El Cardenal John Henry Newman (1801-1890), canonizado hace un año, es un ejemplo de honradez intelectual, de búsqueda ardua de la verdad: aquella que lleva a configurar la vida en su radicalidad. Anglicano en su formación juvenil, se convirtió al catolicismo en 1845, luego de un fatigoso camino de búsqueda de las raíces originarias de la fe, que le llevó a un fecundo seguimiento de Cristo.
Al poco tiempo de su incorporación a la Iglesia católica, llegó a sus manos un escrito, ampliamente difundido, en el que se contaba sesgada y despectivamente las conversiones acaecidas en Oxford. Esta imagen distorsionada del movimiento de Oxford debía aclararse y decidió contar su experiencia en el libro “Perder y ganar. Historia de una conversión” (1848; Encuentro, 2014), en un formato que tiene de novela, crónica e historia.
La narración recrea el ambiente universitario de Oxford en las primeras décadas del siglo XIX. Los personajes guardan estrecha relación con los actores de aquella época, evocados por Charles Reding (el joven Newman) en su búsqueda de la fe en el Oxford victoriano. Diálogos de amigos preocupados por hacer vida sus propias creencias. Esfuerzos sinceros de unos y otros por ser ejemplares fieles anglicanos. Ambiente de ebullición y estudio profundo de las fuentes originarias del cristianismo. Allí es donde evoluciona y madura la fe del joven Reding hasta dar el paso de conversión al catolicismo.
El evangelismo que encontró no le llenaba el alma. “Los principios básicos del evangelismo eran: escasa elaboración doctrinal, acento en lo afectivo, autoridad de la sola Escritura y justificación por la sola Fe que hace del bautismo algo meramente simbólico, distinción entre cristianos “elegidos” y los puramente nominales, preponderancia de la actividad externa destinada a provocar la conversión carismática del corazón del hombre tibio”.
Reding exclama: “Cualquiera podía ser un entusiasta, pero el entusiasmo no era la verdad… ¡Oh, Madre Poderosa!… ¡Sí! ¡ya sabía dónde tenía el corazón! Ahora había que ir por la cabeza. ¡Madre, Madre Poderosa!”. Esta dupla de corazón y cabeza lo acompañarán en su larga vida como escritor, sacerdote, director de almas; de ahí que se pueda hablar del talante personalista de Newman como lo hace el filósofo personalista John Crosby.
Será en “Apologia pro vita sua” (1864) en donde el Cardenal Newman relate con detalle su conversión. Aquí, en “Perder y ganar” hay apuntes coloquiales, conversaciones entre los personajes de la narración animadas por un compromiso pleno por vivir la verdad que se les iba revelando.
Quizá el descubrimiento más conmovedor para Reding es el de la Santa Misa católica. Dice: “Podría asistir a cientos de Misas y no cansarme jamás. No se trata de recitar unas palabras. Es una gran Acción, la Acción más grande que puede darse en la tierra. Es no sólo la invocación sino… la evocación del Dios Eterno. El que hace temblar a los demonios, el que recibe la reverencia constante de los ángeles, Él mismo se hace presente sobre el altar en cuerpo y sangre. Ése es el hecho sobrecogedor que da sentido a toda la Misa. Las palabras hacen falta, pero sólo como medios, no como fines. Las palabras hacen mucho más que dirigirse al trono de la gracia, son instrumentos de algo que es mucho más alto: la consagración, el sacrificio”.
Este hallazgo de la Santa Misa manifiesta una honda comprensión teológica del misterio y a la vez es fe viva, un don arrancado al Cielo con la oración “sin el que no se puede venir a la Iglesia y sin el que no se puede seguir en la Iglesia”.
Fe y vida de fe son, pues, el camino hacia la unidad de vida, en la que confluye la persona en su totalidad. Una vida irrigada por la Gracia, no sin el esfuerzo personal que supone el llamado a la santidad. Reding (Newman) se encontró con la Verdad. Se le fue manifestando paulatinamente hasta mostrar su Rostro, el de Cristo, cuyo Corazón le habló a su corazón: ¡ven, sígueme!