Uno de los más destacados autores de libros de economía, Gregory Mankiw, dijo alguna vez que todas las grandes ideas sobre economía se enseñan en pregrado. Per Bylund de la Oklahoma State University y colaborador de Mises Institute, ha compilado estas buenas ideas en un solo y accesible trabajo: “Cómo pensar la economía” (2022).
Superar a “Economía en una lección” de Henry Hazzlitt (1964) no es una tarea fácil. Bylund ha preparado un libro de mayor rigurosidad intelectual, con una inclinación hacia la Escuela Austriaca de economía. Con un amplio razonamiento económico fundacional densamente empaquetado en 152 páginas, ese rigor tiene un costo. La economía ha sido mi pasión durante casi tres décadas, así que me sumergí con gusto en “Cómo pensar la economía”, pero los profanos en la materia tendrán dificultades para entusiasmarse con el contenido intelectual, o al menos no se sentirán tan atraídos como con “Economía en una lección”.
Desde el lado positivo, la descripción de Bylund del campo se alinea más con la filosofía o la lógica que con las matemáticas y la estadística. Mientras que la economía ha evolucionado en torno a estas últimas, las dos primeras son más intuitivas y significativas para los que no son economistas. Uno no necesita matemáticas sofisticadas, por ejemplo, para entender cómo las leyes del salario mínimo imponen un precio a los trabajadores por fuera del mercado y aceleran el reemplazo tecnológico.
Si los lectores se pudieran llevar una sola de las ideas expuestas, sería un gran avance. Esa idea es la escasez. Debido a que vivimos en un mundo de recursos escasos, todas las acciones involucran un ganar y perder. Esta es la lógica detrás de la frase “no hay cosa alguna como un almuerzo gratis”. En otras palabras, cuando escuchamos sobre los resultados anunciados como producto de una política o acción, nuestra pregunta inmediata debería ser: (1) ¿cuál es su costo? Y (2) ¿cuál sería la alternativa?. Una mente económica percibe más allá de lo que se ve, hacia lo que no se ve, como expusieron Hazlitt y el economista político del siglo XIX, Frédéric Bastiat.
Una realidad inquietante
Al terminar la obra de Bylund, me quedó una inquietud. Entre los que ostentamos razonamiento económico sólido y, en palabras de Bylund, promovemos “la evolución continua del mercado”, existe un supuesto generalizado: si se amplía la alfabetización económica, cada vez habrá más escépticos de la intervención y la redistribución. Bylund llega incluso a escribir que “la alfabetización económica es el antídoto contra la política destructiva”.
No es tan sencillo. Sin duda, este puede ser el caso de unos pocos estudiantes de economía. Sin embargo, la teoría económica de la elección pública sugiere una perspectiva menos optimista. Esta asume una toma de decisiones racional e interesada desde el ámbito público. La teoría de la elección pública ha tenido un profundo impacto en mi pensamiento y me ha abierto los ojos a la desagradable realidad de que los “buscadores de rentas” son conscientes de sus acciones. Desde los sindicatos del sector público hasta la industria médica, innumerables individuos y las organizaciones a las que representan forman parte del saqueo legalizado y de la “captura del regulador”.
Esto es cierto incluso cuando ellos reconocen el sufrimiento que imponen a otros, sea al contribuyente o al consumidor. De hecho, un mayor entendimiento puede ocasionar que más individuos y organizaciones se sumen al saqueo hacia los desamparados: si no puedes contra ellos, úneteles.
Beneficios concentrados, costos dispersos en Latinoamérica
Puesto que el Impunity Observer se enfoca en América Latina, consideremos unos cuantos ejemplos de captación de rentas en la región. Estos casos demuestran un parasitismo consciente, en el que el predador sabe pero no le importa el daño que hace a los demás.
¿Alguien se cree por un segundo que los funcionarios de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela defienden genuinamente los supuestos beneficios de sus revoluciones socialistas? Puede que haya unos pocos tontos útiles en sus líneas, pero aquellos que encabezan los regímenes pueden ver la destrucción en todo su esplendor. Incluso Fidel Castro, al final de sus días, admitió que el sistema comunista de Cuba no funcionó.
¿Tanto él y sus secuaces iban a darse por vencidos? Claro que no: la continuidad del régimen fue y será su producto. Aunque Fidel murió en 2016, su hermano y herederos están más que dispuestos a vivir como reyes medievales mientras que la gran mayoría de cubanos permanecen cautivos como prisioneros y esclavos en pleno siglo XXI.
Consideremos el sistema de tipo de cambio fijo en Argentina. Las tasas oficial y del mercado negro (dólar blue) difieren notablemente y provocan el despilfarro y malgasto de recursos. El tipo de cambio fijo reduce el interés de los inversionistas y asfixia al desarrollo. Esto es evidente en Argentina para cualquiera que tenga ojos para ver, incluidos los beneficiarios.
No obstante, esos beneficiarios son los que están bien conectados y tienen acceso favorable al tipo de cambio. Ellos pueden comprar dólares estadounidenses y bienes del exterior más baratos, mientras que todos los demás pagan las consecuencias. Este patrón de beneficios concentrados y costos dispersos está tan presente que se ha convertido en algo evidente entre los economistas. Una vez que tus ojos están abiertos, puedes verlo de cerca en todo lado.
Bylund está en lo correcto con respecto a que la alfabetización económica “abre la mente, porque nos permite comprender cómo funciona el mundo realmente”. Ahora bien, su defensa del “razonamiento económico sólido”, aunque transmitida con cuidado y precisión, no es consistente. Sabemos que las justificaciones declaradas de las intervenciones suelen ser una fachada que esconden intenciones ocultas. Al abrir la mente, se puede engendrar cinismo hacia el comportamiento humano y terminar en lo que Bastiat concluye: “El Estado es una gran entidad ficticia por la que cada uno vive a expensas de todos los demás”.