Si tuviera que calificar esta cinta de alguna manera, sería como “el evento cinematográfico del año”. Así, sin ambages. Y creo que no exagero un ápice, pues hacía ya la friolera de casi setenta años que esta historia no era abordada de nuevo por el celuloide. Y es que, tras dos películas rodadas en los años 50, la gran pantalla creyó que las apariciones de Fátima habían sido lo suficientemente explotadas como para que ningún largometraje más pudiera profundizar en lo que había sido narrado por ellas. Pero nada más lejos de la realidad, puesto que la que nos ocupa demuestra lo contrario.
Sin duda, setenta años es mucho tiempo. La primera película sobre Fátima que llegó a las pantallas fue La señora de Fátima (Rafael Gil, 1951). Esta producción se enmarcaba en el contexto hagiográfico que tantas glorias dio al celuloide español en los años 50. Rodada, pues, conforme al candor que caracterizaba a las cintas de este tipo (y de esa época), se convirtió en un auténtico fenómeno de masas en nuestro país. Y hasta fuera de él, pues el mismísimo papa Pío XII convocó a su director, para espetarle que, con su cinta, había hecho más por la fe de los cristianos de todo el mundo que cientos de sacerdotes con sus homilías (sic).
Pero, paradójicamente, donde tuvo mayor éxito fue en Estados Unidos, donde se suscitó un insólito interés por las apariciones de Portugal. Tanto es así que incluso la meca del cine se decidió hacer su propia versión de ellas, que, en el fondo, no dejaba de ser un remake encubierto de la cinta española: El mensaje de Fátima (John Brahm, 1952). Por desgracia, es meridianamente peor que la película de Rafael Gil, por lo que no alcanzó la recaudación que se esperaba de ella (y que sí había conseguido La señora de Fátima); por este motivo, se resolvió que el subgénero de apariciones había pasado a mejor vida y que, por tanto, no era necesario seguir indagando en él (recordemos que, una de las cintas más taquilleras –y más oscarizadas– de la historia es La canción de Bernadette, que se hace eco de las apariciones marianas de Lourdes).
De este modo, aunque el mundo del cine, en particular, se olvidó de la Virgen de Fátima, no lo hizo el mundo audiovisual en general, puesto que este siguió produciendo documentales y títulos menores que continuaban indagando en ella. De hecho, en la televisión encontró un terreno abonado, pues se han producido telefilmes y miniseries de mucha calidad. Sobre todo, los medios portugueses produjeron varias obras que, a día de hoy, siguen siendo los mejores retratos de esta historia de los tres pastorcitos. Pero la gran pantalla sí que se había olvidado de ella…, hasta ahora.
Y es que, en efecto, por fin llega a nuestras pantallas una cinta que actualiza la narración de las apariciones. Pero no tengamos miedo, porque dicha actualización no supone una nueva interpretación de aquellas conforme a los cánones de nuestra época, sino solo una renovación técnica, que hace más cercana la historia al público de hoy (es el caso de las visiones de los niños o del célebre baile del sol, grabados con una autenticidad pasmosa). El mensaje, pues, permanece completamente intacto, con la actualidad, eso sí, que ya tenía entonces; respetado con una exquisitez envidiable, pues el guion recoge punto por punto las palabras de la Virgen, y sin escatimar en metraje a la hora de narrar la incredulidad de la Iglesia o el ensañamiento con los niños de las autoridades civiles.
Quizás, solo le pondría un único inconveniente: el relato que protagonizan Harvey Keitel y sor Lucía. Sin lugar a dudas, se trata de una artificio loable para establecer un diálogo entre la época de las apariciones y el mundo moderno (sepamos que él es un investigador ateo que se entrevista con aquella para dar una respuesta “científica” a las visiones), pero se convierte en una alteración muy marcada del ritmo. Por desgracia, no aporta nada al conjunto, sino que, más bien al contrario, lo entorpece. A mi modesto entender, la historia misma de las apariciones tiene la suficiente fuerza como para interesar en sí misma, sin necesidad de inventarse un elemento que lo subraye.
Pero, como hemos dicho, es solo un inconveniente, y sin mucha importancia. Tal vez otro espectador encuentre que se trata de una buena estratagema y que, por ende, es necesaria su inclusión. Lo que importa es que ambos coincidamos en una sola cosa: en que Fátima, la película es un evento cinematográfico mundial; que, después de casi setenta años, ya era hora de que el cine se volviera a interesar por las apariciones de Portugal, y que la espera ha merecido la pena. Es probable que, con el tiempo, se convierta en el nuevo filme referencial sobre la historia de los pastorcitos; por eso, es conveniente que disfrutemos de ella, pues estaremos presenciando un hito en los anales del cine religioso.
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