de los hoteles de La Habana, desde la ventana de la habitación, incluso en el Airbnb de fingida familiaridad “a la cubana”, usted no “disfrutó” del “color local”, usted en realidad fue engañado, o peor aún, se divirtió y regodeó con nuestras tragedias cotidianas.
¿Sabía que a solo unos metros de cualquier lugar que haya visitado en La Habana, por el desplome de balcones, techos, paredes, por derrumbes que de tan cotidianos dejaron de ser noticia, por causa de la caída de esos edificios ruinosos que “adornan” sus fotografías, todos los años mueren aplastados niños, hombres y mujeres? ¿Alguna vez se tomó la molestia de averiguar por qué, aun estando en perpetuo peligro mortal, las familias continúan viviendo ahí?
El régimen de Cuba y quienes parasitan la nación bajo su sombra, te dirán que es solo por causa del “bloqueo”, que el embargo económico de los Estados Unidos los priva de recursos para construir viviendas dignas, pero te invito a que, después de observar bien las barrigas rechonchas y las caras rozagantes de absolutamente todos los mandamases comunistas cubanos, investigues un poco acerca de cuántos hoteles han construido y aún construyen con “recursos propios”, sin participación de capital foráneo, así como cuántos después de inaugurados lograrán ocuparse todo el año en más de un 30 por ciento, y cuántos han permanecido abandonados, desde mucho antes de la pandemia.
De modo que, si eres tan solo un poquito perspicaz, enseguida notarás que algo bien raro ha estado sucediendo en nuestra economía donde se pudiera afirmar que, por cada habitación de hotel nueva que se construye, se suman otras 10 viviendas familiares al inventario de casas declaradas inhabitables por estar en peligro de derrumbe.
Y además, sería otro interesante ejercicio ir con los cálculos un poco más allá de comparar el fondo habitacional deteriorado contra la disponibilidad real de capacidades de alojamiento para el turista.
Pudiera usted —porque tiene mucho más acceso a internet que un cubano y mucho más tiempo libre para pensar en otra cosa que no sea alimentar a su familia— averiguar sobre la evidente desproporción entre la ración que logra comer un cubano después de pelear como perro hambriento en una cola y lo que le sirven a un extranjero en la mesa bufé menos pródiga del hotel más humilde.
Le puedo asegurar que su idea de “comer” nada tiene que ver con la realidad nuestra en Cuba, y no por una cuestión de cultura culinaria, de idiosincracia, sino por un asunto de perversidad política en tanto se continúa usando el bienestar y la prosperidad personales como herramientas de control social.
Así, como se hicieron costumbre y se cargaron al erario público las “asignaciones” de comida y comodidades extras a dirigentes y sus familiares en estos 62 años de dictadura, también se ha vuelto casi nulo el abastecimiento en las tiendas donde compramos los cubanos sin privilegios ni remesas del exterior.
Al “endemismo” del hambre nacional además han contribuido decenas de empresas estatales importadoras de alimentos e insumos, invadidas por funcionarios corruptos e indolentes; también una agricultura y una ganadería atascadas en el caos, más innumerables obstáculos del Partido Comunista de Cuba a la iniciativa individual, de los cuales le pondré unos ejemplos.
Sacar provecho personal o colectivo a un pedazo de tierra abandonado requiere de mil permisos de una pandilla de burócratas. En relación con lo que ingresan y teniendo en cuenta las garantías ofrecidas por la ley, paga más impuestos y es más acosada por inspectores estatales la anciana que vende chucherías y comida casera en su hogar o en una esquina que el empresario extranjero cuyo hotel, en un solo día, consume todo el agua, el gas y la electricidad con que se abastece la población de un pequeño municipio como La Habana Vieja. Salir de pesca en un bote de remos, sin permiso, es casi una cuestión de “seguridad nacional”.
Y ya que le hablo de navegar, algo que sería normal en cualquier isla del Caribe, le aseguro que usted, desde la borda del crucero en que nos visitó la vez que lo hizo, o desde el yate donde tomó el sol o bebió un mojito, no admiró playas e islotes casi vírgenes, no. Usted apenas contempló la desolación de un país lleno de prohibiciones para quienes nacimos y vivimos en él, dependientes de un salario que apenas rinde para los dos primeros días del mes.
En realidad usted, por traer dólares en los bolsillos, probablemente gozó de “privilegios” que están negados a los “cubanos de a pie”, ciudadanos de segunda categoría a los que el régimen comunista les tiene prohibido subir a una embarcación y alejarse a más de un kilómetro de la costa porque ese es el límite para dejar de ser un “ciudadano” y transformarse en un “desertor”, como si el país fuese una barraca y nosotros los cubanos una dotación de esclavos.
(Y no clasificamos como tal solo porque se nos paga por nuestro trabajo, aunque muy poco, menos que lo estimado a nivel mundial para considerarnos por encima del umbral de la pobreza, y con una moneda de muy escasa capacidad de compra).
Usted que duda de nuestras demandas, de la legitimidad de las protestas populares, no puede tener idea de la magnitud de nuestro hartazgo, de los cansancios y frustraciones acumulados y que, en los cubanos más viejos, por demasiadas décadas de miedo y desesperanza, han mutado en apatía, pero que en los hombres y mujeres más jóvenes, en su mayoría libres de temores y de compromisos ideológicos tontos, se han vuelto explosiones de ira, de rebeldía.
Si no le bastara mi brevísima explicación para entender lo que sucede, entonces le invito a regresar pero no como turista, no con dólares ni con euros. No con ánimos de quejarse demasiado alto si se decepciona porque protestar públicamente en Cuba, por lo que sea, es un delito que suele pagarse caro, con el ostracismo y hasta con la cárcel.
Pero no me crea a mí. Compruébelo por sí mismo. Regrese con los bolsillos vacíos, así como vamos la mayoría no importa si médico, ingeniero, escritor u obrero.
Venga solo con su entusiasmo por el comunismo desde el capitalismo, con su admiración por el Che y Fidel desde la lejanía y no desde la vivencia en carne propia.
Venga solo con sus consignas y busque un trabajo, el que mejor le parezca, y después intente comprar o alquilar una casa, ¡qué digo una casa!, apenas un cuartico de esos que se caen a pedazos. Ya me dirá si puede lograrlo.
Pruebe, con lo que gane honradamente, a alimentar a su familia, a proveerla de las otras condiciones materiales y espirituales básicas para estar saludables. Hágalo. Le aseguro que sus dudas, junto a su fe en nuestro “comunismo tropical”, se desvanecerán.