Estos días, son iguales a los anteriores, solo que peores, más distantes de lo humano, más cercano a lo incivilizado. Son “días rojos”, como en las semanas de ofertas que intentan despertar un interés comercial en los compradores de un establecimiento de gran variedad de productos, donde “un gancho” sirve para atraer una compra hacia otras complementarias. En este caso, los días rojos los tenemos en el calendario del odio permanentemente, porque así es el Perú de la intolerancia, donde se ha sembrado el rencor y el resentimiento, como una prueba de supuesta amistad, lealtad, amor, cariño, fraternidad o cualquier otra denominación “no cierta, no verdadera”, pero que se usa como justificativo para decir el odio.
Veamos un testimonio imaginario, telenovelesco, casi real, de alguien que usa un medio de comunicación, para destilar su repentino odio a la Fiscalía de la Nación:
“Yo odio a esa persona, porque mi amigo, el mío, no el de ella, está sufriendo y esa persona lo señaló en su delito y se encuentra -mi amigo- en prisión, por culpa de esa persona que yo odio ahora. Y es que no está mi amigo en prisión preventiva solamente por haber cometido un crimen -ya que otros con iguales o peores crímenes no están en prisión-, sino porque esa persona con poder legal y fiscal no hizo nada para que no fuera a prisión preventiva mi amigo. Debió protegerlo, debió taparlo. Yo la apoyaba -a la Fiscal- en la lucha por la democracia desde mi lujoso exilio, pero así le pagan, así nos pagan a los que defendemos la democracia desde nuestra cómoda lejanía. ¿Cómo? encerrando a nuestros amigos. Es increíble que por un pequeño desliz, no por haber cometido un delito -que lo ha aceptado-, sino porque se necesitaba un nuevo chivo expiatorio, habiendo tantos otros, lo detuvieron en la calle, a él, sin avisarle antes, siendo una figura de la prensa nacional, ¡qué tal atrevimiento! Me pregunto triste y con odio: ¿Porqué a él sí, que se declaró culpable, y a otros no, que son inocentes? La odio con toda mi alma, la voy a destruir, la odio”.
Ese “raciocinio” es el odio en su mayor espresión.
El odio, es una emoción humana -no es un sentimiento-, que consiste en desear causar mal, como mal, a una persona o personas, como castigo por algo que el que odia, ha establecido en sus deseos insanos.
El amigo de alguien está involucrado en la comisión de varios delitos y la Fiscalía propone la prisión a esa persona, de manera preventiva, puesto que se encuentra -esa persona- calificada para evadir, obstaculizar o perjudicar las investigaciones complementarias. En ese sentido, el acusado, ahora preso, es responsable por sus actos, omisiones y comisiones, eso lo determinará la justicia, no los amigos, tampoco los que son sus enemigos. Sin embargo, el deseo que vaya a prisión es una maldad “en la mente de los amigos” y eso, es un buen sentimiento -no una emoción-, porque para los amigos, ese castigo, la prisión preventiva, ya es una condena al amigo que ha aceptado su culpabilidad delictiva y cree que por esa aceptación, cree que por ser una figura mediática, no merece la prisión preventiva (un tema controvertido para algunos).
Como se darán cuenta, para algunos es correcto y necesario “no tocar al amigo que ha delinquido”. Un tema complicado a los ojos de culpables, inocentes y espectadores opinando.
Lo triste en todo esto, es que hemos comprado la idea del odio hacia lo que nos impacta “en contra” o nos hace ingresar a un estado de lealtad “a favor”, que es comprensible pero innecesario vociferarlo, porque hace más daño al culpable, a los amigos, a la vida misma.
El odio, no soluciona problemas, los aumenta. El odio te nutre de venganza, desaparece la humanidad. El periodismo del odio, es lo común ahora, es la transformación de un medio, en un arma miserable.