Cuando suena la campana a las 5:30 de la mañana, Lidier no la siente a pesar de que redobla a un par de metros de su cama. No es sordo ni está muerto, es que las horas de descanso han sido pocas, así como precarias las condiciones de vida. De lunes a sábado, es soldado obligado a servir como constructor en una brigada de la Unión de Construcciones Militares (UCM). Sale a trabajar a las 6:30 am, para una jornada laboral de más de 12 horas, y llega al campamento, ubicado en las afueras del municipio habanero del Cotorro, ya pasadas las 9:00 de la noche.
También son pocos los domingos que disfruta de la breve libertad que significa “el pase” y no puede ir a su casa a intentar reponer fuerzas porque en el hogar lo esperan un sin fin de problemas que su salario mensual de 230 pesos (unos cuatro dólares al cambio actual en el mercado negro) no alcanza a resolver.
Pero los días de pase son tan escasos como el dinero. Cuando no es por un atraso en los planes constructivos del proyecto de hotel de lujo donde labora, es por castigo o tareas extras (a las que llaman “voluntarias” pero que en realidad son las más obligatorias), pero en poco más de un año que lleva como soldado, Lidier ha salido del campamento apenas en una decena de ocasiones. Incluso ha tenido que extraerse muelas sanas para, con un certificado médico de reposo, lograr unas “horitas” más de licencia y sentirse el hombre libre que alguna veces sueña que llegará a ser.
A pesar del hambre que siente, cuando Lidier termina su jornada de trabajo, la fatiga no lo deja llevarse más de dos bocados del sancocho que sirven en el comedor, que casi siempre consiste en las pocas cucharadas que caben en una vieja bandeja plana de aluminio: un poco de arroz, algo de frijoles y una porción mínima de jamonada, croquetas o huevos hervidos. Las tripas le suenan, el estómago le arde y con solo 20 años ya padece de gastritis pero, según cuenta, ya en la tarde ni siquiera le quedan fuerzas para bañarse y así como baja del ómnibus militar, sin quitarse las botas ni las ropas sudadas, se echa en la litera y cae como muerto.
No le molestan ni el calor ni los mosquitos, tampoco hace caso a los gritos de los jefes cuando pasan a comprobar si algún soldado se ha fugado. Solo algunas noches se sobresalta al sentir el ruido del portón de barras de acero cuando lo tiran para cerrarlo hasta el amanecer.
Lidier sabe que ser soldado en Cuba no significa ser entrenado para ser un héroe de la patria sino para ser usado como una bestia de carga. Que las brigadas de constructores, cuando son militares, son tratadas más como una dotación de esclavos que como soldados en una “misión especial”. Porque así, como “misión especial”, el teniente coronel García Pedroso, segundo jefe de la Unidad Especial de Construcciones para el Turismo, definió las labores de los nuevos reclutas cuando los recibió a principio de año y les habló del “honor de servir a la Revolución” no en la “defensa de la patria” sino en la construcción de hoteles para el turismo.
De acuerdo con fuentes vinculadas tanto a Gaviota S.A. como a las propias Fuerzas Armadas de Cuba, el déficit de mano de obra, debido al éxodo de trabajadores civiles y la necesidad de cumplir con los compromisos de entrega de los proyectos hoteleros, ha obligado a los militares a transformar durante el 2020 y hasta el 2025 a casi la mitad de los efectivos no permanentes del Ejército en obreros y trabajadores especializados de la construcción.
El de Lidier es uno de tantos campamentos militares del Ejército Occidental que en los últimos cinco años han sido o serán transformados en “brigadas especializadas para la construcción”, bajo el mando del Grupo de Administración Empresarial de las Fuerzas Armadas (GAESA).
El caso del joven es como el de otros miles de reclutas cubanos. Ni siquiera medió un entrenamiento militar básico puesto que este fue sustituido por un brevísimo curso de tres semanas para enseñarles algunos elementos esenciales de albañilería.
“Por una parte me beneficio porque estoy aprendiendo un oficio que me puede servir después, pero eso no es lo que se supone sea el servicio militar”, dice Lidier y agrega: “Nos engañan, primero nos dijeron que ganaríamos como cualquier civil, hablaron de hasta 4 000 pesos (mensuales), que nos darían ropa de trabajo cada seis meses y no han cumplido nada (…). El salario es fijo, 230 para el ayudante y 280 para el albañil. Nos dieron una muda de ropa hace como año y medio y ya no han vuelto a dar nada. La mayoría aquí ha tenido que comprar los chalecos (de protección), las botas. Y hay otros que vienen a trabajar con lo que pueden (…). Entonces si te ven sin chaleco y con tenis viene el teniente y te pone un reporte. Ya no puedes salir de pase en dos semanas. (…) Aquí los chamacos que se van de baja venden la ropa y las botas a los que entran nuevos, así es como funciona esto”, asegura el joven y su testimonio es confirmado por otros soldados que han tenido experiencias similares, con los cuales conversó CubaNet.
Reclutamientos masivos y forzosos
Yandriel tiene 26 años y es de Granma. Llegó a La Habana en 2018 después de uno de tantos reclutamientos masivos que hacen los militares cuando escasean las fuerzas de trabajo o cuando los apremia la entrega de una obra, como ha sido el caso de los hoteles de altos estándares Grand Packard y Paseo del Prado, ambos inaugurados hace un par de años en las inmediaciones del malecón habanero.
“Yo trabajaba en una cooperativa pesquera en Niquero (…) y un día me llega una citación urgente del Comité Militar”, asegura Yandriel. “(La citación) me llegó a mí y a otros dos que trabajaban conmigo y que tampoco habían pasado el servicio (…). Cuando llegué al Comité Militar veo que hay como más de 100 chamacos de mi barrio y como cinco guaguas de La Habana (…). Ahí no hubo chequeo (médico) ni nada. Te pedían el carné, unas guardias te llenaban las planillas, firmabas y te montaban. Hay socios que no tenían teléfono y ni siquiera les dio tiempo de llamar a la familia para decir que nos traían para La Habana. Y al que decía que no o protestaba le decían entonces vas preso porque esto es servicio obligatorio”.
Tal como sucedió con Lidier dos años más tarde, quienes pensaron llegar a una unidad de combate y vestir de verdeolivo terminaron en un campamento de construcciones militares enfrentándose no a tropas enemigas sino a condiciones de vida al límite de lo humano y a jornadas de trabajo que en ocasiones sobrepasaron las 24 horas, más cuando tanto los hoteles Gran Packard —perteneciente a GAESA pero administrado por la empresa española Iberostar— y Paseo del Prado —igualmente de los militares pero regenteado por la francesa Accor— estuvieron en las fases finales de las labores constructivas.
“Hace dos años no daban cursos. Te bajaban de las guaguas directo a las obras. Nadie te explicaba nada. Allí mismo aprendías. (…) Te daban ropa de trabajo y equipos de protección pero ya a los nuevos no les están dando nada. Dan hasta donde alcanza, es que antes eran unas cuantas brigadas. Ahora vienen de casi todas las unidades (…). Cuando va el noticiero (la televisión) o está la visita de algún dirigente pasa el teniente y pregunta quién tiene ropa y zapatos pero no para darte nuevos. Te preguntan para decirte que si tienes la ropa ripiada o no tienes botas ese día no puedes ir (…). Te pasan para otra obra y entonces llevan a los que se ven mejor. Todo es una hipocresía”.
Los contingentes son menos rentables que los campamentos militares para la construcción
Cuando en plena crisis económica causada por la debacle de las dictaduras comunistas de Europa del Este, a inicios de los años 90, el régimen cubano se vio obligado a abrirse a las inversiones extranjeras sin una infraestructura hotelera y turística suficiente para vender la Isla como un destino de vacaciones y atraer a los inversionistas extranjeros del sector, entonces a Fidel Castro se le ocurrió la idea de crear grandes empresas constructoras a las que denominó “contingentes”.
Los brazos y el dinero necesarios para tener listas en tiempo récord las edificaciones y carreteras (incluidos los pedraplenes en la cayería norte de la Isla) eran escasos pero no salió a buscarlos en las Fuerzas Armadas (FAR), bajo el mandato de su hermano Raúl como ministro de las FAR, sino en las llamadas “microbrigadas” que él mismo creara en los años 70 para los programas de viviendas populares.
“Como mismo las creó, así las desapareció de un plumazo”, afirma Eugenio Fernández, excombatiente en Angola, exmilitar graduado de ingeniero civil y fundador de los primeros contingentes de la construcción.
“No tanto por el turismo sino por los Panamericanos (XI Juegos Panamericanos de 1991). Pero en los Panamericanos (se refiere a las brigadas constructoras creadas para la ocasión) fue pensado como algo temporal, que después se convirtió en lo que fue. Se quedaron decenas de edificios a medias, también el programa de consultorios médicos (oficialmente denominado “Médico de las 120 familias”). (…) A las FAR y el MININT solo fueron a buscar a los jefes (…). Yo fui desmovilizado para que me hiciera cargo de una brigada en Varadero. Ya yo había estado en tropas de ingeniería en Angola. (…) Los constructores venían del movimiento de las microbrigadas. No eran profesionales. Era gente que sacaban de sus trabajos, gente que jamás había visto un saco de cemento ni un bloque, para que construyeran viviendas con la promesa de que en cinco o diez años recibirían una como estimulación. Hay quien la recibió y hay quien se quedó en esa (…). ¿Por qué Fidel crea los continentes? Ante todo porque necesitaba hombres que trabajaran más de 12 horas diarias, de lunes a lunes, y en las microbrigadas solo se trabajaban a mucho dar ocho horas, y de lunes a sábado. Así no se podían hacer hoteles y carreteras. También necesitaba gente que se fuera a vivir durante meses en barracas sin condiciones, por un salario mínimo y sin pedir casas al final. Porque a las microbrigadas iban los que estaban buscando una casa. Esa fue su idea de ahorrar dinero y tener más brazos”, afirma Fernández.
Pero a finales de esa misma década, así como el sistema empresarial de las Fuerzas Armadas —del cual más adelante se formó el actual Grupo de Administración Empresarial conocido como GAE o GAESA— fue ganando terreno e imponiéndose en la economía cubana (en virtud del aumento de los contratos de inversión y de administración por parte de empresas extranjeras), aumentó la demanda de fuerza de trabajo y ya no bastaba con las fuentes ni los incentivos que, en su momento, nutrieron de brazos a los contingentes.
Según testimonios recogidos por CubaNet de boca de algunos protagonistas de esa etapa de cambios en las estructuras militares, fue hacia finales de 1998 que comenzaron a crearse las primeras brigadas militares de la construcción especializadas en obras para el turismo, una fuerza laboral con objetivos y funciones muy diferentes a los que tuviera el llamado Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), mucho más concentrado en las labores agrícolas y en otras de tipo constructivo pero no relacionadas con la industria del ocio.
“La UCM ya existía desde antes, también la EJT, que es más antigua, pero no era lo que se buscaba a finales de los 90”, afirma bajo condición de anonimato un exoficial vinculado a la dirección de varias brigadas constructoras de las Fuerzas Armadas.
“Había que salir a buscar miles y miles de brazos que no había ni siquiera en el níquel, ni en la caña (…). Se buscaba mano de obra abundante, rápida y fácil, y esa eran los soldados. Raúl (Castro) no estuvo muy contento con la idea de hacer llamados (reclutamientos) más numerosos (…), primero porque eso daba la impresión de un estado de alarma, tampoco había cómo sostener con ropa, comida y demás a tantos muchachos (…). Segundo porque se estaban haciendo reclutamientos para ampliar los efectivos en la Policía, eso era prioridad para Fidel en ese momento, después de los sucesos del 5 de agosto del 94 (estallido popular conocido como el “Maleconazo”) (…). También estaba la disyuntiva de si crear más médicos o más soldados. Pero los gallegos (empresarios extranjeros) estaban apurando a Fidel y querían los hoteles para ayer. No eran ni muchos hoteles ni de lujo, y se podían hacer como mismo se hace una escuela o un edificio de viviendas, matando y sanando; pero cuando empezaron a pedir más y más hoteles ya sí tuvieron que hacer las brigadas con los soldados”, asegura el exmilitar, actualmente directivo de una empresa constructora.
Pero de la decena de brigadas militares de la construcción, creadas entre finales de los 90 e inicios del 2000 a partir de unidades militares, actualmente se ha llegado a más de medio centenar de ellas, la mayor parte concentrada en la región occidental, entre los polos turísticos de Varadero y La Habana.
Eficiencia económica es igual a más soldados y menos trabajadores civiles
De acuerdo con información ofrecida por varios trabajadores civiles de estas unidades, el proceso de transformación, en tanto los vincula directamente a la producción, lejos de mejorar las condiciones salariales y de vida de los reclutas y trabajadores, las ha empeorado y continuará así en la medida que aumente la cantidad de unidades transformadas en brigadas.
“(El cambio) no repercutió en beneficios económicos, al contrario”, asegura una trabajadora civil de una brigada militar de la construcción para el turismo de La Habana, asociada al grupo empresarial Almest.
“Antes no estábamos bien, pero tampoco tan mal como ahora. Suponíamos que los salarios aumentarían pero no fue así. Ganamos un poco más pero en la práctica nos sirve menos que antes y las condiciones ni se diga. La mayoría de los que quedamos aquí es porque estamos aguantando por la jubilación. Los que están más jodidos son los pobres soldados. Esos no tienen la posibilidad de irse. (…) Es que todo va mal, pagos atrasados, las comidas que antes no las cobraban ahora hay que pagarlas a precio de COVID (muy caro) a pesar de que está incomible”.
Un exoficial y funcionario de la UCM, entrevistado por CubaNet bajo condición de anonimato, afirma que el proceso de creación de brigadas para la construcción en las FAR, con el objetivo de paliar la escasez de mano de obra civil, no será algo circunstancial sino que, por los resultados positivos que arroja en términos económicos, habrá de convertirse permanentemente en la nueva forma de suministrar mano de obra a todos los proyectos constructivos de GAESA, lo cual aleja la posibilidad de que, en un futuro cercano, disminuya la masividad de los “llamados” y, peor aún, que el Servicio Militar deje de ser obligatorio y exclusivo para hombres.
“Hay medio centenar de brigadas que provienen de unidades militares que han sido convertidas en campamentos, y eso continúa en todo el Ejército Occidental porque se trata de dejar solo las unidades que sean imprescindibles para la defensa. La idea es que para el 2022 se pueda cubrir más del 80 por ciento de los proyectos (para el turismo) con mano de obra propia (de las FAR). Es mucho más económico y te asegura al menos dos años sin deserciones (laborales), que es algo que nos está golpeando y duro (…). Esto pudiera cambiar el concepto de reclutamiento. El servicio posiblemente se haga obligatorio para algunas mujeres, pues se necesitan hombres en la construcción (…). Se ha llevado el tema a la FMC (Federación de Mujeres Cubanas), la Asamblea (Nacional), se ha hablado con los estudiantes de algunas carreras como Derecho, el propio Turismo, Ciencias Informáticas, algo similar a lo que sucede en el ISRI (Instituto Superior de Relaciones Internacionales) (…). Hay una realidad, la población envejece, emigra, no ve el trabajo (estatal) como fuente de ingresos, así que no hay mano de obra suficiente para la magnitud de los planes de desarrollo y se ha tenido que echar mano a lo que se tiene”, asegura la fuente.
Según información recabada por nuestro medio, el éxodo laboral y la consecuente falta de fuerza de trabajo, más que la escasez de liquidez y de recursos materiales, son las principales causas de los atrasos que registran hoy ambiciosos proyectos hoteleros como los emplazados en las zonas del Vedado y Miramar, todos a cargo de empresas constructoras militares como UCM y Almest.
En el caso del futuro edificio más alto de Cuba, popularmente conocido como “Torre López-Calleja”, en plena Rampa capitalina, a pesar de los avances notables en medio de la crisis por la pandemia, se habla de un atraso en las obras que pudiera posponer la inauguración para bien entrado el 2024, aún cuando estuvo concebida para finales de 2022.
Algo similar ha sucedido con la entrega definitiva de los hoteles levantados en la parcela de 1ra. y D en el Vedado, así como las torres y galería comercial en las inmediaciones de las calles 3ra. y 70, en Playa, cuyas aperturas estaban previstas para la presente temporada alta del turismo pero han tenido que ser pospuestas para algún momento del 2022. Aunque en el caso específico del Gran Aston, se habla de una próxima “apertura parcial” de solo unos cuantos pisos de una de las dos torres.