No existe mayor evidencia “que lo que está ocurriendo cada día”, para demostrar que la ultraizquierda que ha dejado de gobernar mayoritariamente, pero mantiene todavía infiltrados en diversos estamentos del Estado, se ha dedicado a promover acciones de violencia contra el país en su conjunto.
No se trata de una pelea entre los que gobiernan y los que gobernaron, a pesar de ser hijos de una misma caverna ideológica e inmoral que ahora, estratégicamente se encuentra aparentemente dividida y hasta enfrentada, sino que la señora Boluarte ha entendido su rol como vicepresidente reemplazante por sucesión dentro del debido proceso constitucional, y por otro lado, debe decidir entre seguir los lineamientos de su ex jefe (o socio en las sombras, Vladimir Cerrón) o moverse en un complicado equilibrio para pasar a la historia como la primera mujer en asumir la presidencia del Perú, reencausando al país por un camino más limpio y ordenado –contrariamente a sus ideas primigenias, las de Boluarte, Castillo y Cerrón-, y en este escenario, es muy fácil encontrar la respuesta.
Boluarte tiene buenos guionistas, rápidos operadores que se han sumado al gobierno, políticos de segunda línea dispuestos al sacrificio y bueno, efectivos periodistas y asesores de alquiler que son siempre funcionales mientras el dinero fluya, así de claro. Pero ser bueno, rápido, dispuesto y funcional, no es suficiente cuando acaban de cancelar a una tropa ideológicamente afín, cercana, fruto del mismo nido de odios y resentimientos con los cuales, la señora Boluarte se ha peleado desde que comenzó a viajar a eventos internacionales donde aprendió a mirar, callar y escuchar (importante actitud de siembra para cualquier eventualidad como la que hoy la acoge con entusiasmo y vanidad). Pero, ¿y las lealtades?
Para ser de izquierda un requisito básico es la deslealtad, para ser de ultraizquierda hay que sumar más cualidades: inhumanos, violentos, cobardes, atropelladores, traidores y suicidas, una mezcla tan explosiva como el daño que pueden ocasionar. Y en este sentido, la señora Boluarte se encuentra en tres tiempos hasta el momento. El del arranque, cuando decide que seguirá el curso de la sucesión en la presidencia. El del orden inmediato y aguante también inmediato, donde lo único que le endilgan (y es también lo más frágil en su futuro) es la muerte de cerca de treinta personas durante esos días de violencia y descontrol. Y el tercer tiempo es el de “decides y actúas o cambias y piensas en lo que podría suceder”; este tercer tiempo la está marcando por la presión de sus socios primigenios cuando todo era felicidad con Castillo, Cerrón y la Mendoza (además de las oenegés, intelectuales y académicos de extrema izquierda, medios aliados de entonces) que ahora, ante lo que llaman la traición, la quieren acusar por crímenes de lesa humanidad, infracción a la Constitución y una larga lista de posibles delitos que encontrarían eco de inmediato en diversos foros internacionales. Por eso, el viaje a la toma de mando de Lula la angustiaba tanto, porque quería rendirle tributo a Lula y “amarrarse” con él, teniendo en cuenta que AMLO apoya al golpista de Castillo y AMLO va de retirada, en cambio Lula viene a controlar la región, el Foro de Sao Paulo y las nuevas inversiones brasileñas (la era post Odebrecht).
En todo este complejo panorama, donde tenemos a la señora Boluarte indecisa ahora, a pesar de haber demostrado decisión (equivocada o no, tomó decisiones), donde el Congreso está lleno de ineptitudes que desarman cualquier esfuerzo por darle sentido a la tarea que tienen hacia adelante, donde la Fiscalía se juega un inmenso rol de persecución del delito, donde el Poder Judicial va poco a poco demostrando rostros valientes e independientes progresivamente y donde las Fuerzas Armadas parece que al fin entienden que tienen que participar en acciones permanentes en apoyo a la sociedad, el rol de los medios de comunicación ha perdido impacto y son las redes sociales las que van sembrando nuevas voces y nuevos rostros que llaman a conducir por una de tres vías: de violencia, de conciliación, de respuesta a la violencia y rechazo a toda conciliación.
¿Se dan cuenta? Ni una es de ideas y propuestas, ese es el gran problema que ya está creciendo y va a imponer que una de esas vías pueda ser la respuesta electoral que el Perú elija y otra vez, nuevamente, seamos ese Perú que nadie imagina como un gran país que pierde todas las oportunidades, por no asumir su grandeza con pasión y orgullo.
Por eso la gran pregunta que hacemos va en este sentido: ¿Está la señora Boluarte gobernando o sólo administra su tiempo político? Ella nos debe responder.