Cada vez que recito esta frase, y se la atribuyo a San Juan Pablo II, hay algún lector que me pide que la identifique en las enseñanzas de San Karol Wojtyla. Vamos que no le gusta la frase y, por tanto, duda de su autoría.
En efecto, la frase textual no es suya, pero es el mejor resumen -sobre todo el más corto- de una de las homilías más impresionantes de las recitadas por San Juan Pablo II, la pronunciada el 29 de septiembre de 1979 en Irlanda, una tierra martirizada por la violencia terrorista. Para ser exactos, en Drogheda. Aquí tienen el texto completo: www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/homilies/1979/documents/hf_jp-ii_hom_19790929_irlanda-dublino-drogheda.html
Puede que no se la quieran leer entera -y les aseguro que merece la pena- pero si no lo hacen, al menos seleccionen estos textos. En primer lugar, si no lo pretenden, al menos repasen estos párrafos del Papa polaco quien cita, a su vez, a Pablo VI y la relación entre paz y justicia:
“Quiero hablar, en primer lugar, de la justicia. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1971, mi venerado predecesor, Pablo VI, el peregrino de la paz, decía: ‘La verdadera paz debe fundarse en la justicia, en el sentido de la dignidad inviolable del hombre, en el reconocimiento de una igualdad indeleble y deseable entre los hombres, en el principio básico de la fraternidad humana, es decir, en el respeto y amor debido a cada hombre, porque es hombre’. Este mismo mensaje lo he repetido yo en México y en Polonia. Lo repito aquí, en Irlanda. Todo ser humano tiene derechos inalienables que deben ser respetados. Toda comunidad humana —étnica, histórica, cultural o religiosa— tiene derechos que deben ser respetados. La paz está amenazada siempre que uno de estos derechos es violado. La ley moral, guardiana de los derechos del hombre, protectora de la dignidad de la persona humana, no puede ser dejada de lado por ninguna persona, ningún grupo, ni por el mismo Estado, por ningún motivo, ni siquiera por la seguridad o en interés de la ley o del orden público. La ley de Dios está muy por encima de todas las razones de Estado. Mientras existan injusticias en cualquier campo que afecte a la dignidad de la persona humana, bien sea en el campo político, social o económico, bien sea en la esfera cultural o en la religiosa, no habrá verdadera paz. Las causas de las desigualdades deben ser identificadas a través de un examen valiente y objetivo y deben ser eliminadas de manera que cada persona pueda desarrollarse y crecer en la plena medida de su humanidad”.
En efecto, sin justicia es imposible la paz, es que la justicia es imposible de conseguir si el Estado abandona cualquier perspectiva moral. Es decir, cuando las cosas ya no son ni buenas ni malas, sólo posibles o imposibles.
Vamos ahora con la violencia creadora de injusticia y su única solución, el perdón: “En segundo lugar, la paz no puede ser establecida por la violencia, la paz no puede florecer nunca en un clima de terror, de intimidación o de muerte. El mismo Jesús dijo: “Quien toma la espada, a espada morirá” (Mt 26, 52). Esta es la palabra de Dios, la que ordena a los hombres de esta generación violenta desistir del odio y la violencia y arrepentirse”.
Para remachar. Karol Wojtyla insiste: “En los años futuros, cuando las palabras de odio y los actos de violencia hayan sido olvidados, serán las palabras de amor y los hechos de paz y de perdón los que serán recordados. Es esto lo que inspirará a las generaciones futuras”.
Por tanto, insisto y persisto en que Wojtyla sí estableció esa relación causal: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón y, además, de poco sirve el perdón del bueno sin el arrepentimiento del malo: la injusticia, y por tanto la violencia, la falta de paz, permanecerá.
Esta es la razón de que las cosas vayan siempre mal y de que la política no sirva para nada. Falta arrepentimiento, falta perdón, falta justicia, ergo falta paz.