“Fuimos tratados de forma desleal” por la prefectura de policía de París, dijo Jean-Benoît Harel, de 24 años, uno de los organizadores de la manifestación que se debía realizar el pasado domingo 15 de noviembre en la Plaza de San Sulpicio, pidiendo el regreso de misas con fieles a la dulce y bella Francia. Veamos qué ocurrió y cómo finalmente la táctica fracasó, pues ayer, más de 400 católicos se manifestaron al finalizar la tarde, delante de esta iglesia que está haciendo las veces de catedral de la ciudad luz mientras se restaura Notre-Dame. Manifestaciones similares hubo en por lo menos 60 puntos de la geografía gala.
La ‘astuta jugada’ del prefecto de Policía de París
Didier Lallement, prefecto de policía, había prohibido una reunión en la Plaza de San Sulpicio el día 15 de noviembre. ¿La razón? Que una manifestación similar, habida el día 13, no había respetado las “medidas sanitarias” y que además (viene aquí la ‘joya’) se había “constatado que varias personas de rodillas rezaban en la vía pública y que otras entonaban cánticos religiosos”. Esto, en opinión del prefecto, se constituía en “un acontecimiento de tipo cultual” y no más una “manifestación de naturaleza reivindicativa”, por lo que – al correrse el riesgo de que la manifestación del 15 fuese también “de tipo cultual”, sencillamente el prefecto de la policía la prohibía.
La única forma en que esa manifestación podría ocurrir es que “no hubiese oraciones, no hubiese cantos, no misa y ausencia de signos religiosos aparentes”.
Dadas las ‘robespierescas’ condiciones, los organizadores de la manifestación delegaron en el abogado Henri de Beauregard el interponer un ‘référé-liberté’, es decir un recurso ante el tribunal administrativo para protección de derechos. Una audiencia en el tribunal administrativo fue fijada para el día sábado 14, en la que se decidiría si se concedía dicha protección.
En el entreacto, a la prefectura le dio por tener un movimiento de ‘buen corazón’ hacia los católicos, y retiró las condiciones draconianas impuestas para permitir la manifestación, dejando solo la de que no hubiese “misa en la calle”. Como los organizadores no habían previsto ninguna misa, retiraron de buena fe su ‘référé-liberté’ y se dispusieron a manifestarse el domingo 15.
Pero entonces llegó la ‘astucia’ del prefecto de Policía: El sábado en la tarde emitió nuevo comunicado impidiendo simplemente la manifestación en Plaza San Sulpicio, y por ser tan tarde, no permitía así que los organizadores pudiesen acceder a ningún recurso jurídico contra su ‘astucia’.
Los católicos insisten y vencen
Pero el prefecto no contaba con la persistencia de los fieles, que tienen la paciencia del Salvador para la consecución de los buenos fines.
Nuevamente el martes pasado colocaron ante la prefectura de policía su pedido para una manifestación el domingo 22 en Plaza San Sulpicio. Esta vez el prefecto Lallement manifestó que en su sabiduría había decidido “no prohibir” la reunión. Sin embargo colocaba dos condiciones para permitirla: Respeto estricto de medidas sanitarias y ausencia de “oraciones de calle”.
Sin embargo, esto último les pareció a los católicos otra suma arbitrariedad, y por ello encomendaron una vez más a Henri de Beauregard (y sin posibilidad de arrepentimiento) interponer el recurso ‘référé-liberté’ ante el Tribunal Administrativo.
El juez, rápidamente examinó el recurso y autorizó la manifestación pues “nada en el derecho francés prevé someter una reunión a la ausencia de oración”, según expresó Beauregard. De forma similar se manifestó un juez en Clermont-Ferrand: “El juez recordó que no es posible, por principio, prohibir una manifestación religiosa”, según explicó Hugues de Lacoste Lareymondie, que llevaba adelante el pleito.
Evidentemente lo ocurrido en París influirá en toda Francia, teniendo una repercusión más allá del deseo de recuperar las misas con público, y es de ir poniendo límites a las derivas ‘soviéticas’ de funcionarios de segundo nivel (y tambén del primero) que desean excluir del espacio público todo recuerdo de que Francia una vez fue la hija primogénita de la Iglesia.
Con información de Le Figaro y GaudiumPress