La desesperación caviar ha llegado a unirse en el grito y en los susurros, con los extremos de todas las izquierdas emparentadas que nacientes del mismo zaguán, comparten un origen ideológico que niegan a diario pero les pertenece: provienen del comunismo, del marxismo leninismo y unos añaden, del radical maoísmo que le da el color más rojo, más militante y sanguinario, más intenso en el odio y en la fatal agresividad de su lenguaje violento. Pero lo niegan ahora, porque no es estratégico en estos tiempos hablar de “lucha de clases” (odio), no es prudente dar discursos diciendo que “si el problema es el poder, el poder nace del fusil” (terrorismo), ni es conveniente mencionar que la revolución “es del campo hacia la ciudad, cercándola con hambre y bloqueos, ajusticiando a los que se oponen y están en la misma línea de fuego del pueblo” (revolución o muerte).
Como el mundo gira y no retrocede en la forma que pretenden los comunistas, los socialistas o como quiera que se llamen en esta temporada, se les ha ido de la mano, dejando de ser elocuente y atractivo, el discurso de los “che”, de los “fidel” o cuanto autóctono y salvaje se los prodigaba en protestas y arengas locales a sus adeptos y enemigos propios. No han podido permanecer en el presente ni heredarse los himnos ausentes del pasado que la izquierda o lo que fuera que se enarbolara, proclamó. Ni poemas, ni versos encendidos, ni novelas ni telenovelas, la izquierda esa, ya fue y nunca será.
Por eso, han incorporado en su acción y desempeño, nuevas formas, nuevas palabras e inclusive, viejos enemigos condenados en ausencia, como los colectivos de homosexuales a los que nadie les dice hoy que se les va a fusilar, como los periodistas de nueva militancia a los que no se les habla de estatizar a la prensa, como los empresarios de la banca, seguros o múltiples finanzas, a los que no se les dice la palabra expropiación o explotación. Las izquierdas han penetrado arrastradas, al seno de ambientes que antes repudiaban, porque han visto que para ganar sin revolución, hay que incendiar con el lenguaje.
La ficción supera a la realidad cuando desde la esquina de las izquierdas pretenden dominar todo el escenario del debate, imponiendo su discurso y por esa razón, han enfrentado la vergüenza de dos palabras que no se les despegan: “caviares y terrucos”.
La caviarada, el mundo caviar, es una medida de repugnancia social que se les ha “encimado” y que no deja de adherirse a la calificación -sobre ellos-, cuando se descubren consultorías, empleos a dedo, favores de digitación gubernamental o innumerables contratos sin razón pero con nombres y apellidos de los ricachones de las izquierdas del siglo XXI, ricachones de medio pelo y media suela, seudo intelectuales y mediocres que inundan las redes sociales, porque es allí donde se reproducen, ya que en las calles están en silencio, porque los nuevos fantasmas son los caviares y nadie sigue fantasmas, menos caviares.
Tal vez lo que más les hiere y enerva a los de las izquierdas repulsivas es lo que ellas y ellos señalan como “el terruqueo”, algo así como decirles que son terrucos, ya que defienden al MOVADEF por ejemplo, o siempre están del lado de los herederos de sendero luminoso o el MRTA.
Los caviares y los extremistas de las izquierdas, no condenan a sendero luminoso, ni al MRTA, siempre encuentran algo para justificarlos. Es en ese momento preciso que los ciudadanos les dicen con energía que “si defienden a sendero luminoso, entonces son senderistas” y en términos populares se les apoda “terrucos” y los “terrucos” saltan heridos de esa palabra y se automarginan, se victimizan y surge la palabra “terruqueo” como un nuevo verbo decadente: yo te terruqueo, tú te terruqueas, él se terruquea…
Pero terruquear es una palabra inexistente; en cambio “terruco” es un término en ascenso idiomático. Esa es una interesante observación que no hay que perder ni dejar de lado para decirle a los que son de esa tendencia violenta y llena de odio, lo que son: terrucos.