Si intentamos trasladarnos a nuestra vida de antes de la pandemia, recordaremos que apenas nadie utilizaba las mascarillas faciales. Es más, nos sorprendíamos cuando los turistas orientales se paseaban por nuestras ciudades ataviados con dichas mascarillas. Sin embargo, de un día para otro, hemos tenido que acostumbrarnos a que estas mascarillas formen parte de nuestro día a día.
El camino no ha sido fácil, primero por la falta de abastecimiento inicial, y segundo, por el gran desconocimiento sobre ellas. ¿Qué tipos de mascarillas hay? ¿Cuáles debo usar? ¿Cuántas horas? ¿Se pueden reutilizar ¿Cómo? A día de hoy, cuando el uso de mascarillas se ha extendido a nivel global, aún muchas de estas cuestiones siguen sin tener una clara respuesta, lo que crea una confusión entre la población.
Las mascarillas se quedan
Poco a poco hemos ido avanzando en el conocimiento del comportamiento del SARS-CoV-2, y ahora sabemos que su transmisión a través de los aerosoles es una de las principales vías de contagio. La OMS reconoció que “llevar una mascarilla médica era una de las medidas de prevención que podía limitar la propagación de ciertas enfermedades virales respiratorias, incluida la covid-19”. En consecuencia, el uso de mascarillas faciales por parte del público tanto en espacios abiertos como cerrados fue recomendado e incluso impuesto por las autoridades sanitarias de diferentes países.
Según la estimación de la OMS, se requerían 89 millones de mascarillas para usos médicos cada mes en todo el mundo, así como 129 000 millones de mascarillas para el público en general.
A día de hoy, los países más avanzados en el proceso de vacunación, como Israel o EE. UU., están eliminando la obligatoriedad de llevar mascarillas en los ambientes exteriores. En otros, como España, también se está valorando esta opción. Sin embargo, el uso de mascarillas no parece que vaya a desaparecer del todo. Hace tan solo unos días, el Gobierno español proponía que los alumnos sigan usando mascarilla durante el próximo curso escolar 2021-2022.
Además, el uso de las mascarillas a raíz de la pandemia ha logrado un descenso importante en el número de casos de gripe. También se ha constatado que las alergias han sido menos frecuentes en esta primavera gracias muy posiblemente al uso de las mascarillas. Por todo ello, es muy probable que, una vez superada la covid-19, la población siga utilizando las mascarillas, no de forma masiva como ahora, pero sí para situaciones concretas.
Así pues, las mascarillas seguirán siendo un producto de uso necesario a largo plazo y hay dos aspectos importantes a tener en cuenta: el impacto ambiental derivado del consumo masivo de mascarillas desechables y su efecto en la salud humana por el uso prolongado y diario de las mismas.
Efectos en la salud humana
Existen muy pocos estudios que evalúen los riesgos potenciales para los seres humanos por el uso prolongado de las mascarillas. Uno de los primeros síntomas que se ha observado es el conocido con el nombre de maskacné, que es la aparición de acné en la cara debido al taponamiento de los poros que provocan la humedad y el vapor que se generan al respirar y al hablar con la mascarilla puesta.
Por otro lado, el 1 de diciembre de 2020, la OMS desaconsejó el uso de mascarillas para practicar deporte intenso, ya que podía provocar daños cardiovasculares generando arritmias cardiacas y neumotórax espontáneo. Y recientemente, un tipo de mascarilla que contenía grafeno ha sido retirado del mercado canadiense y español por la sospecha de que pueda causar daños en los pulmones por la inhalación de nanopartículas de dicho material.
Recientemente hemos publicado un estudio sobre los niveles de plastificantes en diferentes tipos de mascarilla, así como el grado de liberación de dichos compuestos durante su uso. Hay que tener en cuenta que las mascarillas faciales se producen a partir de polímeros como polipropileno, poliestireno, polietileno y poliéster. Polímeros que contienen una serie de compuestos químicos, como plastificantes y retardantes de llama.
Analizamos las mascarillas tipo quirúrgicas, KN95, FFP2, FFP3 y reutilizables de tela. En todas ellas detectamos plastificantes organofosforados, con niveles desde 0,02 hasta 27,7 microgramos por mascarilla. Los niveles más bajos fueron para las mascarillas quirúrgicas, mientras que los más elevados fueron para las KN95.
Asimismo, llevamos a cabo ensayos de inhalación para evaluar la proporción de estos plastificantes presentes en las mascarillas que se desprenden y que, por lo tanto, pueden ser inhalados durante su uso.
Pudimos observar que únicamente en torno a un 10 % de los plastificantes presentes en cada mascarilla eran inhalados durante su uso, con la excepción de las mascarillas de tela reutilizables. En ellas no se produjo liberación alguna, por lo que el impacto de dichos plastificantes en este tipo de mascarillas es nulo. En cualquier caso, aún liberándose un 10 % de los compuestos, la cantidad inhalada se sitúa muy por debajo del umbral de riesgo para estos compuestos.
Impacto ambiental
A raíz de la pandemia, se ha observado un incremento en la producción y consumo de material plástico, sobre todo de usar y tirar.
El consumo masivo de mascarillas desechables genera una gran cantidad de residuos que no pueden ser reciclados. Teniendo en cuenta la cantidad de mascarillas utilizadas a nivel mundial, así como su peso (entre 2,5 gramos las higiénicas y 7 gramos las de tela), estaríamos generando entre 0,2 y 6,3 millones de toneladas anuales de residuos de mascarillas faciales.
Según un informe del WWF, cada mes se estarían introduciendo en los ecosistemas acuáticos y terrestres un total de 10 millones de mascarillas debido a una mala gestión de residuos.
Una vez en el medio, estas mascarillas se degradan lentamente formando partículas más pequeñas, los microplásticos. Por otro lado, también se produce la liberación al medio de los aditivos químicos. En el caso de los plastificantes organofosforados, estaríamos emitiendo al ambiente entre 20 y 18 000 kg, que se sumarían a los niveles de estos compuestos que ya afectan a la vida de organismos acuáticos y terrestres.
El menor impacto ambiental se produciría con el uso de las mascarillas de tela reutilizables. Además de que generaríamos menor cantidad de residuos, provocaríamos menor dispersión en el medio de compuestos contaminantes.
Entonces, ¿Qué mascarillas utilizamos?
Está claro que el uso de las mascarillas es necesario para minimizar el riesgo de contagio. Las recomendaciones para una buena protección frente al virus son utilizar mascarillas tipo FFP2 en ambientes interiores con poca ventilación, y mascarillas tipo quirúrgicas para los ambientes exteriores.
Basándonos tanto en el impacto en la salud humana como en el impacto medioambiental, recomendamos el uso de mascarillas FFP2 en ambientes interiores, descartando el uso de las mascarillas KN95. De hecho, a partir de enero de 2021, algunos países europeos, incluida España, decidieron prohibir la venta de este tipo de mascarillas al no cumplir con los requisitos establecidos por la homologación europea. Únicamente se pueden seguir comercializando las unidades en stock.
De entre las diferentes opciones de mascarillas FFP2, son preferibles las que pueden ser utilizadas durante dos días (como las desarrolladas por investigadores del IATA-CSIC y Bioinicia S.L.). Estas minimizan la generación de residuos frente a otras opciones FFP2 cuya aplicación se restringe a un único día.
En lo que se refiere a las mascarillas para ambientes exteriores, recomendamos el uso de mascarillas de tela reutilizables frente a las quirúrgicas. Las primeras retienen completamente los plastificantes evitando su inhalación y, al poder reutilizarse entre 20 y 50 veces, generan un menor volumen de residuos. Asimismo, son una opción más económica a medio plazo.
Sin embargo, es importante señalar que estas mascarillas de tela reutilizables deben ser homologadas, cumpliendo los requisitos de elaboración, confección, marcado y uso especificados en la norma UNE 0065, por lo que quedarían descartadas aquellas mascarillas de tela de confección casera.
Nota de redacción, Las autoras del presente artículo, publicado originalmente en The Conversation www.theconversation.com son:
Ethel Eljarrat, Investigadora Científica del Departamento de Química Ambiental, Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA – CSIC) y, Teresa Moreno, Director of the Institute of Environmental Assessment and Water Research (IDAEA), Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA – CSIC)