Ningún Congreso fue mejor que otro, ninguno fue peor que el pasado, ninguno será tan decepcionante como el que viene. Esa es la coincidencia cuando hablamos en la universidad sobre la desastrosa historia política de los últimos tiempos, referida en el capítulo reservado al Congreso de la República.
Muy pocos ciudadanos pueden citar los nombres, el partido y los proyectos destacados de cinco congresistas, iniciativas que hayan significado un aporte al progreso y desarrollo del Perú.
“Pero hay excepciones…” es posible, pero las excepciones confirman la regla.
Recordemos brevemente: durante el periodo de gobierno de Ollanta Humala, los escándalos, peleas, componendas y acuerdos extraños se impusieron a lo poco bueno, a lo casi imperceptible de aplauso que quizás se logró, quizás, pero no trascendió.
Entonces, en el periodo de PPK y en el que corresponde a Vizcarra, hubo continuidad en lo que las gentes rechazan: escándalos, peleas, protección al corrupto, negación de lo evidente, ventas de dignidad, alquiler de principios y silencio frente al abuso.
¿No estás de acuerdo? No me interesa, a mí me preocupa mi patria, no tu egoísmo, odio y vanidad.
Que uno, tal vez dos o un poco más de los actuales congresistas elegidos sean gentes honestas, buenos ciudadanos y no tienen que estar en la lista de los innombrables, es posible, no me da tiempo ahora de hacer arqueología o antropología forense. Fue un desastre el congreso y fue una salvajada cerrarlo. ¿Contradicción? Es posible que lo pienses así, yo no.
La democracia, imperfecta por un lado e invadida por delincuentes en el otro extremo, ha caído en una suerte de rumbo al suicidio, pero sobrevive. Los partidos no existen, las agrupaciones de corte electoral se extinguen y repiten su negocio en cada proceso. Los líderes… ¿hay alguno por allí?
Vayamos a lo vigente: No se vislumbra ni un sólo político valiente, constante, representativo de su electorado -ahora sí, salvo dos esfuerzos que están tratando de mostrarse, pero veremos si resisten- y además, no se evidencia una organización política partidaria coherente, que refleje esa coherencia en sus congresistas, en sus dirigentes y en sus mensajes (todo junto, nada aislado).
¿Qué vemos entonces?
A un escandaloso, varios procesados y con procesos en cuestas, otros gestores de intereses, pretendidos candidatos a la presidencia del país, promotores de grupos de conflicto y muy escondidos -pero allí tienen que estar, sino donde- a los narcoamigos.
¿Han leído, escuchado o conocido por algún medio propuestas relevantes para nuestra economía, para el fomento al empleo, para promover el mercado laboral y la defensa de la familia y la vida después la breve y ardorosa campaña de unos pocos, silenciada por la prensa alquilada al poder?
No, nada. Y es que el show debe seguir, porque la venta del escándalo, la primera página de peleas y odios vende, atrae, conquista el poco espacio de raciocinio de millones.
¿Este congreso? Ya es decepcionante, sino miren a sus voceros.