Extracto de «Vida y mentira de Ernesto Che Guevara», un libro de Fernando Díaz Villanueva que puedes encontrar en www.amazon.es y para tener mayores referencias sobre sus obras, artículos y la más completa información o contacto con el autor, en: diazvillanueva.com
“Hacía todavía un frío húmedo, invernal, en Buenos Aires cuando Ernesto volvió de su largo periplo por Sudamérica. Viniendo como venía de la cálida Venezuela el regreso debió ser para él aun más traumático. Muchas vivencias compartidas con su amigo Alberto, muchas noches durmiendo al raso bajo una cúpula de estrellas en mitad de ningún sitio, mucha gente nueva, muchas caras y culturas diferentes en sólo nueve meses. A cualquier estudiante de veinticuatro años un viaje como el que hizo Ernesto Guevara lo hubiese dejado con la onda cambiada.
Pero en Buenos Aires no sólo le esperaba su familia. Sus padres que, para variar, estaban de nuevo reñidos, sus hermanos pequeños y algunas de las amistades que había hecho en la capital eran secundarios. El objetivo de ese regreso tan precipitado era terminar la carrera. Graduarse como médico para estar de vuelta en Venezuela lo antes posible. Allí le esperaba Alberto y un empleo en el mismo Instituto sanitario donde éste trabajaba. “[…] Volvé a Buenos Aires, te ponés a estudiar a todo trapo y cuando te gradúes volvés, y mientras tanto yo te consigo un buen lugar para que trabajes […]” le había dicho su buen amigo antes de despedirse de él en Caracas.
El problema era que a Ernesto no le gustaba estudiar. Apenas había asistido a clase en los cuatro años de carrera. Tampoco era muy amigo de encerrarse en casa o en la biblioteca de la facultad a echar las horas muertas entre tomos y tomos de materias tales como Microbiología o Clínica Otorrinolaringológica. En cambio, durante su viaje había dado muestras sobradas de tener una facilidad pasmosa para el teatro y el disimulo, que son cualidades útiles para muchos oficios, pero no para el de la medicina.
Había recorrido cinco países de Hispanoamérica con el cuento de que era un experto en leprología y, curiosamente, se lo había tragado casi todo el mundo. Probablemente la primera lección que sacó de esa experiencia vivida en primera persona es que lo importante, a fin de cuentas, no es la esencia de las cosas sino la apariencia. Que más daba si eran o no médicos especializados en leprosos, con fingir un poco ponerse una bata blanca y adoptar una pose adusta bastaba para dar el pego y ganarse un mejor trato.
En agosto de 1952 tenía Ernesto pendiente una parte considerable de la carrera y muy pocos meses para, conforme a su plan, terminarla. En su contra jugaba el hecho de haber pasado fuera de Argentina casi nueve meses, en los que no consta que llevase un solo libro de texto ni que se detuviese en alguna universidad chilena o peruana a dedicar algo de tiempo al estudio.
Pero, como no era cosa de mirar al pasado sino al futuro, se puso a estudiar, tal y como le había dicho Granado, a todo trapo. En dos meses ya había superado cuatro asignaturas. Aquello era sólo el aperitivo. En diciembre, en apenas veintidós días lectivos el futuro guerrillero se ventiló once materias. Inició el año 1953 con un auténtico récord, pero aún le quedaba una asignatura, Clínica Neurológica, por aprobar. Cosa que hizo en abril de ese año. El 12 de junio la Universidad de Buenos Aires emitió el diploma de licenciatura para Ernesto Guevara de la Serna. Sorprendente. En nueve meses había sacado la mitad de unos estudios que precisaban cinco años para completarse. Además, y por si esto fuera poco, encontró hasta el tiempo, según el guevarófilo Horacio Daniel Rodríguez, de realizar unos estudios de especialización en alergia.
Portentoso el joven rosarino. Ni un niño superdotado de esos que acceden a Oxford con doce años lo hubiese hecho tan rápido. Portentoso sería si no quedasen en estos últimos meses de 1952 y primeros de 1953 tantos cabos sueltos.
El historiador cubano Enrique Ros realizó hace ya casi dos décadas una detallada investigación sobre el cuestionable título universitario del Che. Sus conclusiones, hasta la fecha no rebatidas por nadie, fueron reveladoras. Ros se puso en contacto con la Universidad de Buenos Aires para solicitar a su Rectorado los requisitos para graduarse en Medicina exigidos por aquella institución en los años 1952 y 1953. Y ahí empezaron las sorpresas.
Hemos visto con anterioridad que Ernesto Guevara obtuvo el diploma de licenciatura el 12 de junio de 1953, es decir, menos de tres meses después de librar su último examen. Pues bien, esto es simplemente imposible, porque conforme a las normas de la Universidad de Buenos Aires de entonces, para conseguir la preciada titulación era necesario lo siguiente:
“Artículo 13 – Después de haber aprobado el examen de Clínica Médica, los alumnos completarán sus conocimientos prácticos durante un año, para lo cual concurrirán, obligatoriamente, durante tres meses a un servicio de Clínica Médica, tres meses a Clínica Quirúrgica, tres meses a Cirugía de Urgencia y Traumatología y tres meses a Clínica Obstétrica, con un mínimo de veinticuatro horas semanales”
(Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina – Expediente U-5.113/50)
Guevara aprobó Clínica Médica en diciembre de 1952 en el maratón de once asignaturas que corrió durante aquellos veintidós días de furia examinadora. Conforme al reglamento de la propia universidad Guevara debiera haber cursado un servicio de tres meses en cada una de las materias arriba reseñadas. Y no lo hizo, simplemente porque a esas alturas ya se encontraba fuera del país.
Pero la cosa no se queda aquí. Hay más anomalías desveladas por Enrique Ros.
“Artículo 8 – Para rendir examen de Clínica Quirúrgica es necesario tener aprobadas todas la materias […] excepto Clínica Médica”
(Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina – Expediente U-5.113/50)
Ernesto aprobó Clínica Quirúrgica en diciembre de 1952 pero le faltaba aun por rendir examen de Clínica Neurológica, algo que no haría hasta cuatro meses después. Por lo tanto es difícil que con la resolución de la facultad en la mano Guevara pudiese presentarse al ese examen de Clínica Quirúrgica en diciembre de 1952.
Por si al lector le queda alguna duda he aquí otra de las irregularidades de su expediente:
“Artículo 9 – Para rendir examen de Clínica Médica es necesario tener aprobadas todas las materias del presente Plan de Estudios.”
Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina – Expediente U-5.113/50
¿Cómo es posible que Ernesto Guevara de la Serna se presentase a Clínica Médica en diciembre de 1952 si aun le quedaban algunas asignaturas por aprobar? Misterio. Tal vez nunca lo hizo.
Pero el artículo definitivo que invalida, al menos sobre el papel, la obtención del título en junio de 1953 es el número quince:
“Artículo 15 – Terminado este periodo (de un año concurriendo obligatoriamente a clases prácticas) documentado con los certificados pertinentes, la Facultad le otorgará el título de Médico”
(Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina – Expediente U-5.113/50)
¿Acudió Guevara los doce meses preceptivos a clases prácticas para conseguir el título? Parece que no, pues en julio de 1953 abandonó el país para iniciar su segundo y definitivo viaje por América.
Ante tales evidencias Enrique Ros se dirigió de nuevo a la Universidad de Buenos Aires, a la Secretaria de Asuntos Académicos concretamente. Desde allí le informaron que a Ernesto Guevara de la Serna no se le aplicó el Plan de Estudios de 1950, cuyo articulado es el que había seguido Enrique Ros. Ernesto se había matriculado en 1948, en el mes de noviembre, por lo que a él se le aplicaba el Plan de Estudios de la Escuela de Medicina aprobado en 1937.
Enrique Ros no se dio por vencido en su búsqueda de la verdad sobre este misterioso asunto y solicitó a la Dirección General de Planes de Estudios de la Universidad de Buenos Aires una copia del citado Plan del 37. Para sorpresa del investigador los criterios de este plan eran muy similares a los del aprobado en 1950. Pero además, rebuscando en el articulado del mismo, Ros descubrió que el artículo 17 del Plan de Estudios de 1950 dejaba bien claro que cualquier plan anterior quedaba sin efecto y se adaptaba a éste último.
Para evitar más elucubraciones Enrique Ros optó por la vía más directa. Solicitó formalmente una copia del expediente académico de Ernesto Guevara de la Serna. La Facultad de Medicina se excusó diciendo que el expediente no existía. Lo habían robado. Partiendo del hecho de que cuando Ros efectuó esta investigación el Che ya había ascendido al Olimpo de los dioses posmodernos, esta eventualidad era perfectamente factible. Dudo mucho que los archiveros de la Facultad de Medicina de la UBA guarden los expedientes de hace cincuenta años bajo siete llaves, por lo que es sensato pensar que algún admirador del Guerrillero Heroico lo haya sustraído en algún momento de las últimas cinco décadas.
Pero, si lo ha hecho, ¿con qué objeto?, ¿con el de esconderlo para que nadie lo vea? Si es así, lo más elemental es pensar que algún pecado traería ese expediente para ponerlo a buen recaudo. De lo contrario, el diploma llevaría ya muchos años expuesto en sitial de honor en el Museo Nacional Che Guevara de Santa Clara, en Cuba. Pero no, allí no hay ningún diploma de medicina.
Concluyendo, lo más probable es que Ernesto Guevara nunca terminase la carrera. Seguramente se presentó a algún examen tras su regreso en agosto de 1952. Es posible hasta que aprobase alguno de ellos. Pero, utilizando la lógica como guía, nada invita a pensar que terminase graduándose tal y como le había recomendado encarecidamente Alberto Granado, su amigo y compañero de fatigas. Esto nos lleva irremediablemente al argumento de partida. Más vale la apariencia que la esencia. ¿Para qué aprobar?, ¿para qué esforzarse si lo importante es lo que los demás crean?
Que Guevara fuese o no médico titulado en nada cambia el curso de su historia personal, pues sólo ocasionalmente ejerció como tal. Es famosa la anécdota de cuando se encontró, recién desembarcado en Cuba, entre una caja de medicinas y un fusil eligió sin dudarlo éste último. Por añadidura, el mundo está lleno de profesionales de todas las ramas del saber que nunca terminaron sus estudios universitarios, y no por ello han dejado de brillar en una u otra disciplina, con frecuencia mucho más que los titulados en la misma.
Los títulos universitarios no garantizan la sabiduría, ni la profesionalidad ni mucho menos son marchamo de éxito personal. Entonces, ¿por qué mentir durante quince años sobre un título de médico cuya obtención presenta tantas sombras a la luz de la más simple de las investigaciones? O, reformulando la pregunta, ¿por qué la mayoría de biógrafos del Che perpetúan este estúpido mito?, ¿acaso pecan ellos de la obsesión por los títulos y las licencias tan propia de la burguesía que detestan?”