Estamos en medio de una vorágine de atentados extremistas y agresiones inaceptables al orden social, a la tranquilidad ciudadana, a la paz que debe primar en una sociedad que aspira a un constante progreso y desarrollo, dos palabras que parecen insultar la limitada capacidad de los políticos y sus adherentes cuando se trata de las izquierdas en el Perú.
Se ha trabajado con maldad constante y mucha cizaña para dañar las mentes y cambiar los conceptos –o intentar modificarlos a lo largo del tiempo-, cuando uno habla sobre la violencia en el país y cómo debe apaciguarse esa manifestación de odio creciente, esa expresión de suma de resentimientos y las acciones subsecuentes que se realizan contra todo lo que se les oponga en sus mentes y en el camino oscuro que les pertenece a quienes sin respetar el debido proceso constitucional, pretenden imponer el indebido proceso del terror, como guión permanente de su fracaso ideológico.
¿Las izquierdas en el Perú no son como las izquierdas en otros países? Son lo mismo, es la misma cáscara envolviendo un producto cuya caducidad es innata, un cartucho de dinamita envuelto con flores de aroma que huele agradable -al primer olfato-, pero que cuando se descubre a sí mismo, suma el hedor propio y la explosión provocada con un daño irreparable. Y una muestra de “tan frágil e inocente consecuencia” es que todas las izquierdas (porque no hay una sola maldad, sino muchas de ellas) tienen como objetivo igualar en un mismo plano moral, informativo, comunicacional y social, palabras como “proporcionalidad” para referirse al hecho que los actos de violencia contra las personas y la propiedad publica y privada, no pueden reprimirse legalmente, si es que no existe “proporcionalidad en el enfrentamiento” (vamos sumando ahora la palabra enfrentamiento).
Es decir, cuando un delincuente hace su acto criminal, se está enfrentando además, al Estado. Es una doble función frente a la cual, las fuerzas del orden, en este caso la Policía Nacional, debe tener “prudencia y comprensión anticipada” para no afectar al prontuariado cuyo armamento es un cuchillo, una pistola calibre 22 y el estar drogado para tomar valor (la vitamina del cobarde). O pongamos otro ejemplo: una horda de militantes comunistas rompe el cerco de un aeropuerto para que al ingresar violentamente puedan destrozar las señales y luces de la pista de aterrizaje porque les da la gana de hacerlo, a fin que su acción política gane publicidad en los medios y atemorice a la población que no acata un paro regional. Les da la gana, esa es su razón, porque “destruir y arrasar” no produce trabajo, ni alimentos, ni progreso. ¿O estoy equivocado?
Entonces, en esa ilógica nivelación que les explico, en la cual si va a intervenir la Policía Nacional, nuestros efectivos no pueden tener armas de mayor calibre que las del criminal, ni pueden usar ningún elemento disuasivo si el delincuente no posee algo que le permita contener lo que usa la Policía, se construyen escenarios donde el delincuente pasa a ser algo así como “un producto de la sociedad que merece ser comprendido y permitido en su proceder, protegiendo sus derechos humanos”. Eso es la famosa “proporcionalidad”: estar desprotegidos, brindándole a cualquier criminal, a cualquier comunista, la posibilidad de destruir el país sin tener forma alguna de defendernos, ni nosotros, ni la Policía. ¿Qué les parece tamaña estupidez?